Un día más bien estresante

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Raquel

-Señorita López, ¿está usted en clase?

¿Qué? Ah sí, esa soy yo. Asiento y me canta las cuarenta, porque según el romano, profesor de griego, sí griego, pero apodado así por comparar todo el rato como los romanos se plagiaban de los griegos, me estoy dispersando mucho en las clases. Puede que tenga razón. Pero es que uno, eso ya lo hemos visto, yo no tengo la culpa de que tres tontos se vayan de pellas y luego digan que tenían una gripe de morirse y les repitan lo que llevamos dando dos semanas, y dos, ¿cómo no voy a estar distraída si el chico más mono de la uni me da los buenos días cada mañana de una forma diferente y original? Después de prometer que iba a prestar atención, se acaba la clase. Alivio. Saco el móvil a escondidas y reviso el whatsapp, instagram, bueno, las redes sociales en general. Me aburro demasiado. Guardo el móvil y saco la asignatura siguiente y última del día: latín. El profesor es un crack, y sus clases son dinámicas y divertidas. Entra por la puerta. Por primera vez en todo el día me centro, o eso me propongo. Carlos nos explica el baile de Navidad. Es una tradición de la Universidad de hace cincuenta años quizá. Nos explica que los chicos deben buscar la manera más original e inesperada de pedir bailar a la chica deseada. A partir de hoy queda un mes. Normalmente, en el comedor, un grupo de chicos empieza a corear el nombre de otro, este se levanta, se pasea por el comedor y se para delante de la chica. Pero en esto, hay estrategias que son graciosas de ver: la vuelta al ruedo, consistente en vagar por todas las mesas y volver a tu sitio sin hacer nada, sonrojando a más de una; o la vuelta al ruedo con oreja, que es lo mismo, pero arrodillándose delante de una chica la cual estaba al lado o tan cerca que la vuelta sobraba. Me han enseñado vídeos y son la leche. ¿Me lo pedirá Jaime? No damos clase hablando de esto, y llega la hora de comedor. Hay una tensión que se podría cortar con un cuchillo. Cojo el móvil, y le escribo si me lo pedirá. Me dice que sorpresa. Lo guardo. Ya empieza. Corean el nombre de uno de mi clase, que se pasea y va hacia Pilar, a mi lado, que se pone roja y dice que sí. El comedor aplaude. En la comida, más gente se levanto, pero no Jaime. Estamos acabando. Le corean. Se hace el remolón y se levanta. Estoy nerviosa. Se pasea, parece la vuelta al ruedo... ¿Pero qué haces? ¿Por qué te sientas? Todo el mundo aplaude y se ríe. Qué cabreo. Deje la bandeja y me fui. No salí en toda la tarde. No le respondí los mensajes. De él no me lo esperaba. Bueno, por lo menos mañana tenía latín a primera, y me relaja. Me duermo con la impotencia del momento.

La Casualidad del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora