Pesadillas

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En la madrugada, cuando hay un punto muerto en el que la noche es silenciosa, unas manos ahorcan mi garganta, suplico que se detenga, lloro para que lo haga y golpeo a lo que me mata.

En la madrugada, cuando hay un punto muerto en el que la noche es silenciosa, mi hermano revive y el fuego también, caliente, peligroso, como hace 20 años lo fue, sigue sin escucharme, sigue sin entender que si entra por ahí le puede pasar algo y me puede pasar a mí, y una vez más mi hermano muere consumido por su nobleza y su bondad.

En la madrugada, cuando hay un punto muerto en el que la noche es silenciosa, alguien arrastra cadáveres frescos por la sala, despierto para ir a ver quiénes son, el hombre trae una máscara que mi recuerdo me dice que ya la he visto y las formas de los cadáveres me espantan, siempre lo hacen. El hombre se va con cuchillo en mano a los cuartos de arriba y yo me acerco para ver los rostros cubiertos, mala idea, caigo horrorizado al suelo y niego que sean ellos, mi hermano y mi novio yacen muertos, llenos de sangre y cortaduras, no evito que se escape un grito y mis manos se llenan de la sangre de ambos y las miro temblando, los pasos del hombre se acercan rápidamente, ya sabe que estoy aquí, me levanto, trato de correr a la salida a pedir ayuda, pienso que puedo lograrlo porque ya he tocado el picaporte pero me voltea bruscamente, quita su máscara de detalles rojos y sé que no puedo perdonar a Callahan a pesar de que él siempre esté llorando.

No puedo.

Manos suaves tocaron mis mejillas, limpiaban lágrimas amargas derramadas por la cara, mis jadeos se detuvieron gradualmente y la imagen de mi hermano, de Miguel y de Callahan siguen en mí, puedo sentir la sangre escurrir de mis manos, abrí los ojos lentamente logrando identificar primero sus labios, labios con una luna pequeña, su voz susurrante me hizo llorar porque yo sabía que él estaba muerto junto a mi hermano. Lo había visto, yo los ví sangrando.
—Estoy aquí, tranquilo — quitaba los mechones de mi rostro y limpiaba el sudor que caía —. Sigo aquí, mira, sienteme — tomaba mis manos entre las suyas y estaban tibias, no frías, no pálidas, por fin lograba salir de la ilusión del sueño, de la sensación de que todo lo que había amado estaba perdido. Me sonrió y recargó su frente en el hueco de mi hombro y cuello y yo me quedé mirando el techo, apreté el agarre de su mano para sentirlo, para afirmar que, aunque Tadashi ya no estaba, él sí estaba aquí, conmigo acostado, calmando mis patéticas penas.
—Estás aquí — susurré porque no tenía suficiente aire en los pulmones.
—Estoy aquí.

Y sí, estaba allí.

🎏 Drabbles H I G U E LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora