Latido eterno (final)

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Se acostaron uno frente a otro en la gran cama, abrazados y en silencio. Tony miraba con insistencia las delicadas facciones del castaño, pero este se rehusaba a levantar la vista y conectar sus miradas. Detalló pacientemente sus ojos de un marrón más oscuro que el de su cabello, sus pestañas largas y envidiables, su nariz pequeña y definida, sus pómulos firmes pero a la vez tan suaves, sus mejillas redondas que le daban un adorable aspecto aniñado, su mandíbula marcada que contrarrestaba lo anterior, sus deliciosos labios rosados y carnosos que se movían con timidez cada vez que los besaba...

Era hermoso. Mucho más que eso.

Era perfecto.

No entendía cómo su versión adulta no podía verlo. Sí, la diferencia de edad era abismal, pero eso no era un impedimento para apreciar el bellísimo ser humano que era Peter, tanto en apariencia como en personalidad. Estaba seguro de que a sus cuarenta y dos años, no había encontrado a un ser tan increíble como ese que se hallaba acostado a su lado ahora mismo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando ese par de ojos chocolate chocaron con los suyos. No pudo evitar sonreírle al rostro sonrojado y melancólico, para después acercarse y besar sus labios de la forma más tierna y amorosa de la que era capaz. Fue correspondido con la misma intensidad, sin embargo se separó muy pronto.

—Oye —Llamó su atención en un susurro, pues el otro seguía atontado por el beso —Pase lo que pase mañana, quiero que sepas que siempre te amaré, Peter. Siete, diecisiete o cuarenta y dos, no importa la edad. Mi corazón te pertenece, bebé, porque eres el único que lo hace latir —Tomó con suavidad la mano de su pareja por debajo de las sábanas y la colocó encima de su pecho —¿Ves cómo late? Es por ti, lindo, solo tú provocas esto —Sin poder soportarlo, los ojos de Peter se inundaron en lágrimas, pero no soltó ninguna —Cuando todo vuelva a ser como antes, quiero que me busques y pongas tu mano en mi pecho. Quiero que veas que este eterno latido es para ti, es solo tuyo, mi amor —El menor cerró los ojos con fuerza, sintiendo bajo su mano el golpeteo incesante del corazón ajeno. Podía escucharlo a la perfección, y dolía como la mierda saber que el suyo latía con la misma intensidad.

Dolía porque sabía que el corazón del Señor Stark jamás latería de esa forma por él, en cambio, el suyo siempre lo había hecho.

Abrió los ojos y se encontró con la preciosa sonrisa que su novio le dedicaba. Sintió ganas de llorar, no era justo; ¿por qué la vida le daba esperanzas y luego se las quitaba? Le hacía conocer lo que era sentirse lleno, sentirse completo y después se lo arrebataba. Le pasó con sus padres, le pasó con su tío y ahora le pasaría con el amor de su vida. ¿Había hecho algo malo y por eso no podía ser feliz? ¿Por qué tenía que ser castigado con la felicidad al alcance de su mano, pero sin poder hacer nada para obtenerla? Tenía diecisiete años y ya se había resignado.

—Te amo —El tierno susurro lo devolvió a la realidad, y la caricia en su rostro lo hizo darse cuenta de que había dejado escapar una lágrima.

Como puede, le sonríe y se acerca a besar sus labios en un delicado roce.

Yo te amo tres mil.

—¿Tres mil? Vaya, esa es una cifra muy alta —Se carcajeo con ternura el azabache, abrazandolo con fuerza y permaneciendo así el resto de la noche. Tony durmiendo relajado, manteniendo entre sus brazos a su más preciado tesoro, y Peter con la cabeza apoyada en su pecho para escuchar en todo momento los latidos de su corazón, pues cada uno de ellos le pertenecían.

Y sería la última vez que los escucharía.

Esa noche no durmió, pues la incertidumbre de lo que pasaría al despertar le había quitado el sueño. Así que cuando el mayor abrió sus ojos en la mañana se topó con las ojeras marcadas de su acompañante. Ninguno mencionó ese hecho, ni tampoco repararon en que el cuerpo de Stark no había cambiado nada, se saludaron con un beso y una sonrisa, como si fuera un día más.

Maldito niño [Starker]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora