CAPÍTULO 12 VIDAS CRUZADAS

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«La vida consiste en aguantar y sufrir todo lo que podamos y rara vez es justa»

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«La vida consiste en aguantar y sufrir todo lo que podamos y rara vez es justa»

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El sonido de los disparos rasgó el aire con una urgencia que heló mi sangre. En una fracción de segundo, el instinto de supervivencia tomó el mando, lanzándome hacia el sujeto que se encontraba a escasos pasos de mí. No hubo tiempo para pensar, solo para actuar, movida por un impulso primario que buscaba protección en medio del caos. El impacto de nuestros cuerpos fue súbito y violento, derribándonos al suelo en una maraña de brazos y piernas, mientras una nube de polvo se levantaba a nuestro alrededor. La confusión se mezclaba con el miedo, y en ese momento, solo la adrenalina guiaba mis acciones.

El aire estaba cargado con el acre olor a pólvora y el humo de los disparos recientes, que se mezclaba con el polvo levantado por el movimiento frenético de los boyevikis. Los gritos de sorpresa y miedo se entrelazaban con el eco de los balazos, creando una cacofonía ensordecedora. Las luces parpadeantes de los vehículos y los destellos intermitentes de las armas añadían un toque extra a la atmósfera de peligro. Los guardias del Inquisidor corrían en todas direcciones, buscando refugio o intentando entender la situación, mientras que otros yacían inmóviles en el suelo, víctimas de la repentina violencia. Era un escenario de desesperación y confusión, donde cada segundo parecía eterno y cada decisión marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.

De pronto, mis ojos se encontraron con los del Inquisidor y el mundo pareció detenerse. Su mirada, tan azul y profunda como las aguas de un abismo marino, revelaba una sorpresa que igualaba la mía. Supongo que no esperaba que me lanzara hacia él en un acto tan repentino. Pero más allá de la sorpresa, había una intensidad en su mirada que me traspasaba, que hacía que mi corazón latiera con una fuerza indescriptible que me dejó sin aliento. Él levantó una ceja, su rostro esculpido por la luz y la sombra en una expresión de desconcierto y curiosidad. Desvié la mirada rápidamente, una ola de vergüenza me invadió al darme cuenta de la intimidad involuntaria de nuestro encuentro. Traté de enfocarme en la realidad del momento, en el dolor agudo y persistente que se irradiaba desde mi hombro, un recordatorio palpable del peligro que aún nos acechaba.

Me habían alcanzado, y todo por intentar salvar a este cretino.

El dolor era insoportable, una tortura ardiente que se extendía por mi piel como fuego líquido. Nunca, en mis veinticuatro años, había sentido tal agonía; el impacto de la bala era una experiencia ajena a mi cuerpo hasta ese momento. Podía sentir la sangre caliente fluyendo como un río carmesí que no solo empapaba mi ropa, sino también la del inquisidor que aún permanecía debajo de mí. Sin embargo, no había tiempo para el pánico ni para el dolor; la supervivencia era mi única meta. Con un esfuerzo sobrehumano, intenté levantarme, decidida a enfrentar a los atacantes. No iban a escapar impunes; me habían herido y tendría que pagar un precio muy alto.

YASHCHIKAYA PANDORY© [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora