Mágico

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Sol, ni una nube cerca del centro de la ciudad, ni si quiera la brisa era fría o fresca y las rodillas no le dolían avisandole que una gran lluvia se avecinaba.
—¿Qué quieres comer, chinito? — preguntó antes de subir a la moto que le había prestado uno de sus primos, mientras se ponía los guantes y le daba un casco a su novio, su seguridad era primero.
—Algo que nunca haya comido — miró el cielo y pensó que era un azul hermoso, incluso diferente al de su país, se puso el casco y montó el vehículo de dos ruedas, abrazando por el torso a Miguel.
—Bueno, veamos a dónde te llevo — prendió la moto y avanzó con cuidado para no asustar al mitad asiático.

Hiro miraba entusiasmado las calles de méxico, de la ciudad, muy diferente al pueblo de Santa Cecilia donde ya había ido varias veces a visitar a la familia del latino. Miraba las jacarandas y la alfombra lila que creaba en las calles, los puestos ambulantes, los colores que se gastaban con el sol, la gente, se sentía diferente y le agradaba la sensación, le gustaba el aire que le soplaba en la cara, tal vez era porque le recordaba a Miguel, porque en la piel del mexicano estaba escrito esto, este sol y este cielo.

Miguel se detuvo en frente de una casa con árboles grandes que rompían la banqueta y dejaba ver la raíz del árbol, en San Fransokyo jamás vería algo igual.

—Bueno, no has probado los dulces típicos de aquí así que vamos a ir al centro — dejó los cascos guardados en el compartimento "secreto", según Miguel, y tomó a Hiro de la mano.
—¿Hay dulces típicos?
—Sí, es como el kakigori o el taiyaki.
Oh, pensé que el tamal era el dulce típico — Miguel le sonrió de lado pero muy en el fondo de Hiro sabía que aquel moreno le decía, "Estás bien pendejo" —, oh ya bueno, lo siento — rodó los ojos amargamente y la risa de Miguel sólo le hizo enojarse un poco más.
—Ay ya, no te enojes, ni si quiera dije nada.
—Pero lo pensaste.
—Cállate, tú no sabes qué pensé — empezó a molestarlo, amaba molestar a Hiro a pesar de los golpes que le daba y la pelea acabó cuando Miguel le llevó frente a una carreta llena de colores cremosos donde una señora de edad avanzada les sonreía.
—Pregunten por lo que quieras, muchachos.
—Muchas gracias — miró al americano y este le sonrió confundido.
—¿Qué?
—Escoje, yo invito — Hiro miró los dulces, diferentes tamaños, texturas, todos envueltos en papel celofán.
—¿Seguro? — no recibió respuesta pues el Rivera platicaba amablemente con la señora mientras escogía varios dulces. Tomó dos dulces redondos de color blanco que por encima estaban dorados, agarró barritas, masas cafés con nuez arriba y unos dulces que parecían gomitas que eran los que más quería probar, pensó en llevarle a Cass y Tadashi así que agarró más cosas que no tenía el antojo de observar porque eran muchas y Miguel no estaba ahí para explicarle qué eran. Esperó a que él y la señora dejaran de hablar, 15 minutos que parecieron horas mientras miraba a los perros callejeros jugar con los niños.
—¿Sólo eso? — Hiro miró sus brazos, llevaba 8 dulces, eran bastantes para el chico mitad asiático.
—Emm... Yep — tomó los dulces y se los dió a la señora de canas largas y arruguitas esparcidas por su rostro para que los contara y dijera el precio, se los dió en una bolsa de color negra con olor a humedad.
—Vuelvan pronto y cuidado con la lluvia — los chicos se miraron y en ambos estaba el mismo pensamiento,¿cuál? .
Tal vez las lluvias de verano, ya es la semana entrante.
—No lo sé — escogieron los hombros y pasearon por los alrededores, tomando fotos de fuentes y árboles, comieron un helado en la sombra de una fuente y hablando de los dulces, de la cocada que le fascinó a Hiro y los borrachitos que fueron la mayor decepción de él.
A la tarde, cuando el sol te odia tanto que con un simple rayo te quema, volvieron por la moto, se subieron y tomaron camino a su hotel y hubieran llegado bien si la precipitada lluvia no hubiera hecho las cosas tan difíciles porque aparte del tráfico se estaban inundando las calles con aguas  negras haciendo que unas calles tuvieran un olor asqueroso.
Miguel apenas podía moverse entre el agua y los carros y Hiro harto de no poder conservar su ropa seca se quitó el casco para hablarle a gritos para terminar de mojar su cabello.
—¡Vayamos a refugiarnos donde sea! — Miguel al ver de reojo que su preciado chico no traía su casco levanto su visera protectora.
—¡Pendejo, ponte el casco! — alarmado paró lo antes posible cerca de una tienda cerrada que podía cubrirles por el pequeño techo que tenía por fuera, Hiro bajó rápidamente mientras Miguel veía que la moto no se la llevará el agua, cuando estuvo seguro de que todo estaba en orden se volteó para ver a su chico que tenía esa cara de fastidio que ya había visto varias veces, cuando estaba cansado y haciendo un berrinche.
—Hirito, amor de mi vida — era hora de suavizar su carácter.
—Cállate Miguel, no estoy para eso.
—Pero Hiro, no es mi culpa.
—Lo sé — suspiró —, pero no vine a esta ciudad a empaparme, quedarme parado en frente de una tienda de artículos variados en medio de un diluvio.
—Bueno, yo tampoco pero ya ves, Tláloc se ha enojado — el asiático dió una mirada acusadora a lo que su pareja sólo pudo alzar los hombros con una sonrisa forzada.
—Como sea — hacía bastante frío, y viento, y la lluvia no paraba y Hiro no se dejaba hacer a pesar de que estuviera temblando.
—Sabes, cuando era niño me gustaban las lluvias en Santa Cecilia porque dejaba las calles de color más vivo, como cuando mojas una prenda de color y tiene pues... más color, también me gustaba porque podías saltar en los charcos.
—Genial, aquí puedes nadar — Miguel le miró serio, mientras el otro le daba una sonrisa burlona.
—Idiota, a lo que voy es que eres un mamón y no te dejas abrazar y tengo mucho frío, ¿podría abrazarte? — Hiro sólo se quedó callado, con los brazos cruzados, haciéndose bolita.
—Pero rápido que yo también muero de frío — Miguel no perdió tiempo y abrazó el tembloroso y frío cuerpo del azabache que sólo rodó los ojos.
—¿No crees que es romántico?, la lluvia, tú y yo solos, abrazados, compartiendo calor corporal — le alzó las cejas en un movimiento coqueto que este prefirió ignorar.
—Claro, este olor a mierda, el agua en mis calzoncillos y oh, ¿qué es eso?, ¿ratas?
—¡Oh pues! , ya para con el sarcasmo — y se quedaron callados un momento, escuchando las gotas de agua caer con fuerza en el asfalto.
—Puede que sea la peor cita que hayamos tenido — paró por un momento y después sonrió, cosa que al mexicano le causó asombro —, pero te tengo, en este momento — se miraron con la dulzura de sus primeras citas cursis.
—Pues obvio, y así será Hiro — la lluvia paró 2 horas después y Miguel sólo escuchaba atento los reclamos de Hiro de camino a casa, el frío que tenía, los dulces que se habían mojado, todo mojado y todo frío, y todo oliendo mal y todo estaba arruinado, pero México seguiría siendo mágico, con todo y sus calles encharcadas de lodo y basura.



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Esta historia se me ocurrió durante mi regreso a casa en camión cuando empezó a llover bien feo y una pareja estaban en moto y no podían moverse porque todo estaba inundado hasta las pantorillas, me reí mucho ese día.

🎏 Drabbles H I G U E LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora