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Me desperté al sentir un cosquilleo en los labios. Traté de apartarlo con una mano y entonces algo me pinchó la punta de los dedos. Abrí los ojos extrañada, para encontrarme de frente con una mirada azul.

Shhh —me pidió William.

Y yo obedecí, aún confusa por el sueño y más dormida que despierta. ¿Qué hacía durmiendo con William? Los recuerdos de la noche anterior volvieron de golpe, al igual que apareció un terrible dolor de cabeza, cuello y espalda. ¿Por qué ese hombre no podía tener una cama normal?

En cualquier caso, me olvidé de ello en cuanto se inclinó sobre mí. Rozó mis labios con mucha suavidad, haciéndome cosquillas y supe que eso era lo que me había despertado. ¡William Millerfort me estaba besando!

No profundizó en realidad, pero se quedó unos segundos inclinado sobre mí, aplastándome ligeramente con su peso. Sin embargo, no tenía queja, quería quedarme allí para siempre. Sin duda, era el mejor despertar de mi vida.

—¡Will! —Un grito, seguido de un aporreo en la puerta, rompió el momento perfecto.

Él se apartó de mí como si de pronto se hubiera dado cuenta de que estábamos en la cama besándonos y se levantó casi de un salto. Yo suspiré y me senté en el suelo, masajeándome el cuello.

—¿Quieres que salte por el balcón? —bromeé, porque se había quedado mirando la puerta sin llegar a abrir, aunque como estaba de espaldas a mí, no sabía qué cara tenía.

—No digas tonterías —resopló un poco.

—¡Venga ya! —insistió el tipo de la puerta, al que no reconocí—. Abre, tío.

William acortó la distancia hasta la puerta finalmente, cuando yo me estaba poniendo de pie, y abrió sin muchas ganas. Un tipo tan grande como él se le lanzó prácticamente encima. Por un segundo, temí que se estuvieran peleando, pero me di cuenta de que el recién llegado le estaba abrazando. Si es que eso se podía llamar abrazo. Parecía haber atrapado al pobre William entre sus garras de oso.

—Ya vale, Lorcan —pidió William y reconocí el nombre de su hermano.

Lorcan le soltó, dando un paso atrás. Recorrió con la vista a William y luego brevemente la sala, antes de pararse en mí. Me pareció poco sorprendido por mi presencia, la verdad, por lo que supuse que Jade le había puesto al día. Sin embargo, dedicó unos segundos larguísimos a observarme de arriba abajo.

Yo hice lo mismo con él, claro. Era tan alto como William, pero un poco menos musculoso, o quizá era la sensación que trasmitía su traje caro, muy caro. Iba erguido, con una sonrisa blanquísima y el pelo castaño engominado perfectamente de punta.

Noté, sin necesidad de que lo expresase, cierta arrogancia en su expresión y en sus ojos, tan azules como los de sus hermanos y su padre. Parecía la persona que decoraría su casa con chimeneas de oro y, no solo eso, parecía saber que estaba por encima del resto. La verdad, no me gustó.

Aunque, a juzgar por su gesto, tampoco estaba encantado con que una granjera compartiese cama (o suelo en este caso) con su hermano.

—Vaya, Will, ya veo que estás en plena recuperación —se burló Lorcan, golpeándole sin ningún cuidado el estómago.

—Si me disculpáis...

Ninguno trató de detenerme, así que salí de la habitación.

—¿Puedes traernos el desayuno? —me pidió Lorcan, cuando llegué a la puerta.

—No es del servicio —se negó William, cuando yo estaba ya fuera.

Me planteé quedarme a escuchar, pero cerraron la puerta en cuanto estuve fuera. Las paredes y la madera era tan gruesa, que supe que sería un sinsentido. Así que decidí ir a cambiarme. No quería que la gente me viera con el vestido de fiesta y se hiciera ideas equivocadas.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora