Y sucedió

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Raquel

-¡¡¡TE PROMETO QUE ECHO LA PUERTA ABAJO!!!

Seguí aporreando la puerta pero no había nadie. Estaban todos en el partido. Llevaba como una hora y media allí. Noté como las lágrimas resbalaban lentamente por mis mejillas. Caí al suelo, frustrada, asimilando lo que acababa de pasar. Pilar y Laura me habían encerrado en los baños del estadio y me habían quitado el móvil, con lo cual estaba incomunicada. Escondí la cabeza entre mis rodillas y mis brazos y pensé en como pude ser tan estúpida. Había bajado con ellas a los baños que dan a los vestuarios para darle una sorpresa a Jaime, y al encontrarme la puerta cerrada me extrañé. Intenté abrirla sin éxito y Laura dijo que irían a preguntar al conserje. Cuando me di la vuelta ya estaban cerrando con llave.

- ¿Qué es esto?

- Lo siento, nos prometió que iríamos a todas las fiestas que quedan en el curso, y entraríamos en el equipo de animadoras...- dijo Pilar.

-¿De verdad me vais a cambiar así?- no pude evitar que me temblara la voz.

Se hizo un silencio incómodo y pude oír como sus pisadas se alejaban, cómo acaban de cambiar años de amistad por una promesa que quizá nunca llegara a cumplirse. En ese momento lo entendí todo. Y ahora estaba sola en unos baños, incomunicada y llorando por confiar en la gente. No llego a comprender por qué la gente hace esto. En medio de mis pensamientos, oí las ruedas de un carro, y sin dudarlo, empecé a aporrear otra vez la puerta, gritando hasta quedarme sin voz, pero el carro no paró, sino que siguió su camino, allá donde fuera. Y silencio. Un silencio que haría estremecerse a cualquiera. Me di por vencida. Sólo me quedaba esperar, hasta que a alguien se le ocurriera ir al baño, o viniera el conserje, o quizá al próximo partido. Cada minuto que pasaba era desolador. Esa soledad me desgarraba, y el frío comenzó a entrar lentamente en mí.Pensaba en cuánto echaba de menos a Jaime, en cuánto lo necesitaba ahora mismo. En que me abrazaría, y ya no tendría frío, que ya no estaría sola. Pero allí solo estaba yo, sin nada ni nadie que ayudara. Cuando pensé que no podía más, volví a oírlo. Eran voces de chicos. Supuse que el partido habría acabado, y aunque estos baños conectaran con el vestuario de las chicas, usé las últimas fuerzas que me quedaban para correr a la  puerta que conectaba con ellos y aporrear y gritar. En un momento dado me caí, porque sentía que mis piernas no aguantaban más, que el frío y el cansancio se apoderaban de mí. En el suelo, sentí pasos que se acercaban, un estruendo donde estaba la puerta y unos brazos que me agarraban fuerte, y una dulce voz decía mi nombre, aunque cada vez la oía más lejos...

La Casualidad del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora