Reflexión

51 8 0
                                    

Raquel

Nunca me había sentido mejor en toda mi vida. No es solo porque Jaime me haya pedido ir al baile y los exámenes me estén saliendo bien, sino que por primera vez me siento alguien. La gente me saluda y me conoce, se puede decir... que soy popular. He dejado de ser nadie. De ser la pringada, la "empollona", la que no le cae bien a nadie. Y no sólo eso. Gracias a Jaime me siento querida. Me lo demuestra cada día más. Por primera vez en mucho tiempo, me siento escuchada, y no solo por mis profesores y mis padres. No desconecta cada vez que me enrollo, ni me llama aburrida, sino que me escucha pacientemente y se ríe de mis chistes. Me ha cambiado la vida. Por la mañana me levanto con una sonrisa que no se me quita hasta que me acuesto. Y, al contrario de lo que creía, no me ha distraído mucho de los estudios, sino que al verme más tranquila y sin problemas estudio mejor. Nunca imaginé que gracias a una fiesta pasaría de ser un patito feo, una persona con la cabeza llena de problemas y preocupaciones a la persona más happy del mundo. Queda apenas una semana para el baile, y estoy comprándome el vestido de mis sueños de la infancia: la fiesta de Navidad está ambientada en castillos. Si creía que las cosas no podían ir a mejor, lo van. No le he dicho que vestido me voy a coger, porque quiero que sea sorpresa. De pequeña mi ídolo era Bella, y ya que va a hacer frío, recordé un conjunto suyo que me ha inspirado a comprar este vestido. Es granate, de media manga, pero sin hombros, y en los bordes de las mangas, del pecho y de la falda tiene un borde, por así decirlo de pelo blanco. La verdad no sé explicarlo muy bien, pero me encanta el vestido. Ya en mi casa lo guardo cuidadosamente, junto a unos zapatos negros con plataforma. No veo el día de que llegue el baile, y disfrutar de ese día junto a él.

La Casualidad del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora