TREINTA Y TRES

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Meses después del viaje a la playa.

La Cami estuvo tranquila esperando los resultados de la psu. Fuera de la poca preparación que tuvo no le fue tan mal como lo pensaba, incluso queda sobre el puntaje de corte de su elección.

Orientación familiar, esa era la carrera que eligió.

Estaba feliz, pero en la universidad que quería no tenía la carrera cerca de la casa de sus abuelos. Solo la tenían en Santiago.

Ella no quería volver a la ciudad, estaba bien con sus abuelos a las afueras de todo. Tranquila y sin nadie que la moleste, excepto el perro de su vecina, el cual cada vez que ella salia a tomar sol este la correteaba y mordida los talones.

Pero a pesar de eso ella era feliz.

—Mi niña cuando se va a inscribir en la carrera— le pregunto la señora entrando a la pieza de la joven

—No creo que me inscriba, voy a esperar.

—Nonono, como es eso, usted se inscribe si o si.

—Pero Lita, no quiero volver a Santiago.

—Camilita, usted no puede postergar su vida por un joven que la daño.

—Si, si puedo.

—Toda la razón, si puede pero no vas a ser feliz. Escapar de los problemas no es la solución. Afronta y dale un termino a ese ciclo para que seas feliz.

—Pero si soy feliz ahora.

—Eso es lo que tu crees.

•••

Y así fue, la Camila se fue de vuelta a Santiago. Sus abuelos habían ahorrado una platita para su alojamiento y gracias a eso puede buscar un trabajo mas tranquila.

Fue a inscribirse a la universidad junto a Gabriel, quien la acompaño.

—No puedo creer que estés de vuelta— comento el chico caminando hacia la entrada de la u.

—Yo tampoco— dijo la chica media incrédula 

—No querías volver ¿verdad?

—En parte si, pero no es por ti.

—Lo se, yo tampoco volvería.

Ella se inscribió y pudo respirar tranquila.

—Vamos a la casa, mi mamá te extraña caleta.

—La tía Juli, yo también la extraño.

•••

—Y como te fue esos meses en el sur— le pregunto la señora  a la joven

—Super, fueron los mejores meses del año.

Conversaron hasta que fue de noche, las dos eran felices de volverse a ver.

—Bueno, los tengo que dejar.

—Pero quédate, ya es tarde.

—Me encantaría, pero la señora a quien le arriendo se preocuparía.

—Bueno, Gabito, anda a dejarla al paradero porfa.

—Dale.

El camino al paradero fue en silencio. Ninguno quería hablar, por que sabían que tarde o temprano saldría el viaje a la playa.

Cuando llegaron se sentaron esperando a que para la micro que sirviera.

—Así que era verdad— dijo una voz detrás de ellos

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