Narrado por Candy
No podía dejar de recordar cómo me había besado el señor Granchester el otro día, cómo me había apretado contra su pecho mientras me hundía la lengua en la boca.
Desde entonces, solo podía pensar en volver a besarlo, y la idea invadió mi mente durante todo el día. —Incluso cuando le había servido la última taza de café, sentí la tentación de rodear el escritorio para besarlo nuevamente. Desde que era su pasante, se había portado conmigo de una forma horrible, aunque siempre consideré que era una técnica para entrenarme, una manera de descubrir si podía trabajar bajo presión. Hasta el día que me besó.
—Hubo algo intangible en su beso; palabras no pronunciadas, un deseo reprimido. —Me hizo pensar que las miradas de desprecio que me lanzaba con frecuencia, entrelazado con deseo, significaban algo más..
Puse un agitador de plástico en su café y carraspeé...—Señor Granchester, ¿necesita algo más?
No hubo respuesta y me mantuve firme mientras esperaba que me mirara. —Quería ver su expresión.
Ese día se había puesto un traje gris de tres piezas con una corbata de seda plateada que le hacía tener un aspecto más devastadoramente atractivo que nunca.
—¿Algún problema, señorita White? —Lo vi apretar los puños por encima de la mesa; parecía que estaba haciendo todo lo posible para actuar como si mi presencia no le perturbara. —Pero le afectaba, y era evidente.
Sabía que iba a levantar la vista en cualquier momento, así que di un paso atrás para asegurarme de que veía el vestido azul claro que me puse en su honor. Sin embargo, mantuvo la cabeza baja.
—No, señor.
—Entonces, salga de mi despacho. —Cuando me traiga la próxima taza de café, necesitaré que venga acompañada del informe que ha redactado sobre el caso Robinson. Lo quiero aquí a las cuatro en punto.
—Ese caso me lo dio ayer. —Me dijo que podía tomarme el tiempo que necesitara.
—Debe de haberme entendido mal. —Puede tomarse todo el tiempo que necesite del día de hoy. —Aquí la situación cambia de un momento para otro, y esa es la razón de que algunos no podamos salir temprano. —A las cuatro en punto.
Me quedé sin palabras. —No había manera de que pudiera leerme y resumir un caso de trescientas páginas para el final del día.
—¿Ha perdido audición entre ayer y hoy? —Por fin alzó la cabeza; su mirada era inexpresiva—. Necesito completo silencio cuando trabajo, y el sonido de su jadeante respiración está impidiendo que me concentre. —Entrecerró los ojos sin dejar de observarme—. Fuera de aquí. —Vaya a terminar el informe y tráigalo con el café. Si no lo hace, está despedida.
En ese momento, decidí con rapidez que era bipolar, y que cometía un error al imaginar que aquel beso significaba que existía cierta atracción entre nosotros. —Me di la vuelta para salir de su despacho y me fui a la sala de descanso.
Lo que estaba claro era que no iba a conseguir finalizar el informe sobre el caso Robinson para el final del día.
Saqué el celular del bolsillo y me desplacé entre los mensajes para comprobar si Romeo me había respondido los mensajes que le envié por la mañana.
Suspiré al ver que no era así. —Decidí llamarlo, necesitaba que alguien me dijera que mi vida no iba a terminar hoy, cuando me despidieran.
Sonó un par de veces, y luego saltó el buzón de voz.
—¿Le había dado al botón para ignorar mi llamada?.
Le envié un mensaje de texto.
¿Qué te pasa últimamente? ¿Es que la falta de sexo te lleva a actuar como un idiota conmigo? ¿Es tan mala la abstinencia? ¡¡¡Dime algo!!!
Esperé su respuesta, pero no llegó, así que me hundí en el sofá de la sala de descanso. Ni siquiera tenía sentido que intentara terminar el informe, así que me iba a quedar allí sentada, relajada, y cuando dieran las cinco, recogería todas mis cosas y me iría.
Podía encontrar otro lugar en donde hacer las prácticas en menos de dos semanas o, en el peor de los casos, pedirle al jefe de departamento que me permitiera realizarlas en el bufete de mis padres.
Cerré los ojos y me apoyé en el cojín, deseando poder dormirme y que al despertar todo fuera una pesadilla.
—¿Candy? —Alguien me sacudió el hombro cuando estaba a punto de conseguirlo.
—¿Sí? —Abrí los ojos. —Era Annie.
—Llevo buscándote por mucho tiempo. El señor Granchester quiere hablar contigo.
Arqueé una ceja...—¿Quiere más café?
—Seguramente. —Se encogió de hombros—. Está un poco raro desde hace unos días. Apresúrate, vamos, no quiero que se enoje más. —Abrió la puerta y me levanté, pasando por delante de ella.
Ni siquiera sabía si debía ir a su despacho. —Por otra parte, ver la expresión de su rostro cuando le dijera: "Jódete.. me largo" era una experiencia demasiado buena para no aprovecharla. —Forcé una sonrisa y llamé a su puerta.
—Adelante —dijo con voz severa.
Me deslicé en el despacho esperando que me tendiera la taza vacía, y lo vi sentado detrás del escritorio, mirándome.
—Tome asiento —indicó.
Ocupé la silla al otro lado de la mesa, segura de que iba a echarme un rollo por algo, una forma como otra de liberar aquellas tendencias bipolares, pero no lo hizo. Se limitó a seguir contemplándome.
Odié el efecto que sus ojos tenían sobre mi cuerpo, y aunque tenía muchas ganas de preguntarle qué quería, no podía conseguir que mis labios pronunciaran una palabra.
Sin decir nada, se puso en pie de repente y rodeó el escritorio hasta apoyar las caderas en el borde, justo a mi lado, de tal forma que sus rodillas y las mías se rozaron.
—Se supone que los abogados son personas íntegras, ¿verdad? —susurró.
—Sí.
—Mmm... —Se inclinó hacia delante—. Que nunca deberían ocultar la verdad de forma voluntaria a alguien que supuestamente les importa, ¿cierto?
—Depende... —Noté que me costaba respirar y que el corazón me latía a cien por hora.
—¿Depende? —Se echó un poco hacia atrás—. ¿De qué depende?
—Si la verdad puede dañar o herir a alguien de forma innecesaria, creo que es mejor no decirla.
—¿Y en el caso de que alguien hubiera pedido que se la dijeran en reiteradas ocasiones? ¿Si alguien hubiera dicho claramente —quiero saber la verdad, no importa lo que duela o lo mucho que pueda llegar a enojarme?
¿A dónde quería llegar con esto? Pensé
—Señor Granchester, ¿se refiere a si un testigo potencial puede cambiar su declaración en el estrado?
—No... —Me pasó los dedos por la clavícula, dejando un rastro ardiente—. Se trata de una investigación personal. —Necesito una opinión externa. —Responda a la pregunta.
—Bien, creo que... —Contuve la respiración cuando él me puso la mano en el muslo y deslizó los dedos por debajo de la falda—. Creo que en ocasiones es necesario mentir, y que algunas verdades no se pueden decir. —La dificultad está en poder discernir lo más adecuado en cada momento.
—Por lo tanto, ¿cree en la duda razonable?
—Sí, en algunos casos, sí.
—¿Qué ocurre en nuestro caso? —Movió la mano lentamente por debajo de mi falda, subiéndola cada vez más por el muslo.
—¿En nuestro caso?
—Sí —dijo—. Creo que tú y yo nos vemos enredados en este momento en una red de desafortunados engaños.
—No... —protesté, confusa y sin aliento—. No estamos enredados en ninguna red de engaños.
—Te aseguro que sí lo estamos, Julieta... —Me atrajo hacia delante por el collar de perlas que llevaba al cuello—. Es el caso de una mujer que se hizo amiga mía por Internet, pero ha resultado ser alguien completamente diferente a la persona que me dijo que era... Por lo tanto, en este caso, nuestro caso, ¿te parece que debemos considerar una duda razonable?
Jadeé, sintiendo que cualquier rastro de color desaparecía de mi rostro. —Se me detuvo el corazón y luego comenzó a palpitar de una forma tan violenta que pensé que se me iba a salir del pecho. —Abrí los ojos como platos.
—Se te ha dado muy bien cubrir tu rastro durante mucho tiempo, debo concedértelo, continuó él—, pero estaba seguro de que habíamos hablado largo y tendido de lo que pienso de los mentirosos. ¿Lo hemos hecho o no?
Murmuré algo por lo bajo cuando incrementó la presión sobre las perlas, tirando de mí para acercarme de forma que nuestras bocas casi se rozaban.
—¿Tienes pensado contestarme, Candice? ¿No estás cansada de esta maldita farsa?
—Nunca se me ocurrió que... —tartamudeé. Traté de apartar la mirada, pero la presión de su mano me impidió hacerlo—. Lo siento mucho...
No dijo nada más. —Me miró a los ojos, en busca de algo que no encontró.
—Una vez que alguien me miente —dijo en voz baja, echándose hacia atrás—, para mí está muerto para siempre. ¿Recuerdas que te lo dije?
—Sí...
—Por lo tanto, ¿puedo deducir que siempre has elegido la mentira por encima de nuestra amistad?
—No quería conocerte en persona...
—De eso ya me he dado cuenta —siseó.
—Si hubiera sabido quién eras en realidad... —estaba a punto de derrumbarme delante de él— nunca habría...
—Cállate —me interrumpió—. Ya he oído suficientes mentiras. —La cuestión es que, dado que no compartimos los mismos puntos de vista, no eres digna de ser mi pasante. Hasta nuevo aviso, serás la ayudante de mi secretaria.
—¿Estás rebajándome de categoría?
—No se trata de rebajarte de categoría. —Es la manera de perderte de vista.
Me dio un vuelco el corazón...
—La relación que manteníamos online, o lo que demonios fuera, ha terminado. No quiero saber nada de ti fuera de estas paredes —dijo con firmeza.
—Romeo...
—Para usted es señor Granchester, señorita White —dijo haciendo
énfasis en las palabras, mientras me miraba—. SE..ÑOR..GRAN.. CHES..TER.., ¿está claro?
—De verdad, lo siento. —Tienes que creerme. —Jamás se me ocurrió que esto pudiera llegar a pasar.
—Tómese todo el tiempo que necesite para realizar el informe del caso Robinson—dijo, haciendo caso omiso de mi disculpa mientras dejaba de tutearme. Me soltó el collar—. Tiene hasta finales de la semana que viene. —A partir de hoy, dejará el café en la estantería. —No quiero verla cerca de mi escritorio.
—Terruce...
—No tenemos confianza suficiente para tutearnos. —No vuelva a llamarme así.
—Deja que te explique cómo...
—No hay explicación que valga. —Me ha mentido, y para mí ya no existe. —Váyase. Ya.
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas...—Cuando te dije que eras mi único amigo, lo decía en serio... —Se supone que los amigos se dan la oportunidad de rectificar. —Déjame explicarte por qué tuve que mentirte...
—Yo jamás me relaciono con mentirosos. —Sabiendo que eso es justo lo que usted es, no me importa por qué sintió necesidad de engañarme. —Váyase de mi despacho.
Me levanté mientras lo miraba a los ojos, rogándole con ellos que me escuchara, que me dejara explicarle, pero se alejó de mí.
—¿Annie? —dijo tras agarrar el teléfono—. ¿Podrías indicarle a la señorita White la salida de mi despacho? Y ya que estamos hablando, ¿podrías decirle al conserje que revise el suelo, a ver si se ha caído pegamento?
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Permanecí de pie debajo de los chorros de agua caliente, dejando que me entibiaran la piel mientras lloraba. —Justo después de salir del despacho de Terruce, me dirigí al departamento de recursos humanos para decir que no me sentía bien y me ausentaría durante el resto del día.
Fui directo a la academia de baile y me encerré en una de las salas privadas de ensayo, donde bailé hasta que dejé de sentir los pies. —Supuse que mis compañeros debieron de pensar que estaba loca al verme sollozar mientras daba vueltas, pero no me importó; necesitaba arrancar de mi mente todo lo referente a Terruce, "Romeo & Julieta"
Mientras dejaba que el agua siguiera cayendo sobre mi piel, cerré los ojos.
—¿Desde cuándo lo sabe? —murmuré. Recordé las dos últimas semanas, en las que Romeo estuvo menos hablador de lo habitual, la forma en la que me había ignorado y... de repente lo supe.
—En la entrevista...
Todavía recordaba perfectamente que ver a Terruce en persona me había hecho comprender que no existía ninguna imagen capaz de capturar con precisión lo sexy que era en realidad. —Me había sonrojado en el segundo en que sus ojos se encontraron con los míos. —Durante la entrevista no me había parecido que actuara de forma diferente hasta que me acordé de aquella llamada telefónica...
No sabía por qué volvía ahora a mi memoria, pero mientras el señor Ardley y el señor Britter se habían reído de la inesperada llamada, Terruce se había limitado a mirarme.
Su expresión fue de una sorpresa total y absoluta. —Y al final de la entrevista, cuando me acerqué a su lado, su mirada no era de curiosidad, sino penetrante.
Me sequé las lágrimas, cerré el grifo y salí de la ducha. —Me envolví en una toalla e hice lo mismo que siempre hacia cuando me sentía triste: pedir un sándwich y servirme un par de martinis.
Justo cuando estaba acabando el primero, sonó un golpe en la puerta. —Me di cuenta de que las llaves de color rosa, cortesía de mi olvidadiza y siempre ausente compañera de apartamento, estaban encima de la encimera, y supe que se trataba de ella...Siempre dejaba algo...
—¿Tanto te costaría comprobar que lo llevas todo antes de...? —me interrumpí al abrir la puerta.
Ante mí estaba Terruce y su expresión era de rabia absoluta. —Ya no estaba vestido con un traje, sino con una camiseta blanca que se ceñía a sus cincelados abdominales y unos jeans desteñidos.
Traté de cerrarle la puerta en las narices, pero la mantuvo abierta con el pie y entró en mi departamento. —Retrocedí al tiempo que él avanzaba, hasta que terminé apoyada en la pared del salón.
—Tenemos que hablar. —Su voz no mostraba ninguna inflexión o emoción.
—No, no es cierto. —Tú mismo lo has dicho antes hasta el cansancio. —Bajé la mirada al suelo—. No te preocupes, presentaré mi renuncia por la mañana. —Por favor, vete.
Él inclinó la cabeza y buscó mis ojos...—No vas a presentar nada.
—Mira... —Tragué saliva—. Quiero que te vayas.
—Me gustaría creerte, pero tienes la mala costumbre de no decir siempre la verdad.
La tensión entre nosotros era casi palpable, y sentí que mi sangre se calentaba cada segundo que permanecía allí, mirándome. —Cuando traté de alejarme, él me agarró por las caderas.
—Me dijiste que eras abogada, Candice —me espetó con la voz llena de intención—. Me dijiste que tenías veintisiete años.
—Jamás te dije que tuviera veintisiete años. —Fuiste tú el que lo asumió.
—¡Era lo que ponía el maldito perfil del Chat de abogados! —Me empujó contra la pared, —Nunca me corregiste cuando te decía que te llevaba tres... Aunque te llevo cinco.
—Jamás se me ocurrió que pudiéramos llegar a conocernos en persona —dije con la voz entrecortada mientras él presionaba su pecho contra el mío.
—¿Crees que eso disculpa tus mentiras?
—Ya te he dicho que lo siento, y está claro que cometí un error al hacerme amiga tuya. Ni siquiera me has dado la oportunidad de explicarme.
—¿Es que no has entendido todavía lo desagradable que es esta situación?
—No... —murmuré mientras nuestros labios se tocaban.
—Llevo casi seis meses esperando el momento de tener sexo con la mujer que se burlaba de mí todas las noches —susurró, deslizando la mano por debajo de la toalla—. Quería que me montaras. —Introdujo los dedos entre mis muslos y empezó a frotar el pulgar contra mi intimidad—. Que se montara en mi miembro. —Quería enseñarle lo que me gustaba... ¿Es que no ves que lo has echado todo a perder?
Negué con la cabeza como única respuesta. —La forma en la que me miraba y me tocaba me impedía hacer otra cosa.
—Cuando te pregunté qué aspecto tenías, afirmaste que no eres mi tipo. —Apartó la boca de la mía, aunque mantuvo el pulgar en mi intimidad—. Pero está claro que sí lo eres. ¿Por qué me mentiste en algo tan tonto?
—Tú tampoco me dijiste cómo eras, solo...
—Déjate de estupideces —siseó, dando un paso atrás—. Explícame tu razonamiento. Ya he descubierto cuál fue tu lógica absurda para las otras mentiras. —Por cierto, ningún abogado que se precie dejaría que fuera otro abogado el que hiciera el trabajo.
—Y solo un idiota egocéntrico que quiere parecer más profundo de lo que realmente es diría que se llama Romeo.
—Bien, bien, me alegro de ver aparecer por fin una versión que reconozco de ti. —Dio un paso atrás y se cruzó de brazos—. Responde a mi pregunta.
—¡Púdrete! —Me reí—. Ya te he dicho que lo sentía, te rogué que me escucharas y ahora, cuando tú sí quieres hablar, ¿crees que puedes irrumpir en mi departamento para hacerlo?
—No te he dicho que vayamos a hacer nada. —Sonrió mientras daba una segunda intención a mis palabras—. Todavía...
Se apoyó contra la pared, esperando a que yo hablara, pero no podía decir nada.
Aparta la mirada de él... Aparta la mirada...
Como si supiera el poder que sus ojos tenían sobre mí, sonrió mientras agarraba una de las copas de martini...—Sacó una de las cerezas del licor y se la puso en los labios.
—¿Tienes pensado quedarte ahí de pie toda la noche mirándome o piensas responder a mi pregunta?
—No —repliqué finalmente, apartando la vista—. Después de cómo me has tratado hoy en tu despacho, no te debo absolutamente nada. —Puedes quedarte ahí toda la noche, no me importa. —Me dirigí hacia mi habitación—. He pedido un sándwich, así que cuando llegue...
Se me detuvo el corazón cuando me agarró desde atrás y me apretó contra su pecho. Me hizo girar con rapidez para que quedáramos cara a cara, luego me arrancó la toalla, dejándola caer al suelo.
Seguía teniendo la cereza entre los labios e intentó metérmela en la boca, ordenándome sin palabras que separara los labios...—Saqué la lengua para aceptarla.
—No la mastiques —susurró, antes de que pudiera morderla—. Quiero ver cómo la tragas entera.
El jadeo que solté hizo que se me deslizara por la garganta.
—Buena chica —dijo, aflojando las manos con las que me tenía sujeta por la cintura, ahora, da un paso atrás y pon la espalda contra la pared.
—¿Queeee?
Me empujó hacia atrás y, antes de que pudiera respirar otra vez, me agarró las manos y me las subió por encima de la cabeza.
—No se te ocurra bajarlas.
Asentí moviendo la cabeza al tiempo que apretaba las manos contra la fría superficie.
Me miró con una expresión de pocos amigos mientras me succionaba el labio inferior con los suyos.
—Como las dejes caer —dijo en voz baja—, haré que te arrepientas.
—Sí...—No era una pregunta. —Su mirada se suavizó, y yo estuve segura de que podía escuchar los fuertes latidos de mi corazón.
Cerré los ojos cuando pasó las manos por mis costados..—Noté su miembro cada vez más grande a través de los pantalones cuando se inclinó para besarme los pechos, rodeándome los pezones con la lengua.
Luego, arrastró la boca por mi estómago al tiempo que acariciaba cada centímetro de mi cuerpo con las manos, abriéndose paso hacia abajo.
—Romeo... —jadeé cuando me rozó la parte interior de los muslos con la lengua.
—Mi nombre es Terruce, pero puedes llamarme Terry. —Se arrodilló—. Ya hemos terminado con ese juego. —Me apresó las piernas con las manos y apretó la boca contra mi sexo, comenzando a lamerlo con suavidad al tiempo que me acariciaba el centro de mi intimidad con el pulgar.
Traté de no gemir demasiado alto, de contener las sensaciones, pero cada vez que movía
la lengua, se me escapaba otro sonido.
—Estás jodidamente mojada —gimió él—. Jodidamente mojada... —repitió, deslizando un dedo en mi interior
Abrí mucho los ojos y grité ante la intromisión.
—Eres tan estrecha... —susurró.
—Espera, yo soy....
Movió su dedo en mi centro una vez más acallándome antes de decirle que era virgen.
—Ahh... Terry... —Me di por vencida y dejé de intentar permanecer en silencio.
—¿Sí?
Retiró lentamente el dedo de mi interior y alzó la vista, esperando que dijera algo. Pero yo no podía concentrarme cuando me miraba de esa manera.
Sin ningún acercamiento previo, enterró la cabeza en mi sexo y empezó a devorarme.
—Ohhh... —grité, presa de un placer indescriptible—. ¡Oh, Dios! Terry... Espera...
No me hizo caso y hundió la lengua cada vez más adentro.
No pude evitar dejar caer las manos, que llevé a su cabeza para cerrar los puños en su cabello intentando mantener el equilibrio. —Cuanto más le tiraba de los mechones, más metía la lengua en mi interior.
De repente, se oyó un fuerte golpe en la puerta, aunque Terry no se molestó en parar. Por el contrario, me levantó la pierna derecha y la apoyó sobre su hombro. Sujetándome el muslo para que no pudiera moverme, deslizó la lengua lo más profundamente que pudo, lamiendo todos los rincones de mi sexo.
Cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo, me aferré a sus hombros, sintiendo que mi sexo palpitaba contra su boca. —Pero él se detuvo bruscamente.
Me bajó la pierna y volvió a besarme la piel por todas partes mientras subía, deteniéndose al llegar a mis pechos. —Los amasó con una mano y luego agarró los pezones.
—Te había dicho que no dejaras caer las manos —me recordó, clavando la mirada en mí mientras abría la cremallera del pantalón.
De nuevo, clavé los ojos en los suyos, casi sin aliento.
—Te lo había advertido, ¿verdad?
Me tomó una mano y la apretó contra su pecho, obligándome a bajarla lentamente.
Cuando llegó a su miembro, bajé la vista sorprendida. —Era enorme, de gran espesor. Lo miré con la boca abierta.
—¿No te gusta?
Me levantó la barbilla y sonrió.
Aunque me había quedado sin habla, no podía negar lo excitada que estaba en ese momento que olvidé mi condición virginal. —Recordé lo que me había dicho por teléfono, bajé la cabeza para saborearlo. —Él me detuvo.
—Esta noche no. —Sacó un preservativo del bolsillo, que se puso mientras me miraba.
Me llevó hacia el sofá, se sentó y me indicó que me pusiera en su regazo.
Me incliné hacia delante para besarlo en los labios, pero me dio la vuelta con rapidez, dejándome de espaldas a él., —empezó a burlarse de mí frotando el glande contra mis pliegues anegados una y otra vez.
—¿Recuerdas que dijiste que querías montarme hasta que me viniera en tu interior? me susurró al oído—. ¿Que querías hundirte en mí hasta que te rogara que pararas?
—Sí... —gemí.
Me hizo bajar empujándome por los hombros, Grité de dolor y unas lágrimas bajaron por mis mejillas.
—¿Eras virgen? Me preguntó con los ojos muy abiertos.
No respondí, me limité a inhalar y exhalar para contrarrestar el dolor que sentía, permaneció sin moverse por unos segundos.
—Por que no me lo dijiste, —te dije que no tenia relaciones con vírgenes..
No respondí, bajé el rostro al recordar aquellas palabras
—No importa, ..me dijo levantando mi rostro y besándome con dulzura y vi en sus ojos un brillo especial..
Cuanto más me penetraba, más gemía él... Más decía mi nombre...Cuando estuvo completamente dentro de mí, se mantuvo inmóvil y apretó los labios contra mi cuello, dejando que me acostumbrara a sus dimensiones.
Nunca había imaginado que sentir y tener a Terruce Granchester en mi interior seria algo incomparable..—Era intenso, —potente, —adictivo.
—Cabálgame, Candy... —Me empujó hacia delante—. Cabálgame,...
Respiré hondo antes de empezar a mecerme contra él, dejando que me dilatara cada vez más. —Apenas era capaz de mantener el ritmo; la plenitud de su miembro era demasiado grande y, además, estaba frotándome con el pulgar. Me estaba volviendo loca de placer.
—¿Sientes lo jodidamente bueno que es...? —. No pares.
Me agarró de las caderas para levantarme y dejarme caer una y otra vez.
—Terry...—. Estoy a punto de...
—No. —Me sujetó las caderas con una fuerza brutal—. Todavía no.
De repente, se levantó conmigo todavía empalada en su miembro y se inclinó sobre mí.
—Agárrate a la mesa. —Y no se te ocurra venirte.
Me aferré al borde de la mesita del café mientras embestía una y otra vez, impactando con cada enviste contra mis nalgas.
—Te dije que iba a ser el dueño de tu sexo —susurró con dureza—. No te vengas hasta que yo te lo diga... —Su miembro palpitaba en mi interior, y mis músculos internos lo ceñían en cada embestida.
—¡Oh Dios! ¡Oh Dios! —Las piernas comenzaron a temblarme cuando una intensa presión creció en lo más profundo de mi vientre mientras él seguía meciéndose sin descanso......—Terry
—No te vengas aún. —Me advirtió, pero no pude evitarlo.
El orgasmo me inundó como un tsunami y me derrumbé hacia delante. —Me sujetó antes de que aterrizara de bruces sobre la mesita del café, y siguió penetrándome hasta alcanzar su propia liberación.
Cerré los ojos y me dejé caer contra él, jadeante. —Los dos intentamos recuperar el aliento tomando grandes bocanadas de aire.
Varios minutos después, Terry me levantó las caderas con suavidad y se retiró de mi interior.
Se puso en pie. —Lo observé mientras se dirigía al cuarto de baño para tirar el preservativo. Recogió la toalla del suelo y se acercó de nuevo a mí...—Me moví para envolverme con ella.
—¿Hay algo en lo que no me hayas mentido? —Su voz era un susurro.
—Sí...
—¿En qué?
—En que no te he echado de menos.
Arqueó una ceja, aunque mantuvo la misma expresión estoica e inexpresiva en la cara. No apartó los ojos de los míos, ni siquiera cuando empezó a abrocharse el cinturón.
Tenía la esperanza de que dijera algo, cualquier cosa, pero no lo hizo.
Se alisó la camiseta con las manos y caminó hacia la puerta. —De repente, se detuvo y me miró por encima del hombro, luego se acercó a mí para darme un beso en los labios mientras me rozaba la mejilla con el pulgar.
Quería hablar, pedirle que me dijera en qué estaba pensando, pero él se apartó y se fue.
Se marchó y me dejó allí tendida y con muchas interrogantes.
Continuará...
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Y Llegaste Tú
Hayran KurguTerrence Granchester, es un prestigioso abogado que esconde un secreto, el cual, lo obligó a autoexiliarse de la ciudad que un día lo vio triunfar, y otro lo vio hundirse en la desesperanza, que lo convirtió en un hombre insensible que buscaba su p...