8. Los buenos reyes nunca sobreviven a las victorias

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El público vitoreaba; la adrenalina le recorría el cuerpo como la llama sobre la pólvora: rápida, ardiente y con posibilidad de explotar. Casi que se podía ver su aliento flamear y sentir a su corazón golpear su pecho como si quisiera salir. Las gotas de agua se entremezclaban con el sudor del pavor momentáneo al que se sumía voluntariamente en cada actuación. Se sentó de golpe en el suelo jadeando para tumbarse en él y gritar sus últimas palabras: "Soy el rey del mundo"; para después perecer por la gracia divina que tiene la mala suerte que ampara a los triunfadores mediocres.

MicrorrelatosWhere stories live. Discover now