ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 8: ᴛʜᴏᴍᴀs

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Ahhhhhhhhhhh no saben como esperaba hacer este jodido capítulo, extrañaba tanto a este pequeño diablillo♥️😍

Sin más preámbulos sigan con su lectura.

Voten y comenten.










Debo de aguantar mis náuseas, al momento de sobar la espalda de la pequeña delante de mí, su cabeza se encuentra perdida en el orificio del retrete, mientras que sus pequeñas manos se aferran con fuerza al mismo, sujeto su largo cabello rubio para que no le estorbe, mientras su cuerpo se agita con leves espasmos al soltar el líquido proveniente de sus entrañas. Al ver como su pequeño cuerpo se irgue una vez que se recompone, le guío hacia los lavabos del baño de niñas, para lavarle un poco el rostro y ayudarle a acomodar su uniforme.

- ¿Te sientes mejor?- le interrogo a la pequeña de mirada avellana.

- Si...- pronuncia con voz apagada.

- ¿Quieres que llamemos a tus padres?- le pregunto al tiempo que le tiendo la mano, para salir del lugar.

- No, estoy mejor.- se apresura a decir.

- Si te sigues sintiendo mal, debes de decirle a tu maestra, así le llamamos a tus padres.- le aviso.

- Gracias Maya.- pronuncia con dulzura la niña, antes de rodear con sus extremidades superiores, mis caderas.

La veo desaparecer tras la puerta de su grado. Con una sonrisa plasmada en mis labios, camino hacia la sala de primeros auxilios que posee la institución primaria, encontrándome con Peggy en el camino, la encargada de llevar a cabo cada urgencia que se presenta dentro del colegio, y yo soy su ayudante, durante la semana, a veces estoy como suplente de los maestros cuando se ausentan por unos minutos de las clases e incluso como apoyo de los pequeños.

Me acerco a pasos rápidos a la mujer de espesa cabellera pelirroja, quién me observa con ojos curiosos sobre sus gafas de pasta, le dedico una de mis mejores sonrisas antes de robarle una de las golosinas que carga en la bolsa de entre sus manos, ganándome un golpe en mi cabeza por parte de la mujer.

- ¡Auch!- me quejo, sobándome la sima de mi cabeza.

- Por niña maleducada.- me reprende.

- Bien que así me quieres.- le guiño un ojo, al tiempo que abro la puerta de la sala para que pase.

- No me queda de otra.- suelta en un tono de rendición.

- ¡oye!- chillo.

- Deja de quejarte y ve a buscarme un poco de comida.- demanda.

- ¿Acaso crees que soy tu esclava?- suelto con indignación, ganándome una risa por parte de la mujer.

- Si, ahora ve, y no te olvides de traerme un refresco de cola.- me sonríe, dejándome ver cómo unas pequeñas arrugas se forman a los costados de sus ojos.

- Te aprovechas de mi cariño.- refunfuño.

Salgo de la sala con la risa suave de Peggy a mis espaldas, camino con paso tranquilo hacia la sala de profesores, donde usualmente los mismos pasan los recesos, en recorrido observo la figura de un pequeño acurrucado contra la pared de uno de los salones de clases, su cabeza está gacha posicionada contra sus rodillas, al frente del mismo yace una profesora acuclillada, observo como la misma le habla al pequeño, pero este no para de llorar manteniendo su rostro oculto. Totalmente intrigada por la situación me aproximo hacia los dos, ubicándome a un costado del pequeño, obteniendo la atención de la profesora.

- ¿Qué sucede señorita Morrison?- interrogo a la mujer.

- No lo sé, estábamos en la clase y de la nada salió llorando.- me explica.

Caída Libre| Abraham MateoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora