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Después de una semana agotadora por fin era viernes.

Había ido a la universidad y después había comido con María, la cual estaba empezando algo más serio con Marta, estaba tan ilusionada que yo me moría de la ternura al verla y al ver como se le llenaba la boca de palabras bonitas sobre ella.

Nos habían presentado por fin al sustituto de Carlos, un hombre de unos sesenta años que a pesar de su apariencia dura era la mar de simpático, Capde le llamábamos.
Es cierto que estaba encantada con el nuevo profesor, pero no podía evitar pensar en Carlos, era su puesto, su lugar, yo misma sabía lo mucho que adoraba su trabajo y no podía evitar sentir culpa, al fin y al cabo lo había dejado para desaparecer de mi vida, para que yo fuera feliz.

Bueno, y para irse a Barcelona. A casarse.

Jodido Carlos.

Ni una noticia tenía de él, no le culpaba, yo misma le pedí que desapareciera de mi vida, pero es que hasta en whats app me tenía bloqueada.

Era eso o que se había cambiado de número.

Había estado tentada en llamarlo varías veces, pero mi orgullo no me lo permitía y tampoco estaba preparada para que me confirmara que seguiría adelante con su matrimonio.

Frustración era lo que yo sentía en ese momento, todo se me escapaba de las manos.

Para mi sorpresa -notemos la ironía- cuando llegué a casa después de la comida dispuesta a echarme una siesta gloriosa con mi pequeña rubia, no estaba, estaba sola, otra vez.

Si ya estaba frustrada, Alba hacía que ese sentimiento se multiplicara, había pasado una semana más y todavía no había soltado ni prenda de la ruptura con Natalia, y yo tampoco había querido sacar el tema, sabía que no le gustaba, y la verdad, no tenía ninguna intención de hacerla sentir incómoda.

Pero lo que más me descolocaba era su forma de actuar durante toda la semana, sus mimos y caricias no me faltaban, pero no eran tan frecuentes como antes, y lo notaba.
Cada vez que dormíamos y yo me acurrucaba en ella su cuerpo se tensaba de inmediato y en cuanto podía se escabullía, si era por la noche siempre se iba de vuelta a su cama y yo despertaba al día siguiente sola, y si era por las tardes siempre tenía la excusa de irse a la universidad a acabar trabajos.

Sabía que le gustaba ese lugar, siempre me había comentado que le relajaba y le ayudaba a dar rienda suelta a su creatividad, pero no tenía como costumbre frecuentarlo, sólo de vez en cuando, sin embargo ahora parecía que vivía allí, cualquier momento era bueno para irse y escapar de casa.

No entendía como de una semana a otra habíamos pasado de ser lapas y darnos cariño a todas horas a ser dos lapas pero una más incómoda que la otra.

Eso era lo que le notaba, incomodidad.

¿Por que? ¿Había hecho algo mal?

¿La había ofendido en algo?

¿Se habría cansado de estar siempre para mi y atender toda mi necesidad de cariño?

¿O simplemente se había dado cuenta de que vivir conmigo no era tan maravilloso?

Llevábamos meses viviendo juntas y años hablando, confiando la una en la otra más que en nadie para que ahora de repente se alejara de mi.

Primero no me contaba las cosas, luego se ponía tensa e incómoda cada vez que dormíamos o simplemente nos rozábamos, pasaba lo mínimo por casa, apurando hasta sus últimas horas en la facultad, huyendo de mi, cosa que a mi me desquiciaba al no encontrar una razón que lo explicara.

En un arrebato por saber que le pasaba cogí el bolso y las llaves para salir a toda prisa de casa, quería pasar tiempo con ella, y si Mahoma, o en este caso el Furby, no iba a la montaña, la montaña iría a ella.

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