36. Por eso te amo

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Se giró recostándose boca abajo, mis ojos cayeron sobre su cuerpo, su piel blanca y suave haciendo contacto con mis dedos a medida que estos iban descendiendo mientras recorrían cada zona con detalle y delicadeza. Sus ojos me observaban atentos sin decir nada, su respiración lenta y pausada, me entretenía mientras admiraba su belleza, tan sencilla, real y pura.

Era difícil expresar todos esos sentimientos a través de palabras, sentía que perdían su fuerza y validez, intentaba decirle lo hermosa que era cada vez que encontraba la oportunidad pero sabía que aunque ella aceptaba el cumplido agradecida, no se lo creía del todo, era como si sintiera que no era lo suficiente, desde que empezamos a compartir tanta intimidad lo noté, se guardaba muchas cosas para sí misma temiendo mostrarse por completo, hasta que fue confiando en mí y fue abriéndose poco a poco, liberándose, antes no se permitía reír a carcajadas sin sentir pena por las expresiones que se marcaban en su rostro, procuraba apagar la luz o vestirse rápidamente cuando acabábamos de tener un momento ardiente porque temía que viera sus cicatrices, lunares, vellos, manchas o estrías, creyendo que tal vez dejaría de gustarme, como si eso fuera tan siquiera posible, fue compartiendo más sus pensamientos y emociones conmigo cuando entendió que me fascinaba oír cada cosa que saliera de su boca; ella no necesitaba ser perfecta porque iba mucho más allá de eso, era especial y aunque no muchos hubiesen visto ese brillo extraño y particular que se guardaba muy adentro, aquellos que como yo habían tenido la fortuna de descubrirlo, no podían creer que tantas cosas buenas pudiesen habitar en un solo cuerpo.

Seguía acariciando su espalda haciendo figuras en su piel con mis dedos. —Siempre había querido ir a un motel —confesó de repente, el calor subió por su rostro pintando sus mejillas de rojo.

Sonreí encantado, no me lograba acostumbrar a toda esa revolución de emociones que ella provocaba en mí.

—No hubiese sido capaz de admitirlo a alguien más.

—¿Por qué?

Mordió su labio. —Me daba pena, no sé.

—Dime toda esa lista de cosas que jamás has hecho pero quieres experimentar alguna vez que yo me encargaré de acompañarte en la aventura.

Pasé mi mano por su cabello peinándolo, enredó sus brazos alrededor de mi cuello acercándome hacia ella para darme un abrazo.

—Tú ya has cumplido muchas de esas primeras veces.

Mis labios encontraron los suyos besándolos con ternura, —Y no sabes lo afortunado que me siento por ello.

—Yo no me llevo el crédito de nada... —afirmó resignada.

La miré fijamente. —¿Cómo que no?

—Tú ya me llevas demasiada ventaja, dudo que haya algo que yo te pueda enseñar.

—Me has enseñado mucho y siento que en estos meses, desde que te conocí, he aprendido más cosas que en los años anteriores, me hiciste ver todo con otros ojos y desde una perspectiva totalmente diferente, me ayudaste a descubrir que a pesar de que este mundo esté lejos de ser el lugar ideal en el que anhelaríamos vivir, ahora sé que hay maneras de vivir siendo uno mismo, encontrando su lugar y buscando la felicidad, transformando tu alrededor poco a poco.

Sonrió complacida en silencio, seguimos unos minutos más tendidos en la cama, tomé la sábana colocándola por encima de mi cabeza abalanzándome encima de ella, lanzó un gritó agudo que no detuvo mis planes, la encerré entre la tela haciendo cosquillas en su cuello y costillas, seguía gritando nerviosa e intentaba oponerme resistencia, logró subirse sobre mí mientras luchaba por tener bajo control mis manos, su cabello lacio revuelto caía sobre sus hombros y su pecho, estaba cada vez más largo, me encantaba lo suave, sedoso y brillante que era.

Destinados a encontrarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora