Goticas de sudor frío

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Primeramente, mi órgano central no se hizo con el suficiente razocinio digno de asumir la realidad recién transmitida. Focalicé mi visión en el regueo rojizo que desembocaba como causa del impacto de la bala sobre la anatomía de Alba. Por fortuna, su muslo derecho fue el único perjudicado en los acontecimientos recientes.

Natalia, espabila coño.

—¡Tenéis que iros de aquí, joder! ¿A que coño esperáis, muchachas?—vociferó una voz externa. Un hombre de estatura media, visiblemente corpulento y de tez morena, contemplaba atónito la estampa desde la estrada de un local de la fachada contigua—¡Vamos, entrad!—ordenó.

Alba se dispuso a llevar a cabo una serie de pasos inconexos. No me demoré en sostenerla con sutileza, en un acto que resultó imprevisto para la rubia.

—Alba, voy a cogerte.

Posicioné la anatomía de Alba sobre mis brazos. La rubia entrelazó sus extremidades superiores en torno a mi cuello. Encaucé mi atención en el surco de sangre que emanaba en un flujo persistente, puesto que me abstenía a decantarme por el rostro de Alba. Estaba sufriendo. Y yo no quiero verte sufrir, Albi.

—Vamos, joder—insistió el hombre.

Una vez alcanzada la trayectoria que cedía con el acceso al local, el varón corpulento que yacía en la estancia cerró la puerta tras sí.

Deposité a Alba con suma delicadeza sobre el suelo con la posibilidad de que esta estribase su cuerpo contra la pared contigua.

—Natalia.

Opté por una posición limítofre a donde yacía rubia en un estado de vulnerabilidad palpable.

—Natalia—insistió, empleando un timbre delicado.

Me digné a decidicarle una presidiaria expresión condenada por la preocupación que me otorgaban los acontecimientos en tiempo real. Esa herida pinta de pena, joder.

—Qué.
—No llores.
—No estoy...—mierda, pues claro que estás llorando gilipollas. Me percaté de como una sustancia líquida descendía con sencillez sobre mi cutis.

Involuntariamente, rompí con el contacto visual a guisa de soslayar los acontecimientos.

—Mírame, coño. ¿Por qué te puto cuesta tanto mirarme, Natalia?
—Hay que curarte la pierna.
—¡Mírame, joder!

Nuevamente, acaté ordenes. ¿Estás llorando, Alba?

Hay una bala dentro Alba...
—¡Levantaos de ahí, gilipollas!—desgañitó el hombre.
Mi amiga está herida.
Voy a ser breve y preciso: o me hacéis caso, o os piráis. Ya he hecho suficiente dejándoos pasar. Y ahora por vuestro puto egoísmo nos van a encontrar. Subid arriba.

Renuncié dar comienzo con un rebatimiento que diese con la posibilidad de abandonar el local. Me sometí a las órdenes notificadas, ascendiendo seguidamente con la carga del delicado peso de Alba sobre mis brazos.

Accedimos a lo que, con una probabilidad certera, se trataba del almacén del local dados los variados elementos aleatorios apilados a lo largo de la estancia.

Recliné a Alba sobre una posición relativamente idéntica a la que se vió sometida instantes previos a ser conducidas a aquel habitáculo.

—¿Cómo está? Se sincera. Me gusta la sinceridad.
—Mira Alba, voy a pasar a segundo de bachillerato y estoy en sociales. Ni puta idea de anatomía. Pero no te ha dado en la arteria femoral. No... no sangras como para que te haya dado ahí. Pero tengo que sacarte la bala.
—Nat no creo que...
—Lo has vuelto a hacer—expuse victoriosa.
—¿El qué?—indagó la rubia.
—Me has llamado Nat.

Vivir en ti | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora