Calcomanias

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Las clases habían terminado, la misma campana de salida se lo dijo y eso le hizo temblar en su asiento de primaria, pequeña y fría como él lo estaba, la maestra dió las últimas indicaciones de la tarea y una alegre despedida para los chiquillos de 8 años, en su frente corría sudor frío y en sus manos habían temblores horribles al momento de meter todas sus cosas, se le habían caído varios lápices de colores y unos cuantos al rededor rieron, se sintió un asco, se sintió tan pequeño y tan inútil debajo de sus risas que sus lágrimas caían mientras metía los colores con rapidez a su mochila y salió corriendo con sus cosas en la espalda, lejos de las risas, de las miradas y del dolor. Cada pisada en el concreto caliente le devolvía la tristeza y la vergüenza que sintió en el salón y en su vientre se almacenaba el miedo indescriptible que había estado sintiendo desde hace ya un año, ese miedo que se comía sus entrañas y destruía lo que quedaba de su alma de niño. Saliendo de la instalación corrió a la gran avenida, sabía que si pasaba esos árboles de sakura enormes ese día iba a ser tranquilidad, no llegaría a casa con raspones, ni con sus ojos rojos, ni con su ropa sucia y no tenía qué decirle a la tía Cass que un perro le había seguido, ni tendría que mirar a la cara de Tadashi con los ojos acuosos, tragar saliva y decirle que todo están bien cuando en realidad sólo quería desaparecer o sólo quería decir que odiaba a sus compañeros.
Sonrió al tocar el tronco del árbol y logró tener la certeza de que ese día todo iba a marchar bien, antes de dar otro paso el cuello de su sudadera fue jaladas hacia atrás, ahogando cada una de sus esperanzas, dejando cenizas de su felicidad.
—¿A dónde vas, rata de laboratorio? — la voz de su verdugo caminaba a través de sus oídos, a través de su piel, a través de sus moretones y huesos rotos.
—Ya, por favor, no más — decía susurrando mientras lo llevaban a un callejón lleno de basura y gatos arrabaleros. No podía evitar sentir tanto pánico con tan sólo escuchar esa voz. 
—Los malditos fenómeno como tú no merecen piedad — los demás reían y ayudaban a su líder a sujetar a su presa por los brazos.
—Rata de laboratorio — le decían con una melodía burlona. Siempre era lo mismo, una y otra vez, y a todos esos niños le tocaban turnos. Sabía que la especialidad del chico pelirrojo eran las patadas, la de los chicos rubios pellizcos, el chico castaño sabía dónde golpear para que no se viera alguna agresión y su líder, aquel chico de ojos miel sabía cómo atormentarlo psicológicamente, todos los días, todas la horas de su existencia, siempre estaba ahí, en sus sueños, en su vecindario, en la entrada de su casa, en los baños, en la tienda, estaba aterrado, simplemente muerto de miedo.
Cuando se acercaba la hora del golpe de gracia, ese en donde el hematoma le quedaba por meses, una voz más pequeña, más chillona, le hizo abrir los ojos, no escuchó qué había dicho, pero aseguraba que era algo cómo "suelten a ese niño" , o un "¿qué están haciendo?", trataba de ver al niño en frente de ellos, pero el dolor cegaba su campo de visión.
—Chicos, creo que alguien se le quiere unir — su corazón le afirmó que huiría de su cuerpo como de seguro el chico lo haría, ¿quién se enfrentaba a los matones de la escuela por alguien que no conoce?, él no lo haría por eso nadie lo haría por él. No supo cuándo fue tirado al suelo y todos se hicieron bolita con el otro chico, escuchando los mismos lamentos que él hacía, sus piernas apenas podían pararse para salir huyendo pero su mirada se centró en el pequeño cuerpo que trataba de liberarse, hasta que escuchó cómo lo azotaban con el suelo, sus risas burlonas, un par de burlas a los dos y después sus pisadas de vuelta a la calle principal. El niño se levantó con pesar pero con una sonrisa dirigida a él se acercó sacudiendo sus ropas.
—¿Estás bien? — los dedos morenos tomaron sus muñecas rojas y sus ojos conectaron, el café del chocolate y el café del maple se hicieron eternos en los ojos del otro y supo que por primera vez, quería confiar en alguien.
—No — habló con sinceridad, con lágrimas en los ojos, con ardor en su codo y moretones en su pecho y rodillas.
—¿En serio? — sus manos mulatas hacían juego con su piel durazno y el frío de sus extremidades tomaba el calor de las contarias.
—¿Por qué te has quedado? — ignorando aquella pregunta sacudió su ropa, el polvo en ella volaba por el aire picándole las fosas nasales.
—Si no lo hacían te iban a golpear más y no quería eso — el niño fue por ambas mochilas que yacían en el suelo junto a la basura — y pues... Tienes una bonita piel — habló a susurros audibles que hicieron la piel pálida un lienzo de rosas claros. Se quedó callado cubriendo sus manos llenas de rasguños —. ¿Te lastimaron mucho? — miró sus manos y a través de sus nervios sintió los varios raspones de su cuerpo.
—No
—Pero mira cómo te dejaron, mira ven — volvió a poner las mochilas en el suelo y de la suya sacó un par de calcomanías, caminó hasta el de mirada confusa y en sus manos empezó a pegar los súper héroes brillosos que había comprado con sus ahorros.
—¿Por qué calcomanías?
—Porque es lo único que tengo para remplazar las banditas — miraba con atención aquellas estampitas que se iban pegando a sus brazos, sus piernas, sus manos y sintió algo bonito en su corazón.
—No es muy limpio — miró aquellos ojitos redondos cafés.
—Pero es bonito — le sonrió — como tú.

🎏 Drabbles H I G U E LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora