"Feliz Cumpleaños, Marco"

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—¿Eh...? —Abrió los ojos y parpadeó varias veces mientras su visión se acostumbraba a la luz, contrayendo sus pupilas—. ¿Qué está...? ¿Dónde estoy? —inspeccionó todo el lugar con la mirada.

La habitación parecía ser una de hospital: paredes y suelo blanco, la cama del paciente, un sillón para los visitantes (es millonario, puede darse lujos), una ventana que mostraba un día soleado, la máquina que indicaba el pulso, el suero colgando de un tubo con una manguera que se inyectaba en el brazo de Marco, la puerta para el baño... Una clásica habitación de hospital.

—¡Despertaste! —exclamó Jackie mientras se levantaba del sillón lentamente y colocaba el libro que leía sobre una mesita de madera que se encontraba a un lado.

—¿Qué diablos me pasó? —cayó en cuenta de que estaba en una camilla de hospital—. Ahg... —se quejó mientras intentaba poner la mano en su sien—. Mi cabeza me está matando.

—¡señor Díaz! —Jackie estaba aliviada y alegre—. ¿Por qué nos preocupa de esa manera?

—¿Gianna? —la miró entrecerrando los ojos, sus ojos estaban tardando en acostumbrarse—. ¿Tú me trajiste aquí?

—Sí, lo encontré tirado en el suelo y llamé a una ambulancia —mostró una sonrisa cariñosa—. Qué alegría que se encuentre bien.

—Si a esto le llamas bien... —volteó a todas partes, queriendo poder distinguir algo además de luces y sombras.

—¿Cómo se siente? —preguntó preocupada.

—Mal, la cabeza me duele, veo todo borroso y creo que me rompí una costilla —dijo cuando comenzó a sentir una tela que cubría su pecho: una venda—. ¿Sabes qué tengo?

—No aún —negó con la cabeza—. Espero que no haya sido nada grave.

—Creo que lo es... —la miró, apenas podía distinguir colores y no notaba detalles—. No puedo verte bien, Gianna.

—¿Qué? —frunció el entrecejo con preocupación.

—No te puedo ver bien. No puedo ver nada —a pesar de todo, seguía indiferente.

Lo decía como si fuese algo que ya esperaba. No es que sus ojos no se acostumbrasen a la luz, si no que directamente había perdido visión.

—¿y está tranquilo?

—no es tranquilidad, es resignación.

La máquina pitaba constantemente, al ritmo de los latidos de su corazón. Era un pulso intermitente y calmado, como el de alguien que está en reposo. Dejó caer la cabeza al lado contrario, esperando que eso mitigara un poco el dolor, pero no lo hizo. Inhaló aire por la nariz y lo sacó lentamente.

—¿Te lo había dicho alguna vez? —preguntó, aún con la cabeza en dirección a la ventana. Tenía los ojos abiertos, ya sin la esperanza de poder observar bien—. Gianna me parece un nombre bonito. Me recuerda a alguien, pero no sé a quién.

—Lo has hecho muchas veces. Pero Gianna no es mi nombre.

Marco contrajo el cejo con molestia.

—¿Otra vez con eso? —giró la cabeza hacia ella—. Tú no fuiste, ni serás Jackie Lynn Thomas.

—¡Lo soy! —exclamó—. No puedo creer que realmente lo olvidaras. ¿La pijamada? ¿Star Butterfly? ¿Janna? Por eso elegí ese nombre —explicó—, porque se parece al de Janna y espero que te devuelva los recuerdos.

—No mientas, Gianna.

Jackie quiso continuar discutiendo, pero sabía bien que no tenía caso. Marco la había olvidado por completo. Y eso la ponía mal.

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