El frenético sonido de la pita y el frenazo del tren lo despertaron de un brinco, estuvo a nada de comerse a una señora que estaba sentada delante; quien le miraba con una mano en el pecho entre espantada y medio molesta por el gesto del chico.
- Perdón, señora-se disculpó a pesar de que no creía que hiciese falta. Después de todo no lo había hecho a posta, aquella señora llevaba desquitándole con su actitud de marquesa desde que se subió allá por la tercera parada; a pesar de ello quería ser educado y por eso se disculpó con una fingida y encantadora sonrisa; porque si hubiese tenido que decidir comerse algo de aquel vagón habría sido el suelo. Se asomó a mirar por la ventana, pero no vio absolutamente nada. ¿Por qué se habría parado el tren en medio de la nada? La señora no paraba de mirarle; parecía sospechar de su cordura; tampoco le extrañaba viniendo de alguien tan insoportable.
Su intrínseca curiosidad y las ganas de perderla de vista lo llevaron a salir del vagón; no sin antes coger sus pertenencias; y sin vacilar se dirigió hacía el maquinista a preguntar qué había pasado y si podrían reanudar la marcha pronto; para la desgracia del resto de pasajeros la marcha no reanudaría en breves ni por asomo. Tras tocar varias veces seguidas en la puerta y no recibir respuesta alguna entró sin permiso y pudo comprobar por sí mismo el por qué no le habían respondido; además de responderse a sí mismo su anterior pregunta: el maquinista estaba muerto.
No hacía falta medirle el pulso, ¿quién mide el pulso de alguien descuartizado? Se quedó petrificado por unos segundos; soltó sus pertenencias en el suelo con tranquilidad y salió dispuesto a llegar al final del asunto.
- Señor perdóname la vida te lo pido...- murmuró a mitad de aquel rastro de muerte que él misno andaba generando; al llegar al final se dio cuenta de que volvía al vagón del que había salido; la señora grito al verlo entrar desmayándose en el acto. Él ladeo la cabeza, miró hacia atrás espantado hasta que vio su reflejo en la ventana; estaba cubierto de sangre; entonces se acordó; y se dijo que nunca más huiría de sí mismo; y prometió llevarse el secreto a la tumba junto a ese tren que reanudaba la marcha por última vez.
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Microrrelatos
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