Narrado por Terry
—¿Te he dicho ya que he conseguido el papel principal del ballet en la audición que hice? —me comentó Julieta a la mañana siguiente.
Estuve hablando con ella desde que llegué al trabajo, pero no habíamos mencionado el hecho de que me había colgado el teléfono la noche pasada. Más adelante la castigaría por ello... Severamente...solo faltan trece días...
—¿Te lo he dicho o no? —insistió.
—No, y si no vas a decirme cuándo y dónde será la representación, entonces, me da igual.
—¡Oh, Wow! —se rio—. Sigues irritado por lo de anoche, ¿verdad?
—Más bien furioso...
—¿Porque te colgué?
—Porque sé que gritaste cuando alcanzaste el éxtasis y me colgaste porque no querías que te oyera.
Ella se quedó en silencio. —Yo estaba a punto de decir algo cuando Annie entró de repente en mi despacho con una sonrisa en la cara.
—Espera un segundo. —Me puse el teléfono contra el pecho—. ¿Qué quieres, Annie?
—Las entrevistas finales van a comenzar dentro de veinte minutos. —Tiene que acudir ya a la sala de conferencias.
—Iré cuando pueda —repuse, fingiendo que no veía que estaba lanzándome un beso, y esperé hasta que cerró la puerta—. Te llamaré más tarde, Julieta. Tengo una reunión.
—Estamos empatados. —Yo también tengo una reunión.
—¿Con el cliente al que están juzgando por llevar un arma?
—No, algo mucho peor. —Entrevistas de pasantes.
—Debe de ser algo contagioso. —Suspiré al tiempo que me ponía la chaqueta—. Por desgracia, a mí también me toca lo mismo.
—¿Algún consejo que quieras compartir?
—Trata de fingir que estás prestando atención mientras responden a las preguntas, y asegúrate de tener batería en el celular para poder comprobar las respuestas en Internet.
—No, para mí no. —Se rio—. Para los pasantes. Algo que les pueda decir si alguno se pone nervioso.
—Oh... —Me encogí de hombros—. Diles mi lema.
—¿Y qué lema es ese?
— "Es lo que es".
—¿Por qué te habré preguntado?
—Porque siempre digo la verdad. —Y colgué.
—¿Señor Granchester? —Annie entró otra vez en mi despacho—. Quieren que eche un vistazo por encima a los currículos antes de comenzar.
—Ya voy. —La seguí hasta la sala de conferencias, donde Jeremy Britter y Albert Ardley estaban esperándome, y me senté al lado de mis socios.
—Qué milagro verte fuera del despacho, Terry —se rio Jeremy.
—Sí —corroboró Albert—. Gracias por agasajarnos hoy con tu presencia. —Sabemos lo mucho que te gusta ser sociable —añadió con ironía.
Puse los ojos en blanco.
—¿Por qué tenemos que entrevistar nosotros tres a los pasantes? ¿De qué nos vale tener un departamento de recursos humanos si son los socios los que hacen el trabajo duro?
—Esta empresa es como una gran familia, Terry —replicó Jeremy Britter con severidad, ya se trate de un pasante, de una secretaria o del joven que viene por la noche a limpiar los despachos, quiero que todos se sientan como si formaran parte de ella. ¿Lo entiendes?
—No pienso responder a eso —dije—. ¿A cuántos vamos a admitir este año?
—No muchos. —Jeremy me tendió una carpeta—. Hemos seleccionado a seis, ahora nos toca reducirlos a cuatro. —Añadiremos dos más el próximo semestre.
—Hmmm... —Abrí las documentaciones y fingí prestar atención mientras hablaban de los logros de cada solicitante.
—¡Vamos a comenzar! ....—Annie, ...Jeremy apretó el botón del inter comunicador....puedes hacer pasar al primer solicitante.
Cuando se abrió la puerta, esperaba ver a la típica universitaria estirada, ataviada como una monja y con una sonrisa forzada, pero la mujer que entró no respondía a ese perfil.
Con un vestido de color gris claro que se ceñía a sus caderas era una de las chicas más atractivas que hubiera visto en mi vida. —No pude apartar la vista de ella.
Tenía los ojos color verde, justo del mismo tono que el collar de esmeraldas que rodeaba su cuello. —Llevaba el cabello suelto y algunas hebras le rozaban los pechos. Noté que se movían sus labios, de brillante color rosa y hechos para ser devorados..., pero no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
Estaba demasiado concentrado en el tirante del sujetador rosa, que se le había deslizado por el hombro y asomaba por debajo del vestido, cuando sus ojos se encontraron con los míos. —Arqueé una ceja y ella se sonrojó, pero al instante apartó la vista y miró a mis socios.
—Bienvenida a BAG, señorita White —la saludó Jeremy.
--Señorita White —la saludó Albert—. Nos alegramos mucho de que permita que la entrevistemos, aunque, como ya sabe, en este momento, solo podemos seleccionar a cuatro pasantes para que realicen las prácticas en nuestro bufete.
—Soy consciente de ello, señor. —Sus ojos se volvieron a encontrar con los míos y mi entrepierna empezó a palpitar.
Traté de reprimir las imágenes que inundaban mi cerebro, visiones en las que me tiraba a esa mujer inclinada sobre la mesa, en las que la agarraba contra la pared del despacho, en las que le ataba las manos por encima de la cabeza y me pasaba la noche torturándola con la lengua, pero no fui capaz de detenerlas. —Cada una de las escenas se disolvía para formar otra, y antes de que pudiera impedirlo, la había desnudado con la mirada y no había nadie más en la sala, solo nosotros dos.
¿Qué demonios te pasa, hombre? ¿Cómo puedes sentirte atraído por una estudiante? ¿Por una pasante?.
—Bien, entonces vamos a empezar. —Albert interrumpió mis pensamientos—. Terry, ¿te importaría empezar con la primera pregunta?
—No —repliqué, tratando de ignorar la forma en la que la señorita White se alisaba el vestido sobre los muslos.
Mi socio me dio un empujón con la pierna por debajo de la mesa.
—Familia... Terry... Familia...
Hice una mueca.
—¿Por qué razón quiere ser abogada, señorita White?
—Disfruto arruinando a la gente —repuso ella—. E imagino que es mejor cuando te pagan por ello.
Curvé los labios en una sonrisa mientras Jeremy y Albert se reían.
—Hablando en serio, señores—continuó—, provengo de una familia de abogados y jueces, es lo que he vivido en casa desde pequeña. —Sé que el sistema judicial está lejos de ser perfecto, pero no hay nada que me haga más feliz que poder disfrutarlo en todo su esplendor. —Trabajar por el bien de la sociedad es una sensación exquisita.
—Buena respuesta —dijo Jeremy—. Ahora, si le parece, le haremos una serie de preguntas con respecto a los casos reales que le enviamos. ¿Ha sido capaz de estudiarlos todos?
—Sí, señor.
—Perfecto. —Pregunta número uno: Su cliente entra en un banco federal con un arma cargada en el bolsillo. —Cuando tropieza con un desconocido, el arma se dispara, hiriéndole en la pierna. ¿Cómo se declara su cliente ante los cargos que presentó la fiscalía?
—¿Cómo? —Lo miré—. Jeremy, ¿podrías repetir la pregunta?
—¿Completa?
—Todo lo que acabas de decir.
Asintió y repitió sus palabras, enfatizando más la parte en la que indicaba que era delito entrar en un banco con un arma cargada.
De inmediato, recordé la conversación que mantuve anoche con Julieta. Sonreí, pensando que quizá su amigo protagonizaba un titular en las noticias locales, y tal vez se estaba presentando ante mí la oportunidad de averiguar quién era sin que me lo dijera. —Saqué el celular de mi bolsillo y empecé a teclear por debajo de la mesa de reuniones, escribiendo en Google:
"Hombre se dispara a sí mismo en entidad federal en Chicago, Illinois.
No apareció nada relevante.
—¿Cómo se declara su cliente, señorita White? —preguntó de nuevo Jeremy.
—No admite los cargos —replica ella con rapidez.
—¿No admite los cargos? —Jeremy parecía impresionado—. ¿Por qué?
—El cliente no tiene licencia de armas, así que es muy probable que en el juicio el fiscal intente que parezca que llevó esa arma al banco por alguna razón. —Da igual que solo se haya dañado a sí mismo, se enfrenta una pena de prisión, por lo que lo mejor sería evitar el juicio y tratar de llegar a un acuerdo en los mejores términos posibles.
Parpadeé, negándome a creer que su respuesta fuera otra cosa que una coincidencia. Realmente, en cuanto ella se puso a explicar su razonamiento con más detalle, fue evidente que se trataba de una estudiante. —Solo alguien tan inexperto podía justificar ese caso con una apelación emocional, después de haber dicho que no admitía los cargos.
Mientras Jeremy y Albert seguían soltando preguntas, busqué en Google variaciones de un caso federal sobre tenencia de armas:
"Hombre dispara en un banco", "no admiten cargos en el caso de entidad federal"
"Un hombre se dispara a sí mismo en un banco".
Nada.
—Señorita White, ¿sigue la carrera de algún abogado y lo considera un modelo a seguir? preguntó Albert.
—Sí, en realidad sí —repuso ella—. Siempre he admirado la trayectoria de Terrence Graham.
—¿De Terrence Graham? —arqueé una ceja—. ¿Y ese quién es? —Por lo general, los estudiantes se limitaban a nombrar un juez federal, un fiscal de conocido prestigio o uno de los fiscales de familia. Pero ¿un abogado desconocido? Eso nunca.
—Bueno, hizo historia como el abogado más joven en descubrir una conspiración gubernamental, y además, él...
No seguí escuchando el resto de su respuesta. —Se me había ocurrido otra frase para Google.
¿Por qué no aparece ese maldito caso? —Si se trata de un disparo en un banco federal, debería ocupar la primera página en todos los periódicos...
—Interesante elección, señorita White —aseguró Albert mirándome por el rabillo del ojo —. ¿Tiene algún mentor que le oriente en la profesión además de los miembros de su familia?
—Sí.
—¿Mantiene una relación cercana con esa persona? Si es así, ¿con qué frecuencia habla con él o ella?
—Estamos en contacto casi todos los días, la verdad es que somos muy buenos amigos.
—¿Podemos ponernos en contacto con su mentor? ¿O que nos envíe una carta de recomendación? —Albert se había quedado realmente impresionado con esa chica, así que el trabajo era suyo. —Incluso se podría prescindir de la segunda tanda de preguntas, no eran necesarias.
—Estoy segura de que estaría dispuesto a hacerlo si fuera necesario —dijo mientras yo hacía una nueva búsqueda en la red.
—Genial. —Una cosa más: ¿podría decirnos cuál fue el último consejo que le dio su mentor?
Miré el reloj. —En cuanto termináramos las entrevistas, iba a llamar a Julieta para preguntarle por ese caso. —Quizá había distorsionado algunos detalles para seguir manteniendo su identidad en secreto.
—Cuando le hablé de lo nerviosa que estaba por esta entrevista —dijo la señorita White con suavidad—, me dijo: "Es lo que es"
Alcé la cabeza de golpe.
—¿Es lo que es? —Albert se llevó la mano al pecho mientras se reía—. ¡Parece una de las frases que tanto le gusta decir a Terruce! —Me dio una palmada en el hombro—. ¿No es cierto, Terry?
—Sí. —Miré a la señorita White con los ojos entrecerrados—. Parece una de mis frases...
Ella se puso un mechón de cabello suelto detrás de la oreja.
—Estoy segura de que a mi mentor le gustará saber que hay alguien que disfruta de su extraño sentido del humor.
—Por favor. —La estudié mientras ella respondía con fluidez a las siguientes preguntas, sin apenas parpadear con sus grandes ojos verde esmeralda cuando se hicieron más difíciles. —Y cuanto más la oía hablar, cuanto más me fijaba en su forma de expresarse, más familiar me resultaba. —Tuve que esforzarme para no estallar.
Podía pasar por alto una coincidencia, pero ¿dos? Era jodidamente improbable.
Mientras le preguntaban por las citas que más le inspiraban, busqué el número de Julieta y lo marqué. —Sabía que nunca silenciaba el teléfono, aunque no me había explicado nunca la razón. —Tenía que saber si lo que se me acababa de ocurrir era cierto o si mi mente estaba jugándome una broma cruel.
Miré la pantalla mientras conectaba contando los segundos, y cuando vi que sonaba tres veces, solté un enorme suspiro de alivio. —Pero en ese instante, un repique llenó la habitación.
—Perdón. —Las mejillas de la señorita White se pusieron de color rosa mientras recogía el bolso—. Tengo la extraña manía de no silenciar nunca mi celular... y me olvidé de dejarlo en el auto. —Sacó el teléfono y esbozó una leve sonrisa cuando miró la pantalla. Luego ignoró la llamada.
《¡Qué demonios!》
—No se preocupe, suele ocurrir —se rio Jeremy—. De todas formas ya habíamos terminado. —Ha servido para que podamos poner punto final a la entrevista. ¿Algo más por tu parte, Terruce?
Miré a "Julieta"... —Me sentía confuso, enfadado y, por desgracia, excitado al mismo tiempo.
—¿Terruce?
—Nada más —repuse, dándome cuenta de que ella se había sonrojado de nuevo—. No tengo ninguna pregunta más.
Tanto Jeremy y Albert se levantaron y sonrieron mientras le estrechaban la mano, pero yo me quedé sentado.
No podía creérmelo.
Julieta no era una pelirroja de ojos azules como me había dicho por teléfono, no era una abogada en ejercicio..., solo una condenada mentirosa.
—¿Señor Granchester? —Estaba de pie frente a mí y me tendía la mano—. Gracias por haberme entrevistado hoy. —Ha sido un auténtico placer conocerlo.
—El placer ha sido todo mío. —Le estreché la mano intentando ignorar lo suave que resultaba al tacto—. Buena suerte.
Asintió y se despidió de los tres una vez más antes de salir de la sala de reuniones.
Mientras Jeremy y Albert comentaban lo impresionados que les había dejado esa entrevista, me obligué a mirar el currículo de la señorita White.
Se había matriculado en dos especialidades : preparatoria de leyes y ballet.—Hacía unos días que la habían elegido como protagonista para El lago de los cisnes, y formaba parte del diez por ciento de estudiantes más brillantes de su curso. —En la carpeta había al menos diez cartas de recomendación, todas de abogados con una reputación impecable. Incluso había una de la nueva ayudante del fiscal.
Por sorprendentes que fueran sus logros personales, para mí solo destacó un dato: tenía veinticinco años.
Veinticinco malditos años
A pesar de que fuera la más aventajada de los estudiantes, no era una abogada en ejercicio...—Era una pasante...
Esa noche, ignoré el mensaje de texto de Julieta:
“Si no has encontrado a otra pobre desgraciada con la que quedar esta noche, llámame al leer el mensaje”
Estaba demasiado enfadado para hablar con ella. —Después de todas las horas que pasamos al teléfono, de todas las veces que le había dicho lo mucho que odiaba a los mentirosos, ella me había mentido. —En repetidas ocasiones.
Mi primer impulso fue oponerme a ofrecerle el puesto, pero luego no me atreví. Cuando terminamos la última entrevista del día, la elección era unánime: Candice White
Sin embargo, mientras sopesábamos los pros y contras de otros candidatos, me iba enfadando más conmigo mismo por no haber empezado a sospechar algo raro ante las reiteradas mentiras de Candice.
A lo largo de los seis meses que llevábamos en contacto, algunas preguntas habían resultado demasiado simples. —A veces, me habían hecho sospechar algo raro, pero jamás les dediqué un segundo pensamiento. —Ella había mencionado un par de veces la universidad de Chicago, pero nunca durante mucho tiempo, y siempre hablaba como si fuera allí donde se había graduado. —A pesar de eso, su constante parloteo sobre lo mucho que deseaba la aprobación de sus padres y los sentimientos encontrados que tenía a la hora de elegir danza o leyes deberían haber sido un claro indicativo de que no era oro lo que relucía.
Llegados a ese punto, no sabía por qué me sentía más molesto: si por el hecho de que no fuera abogado, de que todavía estuviera en la universidad o de que me hubiera mentido sobre su aspecto físico.
Cuando me bebía el sexto whisky de la noche, me di cuenta de que lo que más me irritaba era la última mentira, aunque resultaba irrelevante en el gran esquema del engaño. —Ella respondía, sin duda, a mi tipo..—La deseé en el mismo segundo en el que entró en la sala de reuniones, antes de saber quién era en realidad..., antes de conocer su edad.
Vacié el vaso antes de que empezara a sonar mi teléfono. —Era ella.
Puse los ojos en blanco y, sin tomar el celular de la mesa, busqué uno de mis últimos habanos y salí al balcón. —Necesitaba pensar.
Esa noche, el cielo estaba completamente negro y sin estrellas, y la luna permanecía oculta detrás de una cortina de nubes oscuras. —A pesar de lo mucho que quería negarlo, el cielo estaba muy parecido a cierta noche de hacía seis años.
A la noche en que mi vida cambió para siempre, la noche en la que me quedé roto, destrozado y entumecido. —Todo por culpa de las mentiras: una lista de desgarradoras e inconcebibles mentiras.
Traté de evitar caer en los recuerdos, pero todavía oía esa voz tensa y entrecortada en mi cabeza:
"Terruce..., tienes que ayudarme... Tienes que sacarme de aquí. Por favor, Terruce, sálvame"
Sacudí la cabeza al tiempo que bloqueaba el resto del recuerdo. Al contrario que seis años antes, ahora era yo quien tenía el control de la situación, y que Julieta me hubiera mentido significaba el final de nuestra amistad.
No había ninguna justificación para lo que había hecho, pero antes de cortar por lo sano, le haría pagar con creces haberme mentido. —Solo tenía que descubrir cuál era la mejor manera de hacerlo.
***************************
Dos semanas después.....
—¿Señor Granchester? —Candy dejaba el café sobre mi escritorio. —Insistí personalmente en que fuera mi pasante, a pesar de que solo era necesario que la viera para enfadarme.
Me hice el propósito de no hablar mucho cuando ella estaba cerca, de no mirarla durante demasiado rato y de ser más cruel que nunca, incluso al punto de resultar desdeñoso. —Le encargué que se ocupara de mi café, exigiéndole que lo repitiera por lo menos tres veces en cada ocasión, y cada vez que solicitaba mi ayuda, le respondía de la peor manera que me era posible.
No parecía molesta u ofendida por mi dureza, lo que me enfurecía todavía más. Pensé que verla trabajar para mí, sometiéndola a esa presión, conseguiría que mi atracción por ella se desvaneciera, pero se hacía más intensa cada vez que veía su rostro...—En especial hoy.
Cuando me puso el café sobre el escritorio, me di cuenta de que sus pezones pugnaban contra la fina tela del vestido color beige, que estaba confeccionado en un género tan sutil que también marcaba el borde de las bragas de encaje...maldije por lo bajo.
—¿Señor Granchester? —insistió una vez más.
—¿Qué quiere, señorita White?
—Hoy tengo un ensayo importante con el ballet del que formo parte, así que me preguntaba si... —parecía muy nerviosa— si puedo salir hoy un poco antes.
—No.
Suspiró...—De verdad... Tengo que asistir al ensayo. Es en el Gran salón
—¿Y?
—Y eso significa —replicó tras aclararse la garganta—, con el debido respeto, señor Granchester, que es algo importante para mí. —El Gran salón está reservado por lo general para las actuaciones, por eso cuando lo abren y permiten que se utilice para un ensayo quiere decir que...
No estaba escuchándola. —Quería volver a concentrar la vista en mi trabajo, dejándole claro que la estaba ignorando. —Sin embargo, no pude. —Estaba demasiado ocupado admirando el contorno de su boca.
—Creo que he hecho valer unas razones legítimas —por alguna razón, ella seguía hablando—, y como no estoy pidiéndole demasiado, debería dejarme salir antes.
—Señorita White, regrese al trabajo.
—Señor Granchester, por favor...
—Vuelva-al-trabajo. —La miré, desafiándola a que soltara cualquier otra palabra con aquella seductora boca—. Su vida personal me importa un bledo. —Le pago para que trabaje veinticinco horas a la semana, por lo que va a tener que esmerarse hasta el último minuto, y va a hacerlo cuando yo se lo digo. —Por lo tanto, vuelva a su mesa.
Me quedé mirándola durante unos segundos, y no pude dejar de percibir las lágrimas que inundaban sus ojos.
—Al salir puede coger un pañuelo de papel de esa caja —la invité.
Ella sacudió la cabeza, dio un paso atrás y se dirigió a la puerta.
—Le pediré al señor Ardley si puedo salir un poco antes. —No quiero faltarle al respeto.
—¿Perdón? —Me puse en pie—. ¿Qué acaba de decir?
Candy continuó acercándose a la puerta, y sus tacones cada vez repiqueteaban más rápido en el suelo. —Antes de que pudiera girar el pomo de la puerta, la obligué a darse la vuelta y mantuve la puerta cerrada apoyando en ella la mano.
—No me gustan las insubordinaciones, señorita White.
—No es necesario que se preocupe por eso. —Tenía la cara roja y los rasgos contraídos por la ira—. Pienso pedirle al señor Ardley que me ponga de pasante con otra persona, porque me niego a trabajar con usted.
—Buena suerte, pero solo yo quería encargarme de usted.
—Lo dudo mucho.
Cuando trató de alejarse, le agarré las manos y se las sujeté por encima de la cabeza.
—Fui la mejor en la entrevista, y los dos lo sabemos —susurró—, y puesto que eso es un hecho, no tengo por qué soportarlo más. —Parecía a punto de escupirme en la cara—. Usted es un idiota cruel, frío y condescendiente, y no he aprendido nada con usted. Dudo mucho que llegue a hacerlo.
—Cuide esa boca. —Todavía sigo siendo su jefe.
—Era mi jefe, en pasado.
Apreté las manos alrededor de sus muñecas y la miré directamente a los ojos al tiempo que presionaba mi torso contra sus senos.
—Candice, te voy a decir lo que está a punto de ocurrir. —Vas a volver a tu mesa y vas a permanecer allí hasta que termine el día; solo te levantarás para traerme otra taza de café cuando te la pida. —Vas a informar al director del ballet de que irás al ensayo cuando termines de trabajar y no hablarás de nada con el señor Ardley, porque en este bufete no nos gusta que los pasantes vayan con quejas y lloriqueos.
—Creo que hay una primera vez para todo. —Apartó la mirada y entrecerró los ojos mientras su pecho subía y bajaba.
—Candice...
—Señor Granchester, suélteme o empezaré a gritar. —No ha escuchado nada de lo que he dicho porque sin duda sugiere que...
Le apresé los labios con los míos para que se callara de una buena vez al tiempo que le mantenía las manos firmemente sujetas por las muñecas y le apretaba el cuerpo contra la puerta con las caderas.
Murmuró algo mientras le metía la lengua en la boca, mordiéndole el labio inferior tan fuerte como pude. —Sin pensar, le solté las manos y la agarré por la cintura, apretándola contra mí mientras deslizaba la mano por debajo de la falda.
Metí los dedos debajo de las bragas, rozando el encaje con suavidad. Luego, muy despacio, lo empujé a un lado y le acaricié con mi dedo y luego lo introduje un poco.
—Aush... —se quejó, lo que me llevó a morderle el labio otra vez.
Estaba húmeda, empapada y resbaladiza, pero a pesar de lo mucho que quería tomarla contra la puerta hasta que perdiera el sentido, hasta que se olvidara incluso de su nombre, arranqué mi boca de la de ella.
—¡Fuera de mi despacho!
—¿Qué? —preguntó ella jadeante, con los ojos desorbitados por la sorpresa.
—Vete a ese ensayo tan importante.
—Señor Gran...
—Date prisa, antes de que cambie de opinión. —Me aparté y abrí la puerta—. Vete.
No dudó en salir, y tan pronto como se fue supe que esta disposición no iba a funcionar durante mucho más tiempo. —Tenía que asignarla a otro abogado o acabaría echándola.
Horas después, cuando llevábamos la mitad de la jornada laboral, me di cuenta de que había recibido un nuevo mensaje de Julieta. —Fruncí el ceño y cambié el nombre por el de Candice en la agenda del móvil antes de leerlo.
—¿Dónde te has metido las dos últimas semanas? ¿Estás bien? Te he llamado y enviado algún mensaje, pero no me has respondido. Estoy muy preocupada por ti... Si lees esto, di algo, lo que sea.
No quería responder, pero con el sabor de su boca todavía en mis labios, me di por vencido.
—Estoy bien. —Acabo de enterarme de algo muy importante y estoy tratando de encontrar la manera de asimilarlo.
—¿Algo serio?
—Muy serio.
—Lo siento... ¿Quieres que te cuente algo que te hará sentir mejor?
—Dudo que haya algo que me haga sentir mejor en este momento.
—¿Apuestas algo?
—A ver...
—Mi jefe acaba de besarme. —Creo que es por eso por lo que me trata tan mal. —Quiere acostarse conmigo.
—No creo que tu jefe quiera acostarse contigo...
—Te aseguro que sí. —Estaba duro mientras me besaba, y me mordió los labios, agarrándome como si quisiera poseerme... —Jamás había estado tan húmeda en mi vida...
Vacilé.
—¿Por qué piensas que eso hará que me sienta mejor?
—Porque durante todo el rato he imaginado que eras tú. —Te echo de menos.
Apagué mi teléfono de inmediato. —No sabía qué demonios estaba intentando ella, pero no iba a picar.
¿He imaginado que eras tú? ¿Te echo de menos?... resonó en mi cabeza una y otra vez
No iba a responder a sus llamadas ni a sus mensajes durante mucho tiempo. Aunque tuviera una boca hecha para besar.
Continuará...
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Y Llegaste Tú
FanficTerrence Granchester, es un prestigioso abogado que esconde un secreto, el cual, lo obligó a autoexiliarse de la ciudad que un día lo vio triunfar, y otro lo vio hundirse en la desesperanza, que lo convirtió en un hombre insensible que buscaba su p...