Yo también soy débil

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Jaime

Me paseo nervioso por el pasillo. Hace ya tres horas que llevamos a Raquel de los baños del estadio a la enfermería. La había dado un bajón de azúcar porque no pudo comer y también se desmayó del estrés. Según tiramos la puerta, la vi desplomarse al suelo, y fui corriendo a cogerla. La llevé lo más rápido que pude a la enfermería. Todavía no se ha despertado, y ya es la una de la mañana. Solo estoy yo, no entiendo porque sus amigas no vinieron a verla. Tengo esa imagen suya grabada a fuego, entre mis brazos, pálida y sin fuerzas. Y me enfurece. No puedo consentir que le pase esto a ella, a ella no. Recuerdo a Alba, lo que me dijo en el descanso del partido, y me llena aún más de rabia. Después de tanto pasear, me siento en una butaca y me cubro la cabeza con mis manos, mientras noto como las lágrimas se deslizan sutilmente por mi mejilla. No quiero que nadie me vea así, pero ya no puedo evitarlo. Todo el estrés acumulado de las últimas semanas, exámenes, mi familia, y ahora esto... Y luego pienso en ella, en que no voy a ser suficiente para hacerla sonreír, para consolarla cuando esté triste. Que debajo de ese capitán del equipo de fútbol, de ese alumno aventajado, de esa sonrisa también hay mucho dolor y sufrimiento, pero no quiero pasárselo a ella, bastante tiene con lo suyo.

- ¿Jaime? Raquel se ha despertado.

Me seco rápidamente las lágrimas y corro a la habitación. La veo allí tumbada, algo adormilada pero con una ligera sonrisa. Me senté en el borde de la cama y la cogí la mano.

-¿Qué tal se levantó la princesa?

Ella se rió.

- Pues nada mal. Jaime, ¿estás llorando?

No pude evitar sonreír mientras las lágrimas salían de mis ojos.

- Ven anda, te hago un hueco.

Se hizo para un lado y me tumbé. Ella me cogió la mano y los dos nos quedamos mirando el techo en silencio. Pero no un silencio de esos incómodos, sino de los que transmiten mucho más que las palabras. Sentí que se giraba y me miraba.

-¿Por qué no me cuentas lo que te pasa? Yo te cuento siempre lo que me pasa a mí - dijo con voz muy suave , pero de reojo la vi con cara de preocupación. Desvíe la vista y cogí aire, para girarme yo también y quedarme mirándola.

- No quiero estresarte más de verdad, puedo yo solo.

Ella, apretando más mi mano, y mirándome a los ojos, me responde:

- Escúchame bien. Sé lo que es cargar con algo y guardarlo, intentar enterrarlo para que no salga. Pero hazme caso que sale, y seguirá saliendo. Pero no es lo mismo cargar uno solo que con ayuda. Y yo te quiero ayudar. Quiero que me cuentes tus miedos, preocupaciones, tus inquietudes, al igual que tus sueños y alegrías. Porque quiero compartir todo contigo.

Me quedé mirándola, y ella fue la que me besó está vez. La sentía tan cerca como nunca. Fue un beso lento y suave. Cuando acabó, la volví a mirar. Con esa mirada tan dulce y esa sonrisa tan sincera. Y entonces, comprendí que los dos éramos débiles, pero juntos, nos hacíamos fuertes.

La Casualidad del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora