Trance

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Viernes 28 de Septiembre de 2020, 19:53

Sus labios recababan un movimiento basado en entrever aleatoriamente la punta de su lengua. Se trataba de un gesto aparentemente frecuente en ocasiones donde la concentración hacía mella en la ilicitana.

Alba.
—¿Sí?

Su visión yacía focalizada en la acción que conllevaba la impregnación de tinta sobre la piel que envolvía la parte superior de mi pecho izquierdo. La cautivación a la que sucumbía ante la simple existencia de la rubia, sustituía los efectos de una anestesia local. Contemplar la elegancia con la que llevaba a cabo sus meticulosos trazados acaparada toda la atención que mi ser dotaba de concebir. Mi única realidad se reducía a la rubia propinándome el tatuaje antojado.

—No paras de sacar la lengua.

Su mirada atendió la mía. Su expresión se lucía con una mueca que interioricé como un matiz de tristeza.

—Ya está terminando, Nat...—deshizo el contacto visual—Natalia. Sí, eso.

Interioricé sus palabras llevando acabó lo propio en una inspección analítica sobre la recién tinta aportada a mi piel. La pureza artística de Alba Reche en su máximo esplendor.

—Alba, es... es literalmente perfecto.

Dejó rebosar los artilugios implicados en el acto sobre la mesilla que propinaba la estancia, asentándose en una ubicación lindante a mía seguidamente. Erguí mi anatomía con tal de reducir superficialmente la distancia interpuesta en aquella enorme butaca propia de clínicas.

—Natalia, necesito preguntarte algo—anunció tras unos segundos que se me antojaron relativamente largos.
—¿El qué?
—¿Porqué te fuiste el otro día? Al enterarte de que yo era... de que tú y yo nos conocíamos de antes. Es que joder, que también fue un bombazo para mí. Que no tenía ni idea Natalia. Que todavía no asumo que te tenga delante. Que tú y yo tenemos una historia digna del goya.

Tienes razón, Alba. Tienes toda la puta razón.

—Me moría por ir a ver esa exposición, ¿Sabes?—prosiguió dada la inexistencia de una respuesta digna conmigo como emisora—Carlos y yo teníamos las entradas desde hace mucho tiempo. Cuando paramos el coche y me dijiste aquello, te vi retroceder el camino a pie... y se me quitaron las ganas de ir. Así que les dije que se fueran sin mi.
—Así que, ¿al final no fuiste?
—No. Es más, te seguí a distancia un rato pero pensé que necesitarías tu espacio—admitió.
—Lo siento Alba, es lo único que me sale decirte. Yo...—aproximé mi mano a la punta de sus dedos, rozándolos con una sutileza digna del bien más preciado—sigo pensando lo que te dije. Eres la persona que más me ha marcado Alba. La Alba del atentado de Barcelona, a la que le cosí una herida de bala, y la Alba del campamento.

Una humedad que transparentaba la vulnerabilidad en la que la rubia yacía sometida se instauró descaradamente en sus orbes dorados. Cristales bañados con la luz del atardecer. No quiero que llores por mí.

—Necesito una copa.

Reí.

—Solo si es conmigo—añadí.

Alcé mi extremidad superior derecha con tal de recabar el trayecto que suponía dar alcance a la rebelde lágrima que optó por jugar a su antojo. Tienes los ojos más claritos cuando lloras.

—A todo esto, ¿qué hacías yendo con nosotros?
—Julia, que está intentado ligarse a Carlos y me pidió que le acompañara por si hacía mucho el ridículo y tal... No sabia que tú fueras a ir con Carlos.
—Pues ya ves que si. Es mi amigo.

Vivir en ti | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora