El Muelle

37 3 0
                                    

Luego de pocos días de aquella tragedia —como es costumbre— Star fue sepultada después de que la velaran durante dos noches. El lugar del entierro, como ella había especificado en aquella nota que tenía en la mano mientras la vida se le escapaba de las manos, fue en algún lugar que tuviera que ver con los viajes internacionales. Desgraciadamente, como no había ningún cementerio cerca del aeropuerto, lo más próximo que se pudo conseguir fue uno a poco más de un kilómetro del mar, cerca del muelle.

El suicidio de Star nos afectó enormemente a todos, en especial a Marco, que incluso rechazó siquiera pararse a quinientos metros del lugar donde la velaban, no visitó ni una vez aquella caja con el cuerpo inerte de Star dentro. A algunos les pareció grosero y muy falto de educación, a otros, nos causó lástima.

Como se esperaba, su madre, Moon Butterfly, también se sintió fatal cuando recibió la noticia de que su única hija fue encontrada tirada en el pasto del parque con un frasco de antidepresivos en la mano y una nota en la otra. Todas las personas esperamos tener la suerte de que tengamos que pasar al otro lado antes y en paz, con la seguridad de que se deja algo para nuestros hijos y que sean gente de bien. Nadie nunca ha deseado estar en la horrible situación de tener que sepultar a tus propios hijos. Y es cierto, ellas dos tuvieron una infinidad de problemas, discusiones y diferencias, pero al fin y al cabo eran familia, y no eran cualquier familiar, sino madre e hija.

Su padre, River Johanssen, se presentó también al entierro, llegó en un auto lujoso y vistiendo un traje costoso. Al parecer, sólo estando debajo de Marco, fue el que más sufrió, pues ni siquiera había llegado a donde la estaban sepultando cuando él ya se encontraba llorando. Era un buen hombre, y a pesar de que había abandonado a Star por problemas económicos y —más tarde nos enteramos— con la mafia de Las Vegas, todos teníamos la certeza de que amaba a Star, después de todo, era la primogénita y la última de sus hijas, y esperaba poder dejarle algo de herencia cuando fuera él quien protagonizara aquella horrible situación, ahora todo aquél dinero que consiguió, que no era poco, no tenía ningún fin.

Aquella chica rebelde y morena, expareja de Marco, asistió también al cementerio, incluso visitó una de las noches a Star cuando se encontraba resguardada en el edificio enrejado donde la velaban. Janna se sentía mal al respecto, ya que era consciente de que haber sido la novia de Marco fue uno de los motivos que impulsó a Star a tomar aquella decisión. Sin embargo, rechazó nuestra oferta para ayudarla, ya que ella decía tener todo controlado. Francamente, se sentía culpable.

Yo también asistí, obviamente, al entierro de aquella mujer rubia de ojos azules. Yo la consideraba una muy buena amiga, cuando estábamos las dos solas solíamos hablar cosas de chicas, como si siempre fuésemos adolescentes; aún así, también podíamos pasar a la seriedad con facilidad y tratar temas graves como dos adultas. Sin embargo, nadie se percató del hecho de que había medicamentos psiquiátricos en su poder. Nunca hubo marcas en su historial que pudiesen advertir de una ida al médico mental. Ni yo, ni su madre, ni River, ni siquiera Marco, nos percatamos de aquello.

Después de que el evento terminara, todos se abrazaron, llorando y consolándose unos a otros mientras lamentaban la muerte de aquella chica y deseaban poder haber sido mejores con ella creyendo que eso evitaría la tragedia. En aquel mar de lágrimas se encontraban los padres de Marco, Angie y Rafael Díaz. Me acerqué a ellos esperando averiguar algo sobre Marco, ya que no había tenido contacto con él desde aquella desoladora mañana.

Lo que terminé sabiendo fue que había estado yendo al muelle, que convenientemente estaba cerca del cementerio, porque quería estar solo con sus pensamientos o algo así. Sus padres también estaban muy preocupados, no les llamó para nada, y sólo se enteraron de lo del muelle porque tuvieron que preguntarle personalmente cuando se enteraron de lo de Star.

Les di las gracias y me alejé en dirección a la salida del cementerio, miré la lápida de Star con su nombre inscrito y sus fechas de nacimiento y fallecimiento junto a una pequeña frase que decía "Buena viajante, mejor persona". Me despedí de ella y me alejé mientras el resto de los invitados no me prestaban atención.

Más tarde, me bajé del taxi que había pedido a un costado de la playa. Comencé a caminar hacia el mar, subiendo por una pequeña colina de arena que separaba la carretera de la playa. Y ahí estaba. Mirando al horizonte, con ambos brazos tras la espalda, solo, vestido de negro mientras la brisa del mar le daba de lleno en el rostro.

Me quité los tacones para poder caminar en la arena con facilidad y me acerqué hasta él con ellos en la mano. Cuando me encontré ahí, le coloqué una mano en el hombro con cariño, él reaccionó con un respingo y me miró asustado. Cuando le mostré mi sonrisa, él pareció calmarse.

—¿Estás bien? —le dije.

Tardó unos segundos en responder, segundos en los que miraba a través de sus pupilas cristalinas.

—No.

Él volvió la mirada al mar. Suspiró sonoramente con tristeza y se limpió una lágrima de la que no me había percatado.

—¿Su padre estaba ahí? —preguntó, aún con los ojos clavados en alguna parte de la lejanía.

—Todos estuvimos ahí.

—Entonces fue bueno que no me haya presentado.

—¿De qué hablas?

—Le he fallado. Y por mi culpa Star ha...

—Marco —lo interrumpí—, eso no fue tu culpa.

Levantó la mano para mostrarme una parte de aquél billete de lotería rojo ya viejo y doblado; me miró a los ojos, mientras otra lágrima escurría por su mejilla.

—Jackie, fue la tercera, la última.

—No, Marco...

—¡Yo sé que sí!

Explotó. Había abandonado su posición calmada para ponerse a la defensiva. Su reacción me asustó y su mirada simplemente no era como la de antes, tranquila, confiable y cálida; ahora parecía la de alguien demente. Su pecho subía y bajaba con rapidez, sus brazos estaban tensos y no dejaba de llorar mientras sus pupilas se dilataban o se contraían.

—Oye, tranquilo...

—¡Se lo prometí! —me tomó por los hombros, sentía la enorme fuerza que estaba haciendo.

—Hey... —hice una mueca, comenzaba a lastimar.

—¡Y ya no está, no está!

Agachó la cabeza hacia el suelo, sus lágrimas caían gota a gota con rapidez hacia la arena acompañando sus lastimeros sollozos. Yo sólo me quedé ahí, mirando y pensando en cómo ayudarlo. A mi también me dolía mucho la muerte de Star, pero al verlo a él, deshecho, destruido, inestable... Hasta me hacía preguntarme si de verdad yo sufría. Sin darle más vueltas, simplemente lo abracé como las otras veces. Él correspondió con fuerza, buscando cariño y esperanza en alguien.

—hazme un favor —dijo él mientras tenía su mentón en mi hombro—. Toma esta cosa y destrúyela —tomó mi mano y colocó el billete dentro—. Quémala, disuélvela en ácido, entiérrala... —cerró mi mano con la suya—. Lo que sea, pero no quiero volver a saber de ella.

Entonces se separó de mí aún con su mano atrapando la mía, me miró a los ojos, apretó mis dedos con los suyos y luego simplemente dio media vuelta y comenzó a correr por la playa. Yo lo seguí con la mirada, intentando averiguar algo sobre él. Intentando entenderlo.

La poca charla que tuvimos no demostró más que su pesar y el cómo lentamente comenzaba a delirar. La muerte de Star le había afectado bastante, y a partir de ese punto, su salud mental comenzaría a caer en picado. A veces la memoria ofrece misericordiosas lagunas y, como he escuchado buena parte de lo que te habla, parece ser que el suicidio de Star fue una de esas pocas veces en las que se tiene suerte de olvidar algo que nos atormenta.

Mientras él continuaba alejándose lentamente sin mirar atrás, abrí mi mano para poder observar lo que había dejado allí: el billete de lotería rojo, viejo y doblado. Lo tomé con los dedos y fui desdoblando los pliegues hasta llegar a una enorme sorpresa tan afortunada como espectacular: las tres casillas estaban rascadas, y en las tres había un mismo símbolo: un signo de dólar color oro.

La Vuelta al Mundo en una Vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora