Sal

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Cuando era niño siempre escuchaba que sus amigos decían que en vacaciones fueron al mar, que siempre era bonito y era húmedo y que la arena se pegaba a tu piel mojada y la espuma era blanca como las nubes y a veces el color blanco de la arena caliza erosionada era igual de impresionante que el amarillo del cuarzo en tus pies y Miguel desde la primera vez que escuchó eso sabía que quería conocer el mar.
—Mamá, ¡vayamos al mar! — con el entusiasmo de un niño de 7 años revoloteaba a las faldas de su madre que tendía la ropa de su familia en el patio.
—¿Al mar?
—Sí, quiero ver el mar con mis propios ojos — su madre se contagió de la felicidad de su pequeño y le acarició los cabello negros noche.
—Pues no sé, dile a tu papá a ver qué dice — y el niño se quedó feliz, platicando con su madre sobre lo que haría al llegar, que haría castillos de arena, recogería conchas, jugaría con las olas, molestaría cangrejos y se atrevería a ser arrastrado unos centímetros por las olas. Esperaría hasta que llegara papá de la zapatería.

Al caer la noche su familia llegaba y con ellos su padre, entonces le dijo del mar, de sus aguas saladas y azules, de los vientos húmedos y la arena mojada.
—Pues no sé, pregúntale a tu madre a ver qué dice — decía mientras estaban en la tienda para comprar huevo y leche para la mañana. Entonces Miguel se quedó pensando un segundo la respuesta de sus padres ante la misma pregunta.
—Pero ella había dicho que era buena idea
—¡¿Qué?! — su padre parecía sorprendido, tanto que estaba a punto de olvidar el cambio en la barra de la tienda.
—¿Entonces sí podemos? — seguro iba a decir que sí, seguro iba a conocer el mar en las vacaciones de verano, ya podía oler el clima que le golpeaba su piel tostada.
—Pues no lo sé m'ijo, hablaré con tu madre — pero ni eso le quitó la felicidad, estaban 100 por 100 seguro que irían, que también tendría historias qué contar regresando de vacaciones.

Esperó a que fuera junio para saber si iban a ir, pero sus padres ni parecían acordarse de lo que les había dicho, nadie hizo comentario de nada, no habían preparado maletas, no habían comprado bloqueadores, mamá Elena no estaba como loca haciendo listas de lo que debía llevar o lo que debían hacer, sólo eran vacaciones normales, aburridas y repetitivas.
—Mamá, ¿no iremos a la playa?
—Oh cariño — su madre se puso a la par de su hijo, le acarició el rostro y suspiró —, tu padre y toda la familia hacemos lo que podemos para estar bien, para comer y esas cosas que necesitas — entonces empezó a desanimarse —, por lo que si vamos a un viaje al mar, no podremos comprarte esa guitarra que tanto te gusta, y tú quieres esa guitarra, ¿no? — Miguel cruzó de brazos, se enojó un momento pero después se puso triste y al final aceptó lo que decía su madre.
—Sí...
—Bueno, tal vez las siguientes vacaciones o las siguientes de esas, tal vez algún día — su madre le dió un abrazo y fue al taller de la zapatería para ver qué se les ofrecía a los demás y el pequeño niño se quedó imaginando qué hubiera hecho si hubiera conocido el azul claro del mar, hasta ese día sólo se dedicaría a escuchar cómo los otros la habían pasado.
Miguel creció, fue a la universidad, estudió arquitectura urbana, apoyó a su familia en el negocio familiar y de vez en cuando tocaba y cantaba en la plaza, en fiestas, en eventos y lo amaba, pero nunca tuvo la oportunidad de conocer el mar, tal vez ya para ese entonces esa idea ya no aparecía en su mente, la había olvidado.

Una oportunidad de trabajo en el extranjero le llamó a la puerta de la casa, iba a viajar por primera vez y su familia lo apoyaba, le desearon buena suerte y lo animaron como ellos sabían hacerlo, pero nadie imaginó que no sólo encontraría trabajo, también una buena relación estable con un chico de por allá, su familia dió el grito en el cielo cuando decidido quedarse a vivir con él en San Fransokyo pero nadie le dijo nada y aceptaron que el ave dejaba el nido.
—Hay qué ir de vacaciones — le sugirió su pareja un día en el que Miguel estaba trabajando en un proyecto pequeño para la remodelación de un parque y Hiro se encontraba con pedidos de empresas bastante exigentes.
—Claro, ¿a dónde? — Hiro se quedó callado en una silla giratoria, en el cuarto de trabajo de Miguel, que trazaba planos con una precisión asombrosa.
—Pues... Será un secreto — los ojos cafés le miraron destellantes, sabía que Miguel amaba las sorpresas tanto como a él.
—¿En serio?, ¿una sorpresa, sorpresa? — dejó su rotulador calibrado en la mesa, al lado de sus escuadras, el cartabón y el papel vegetal.
—Una sorpresa, sorpresa — y Miguel fue a abrazarlo, a ser afectivo con un gato arisco que trataba de corresponder los constantes abrazos del mexicano.

El trabajo de Hiro acabó mucho antes que el del latino por lo que se tomó el tiempo de hacer la maleta de los dos, sin dejar ver a la víctima de la sorpresa lo que estaba empacando, era una sorpresa, sorpresa, no podía dejar ni un sólo hueco a la luz.

Semanas, un mes tal vez, Miguel por fin estaba en avión, sintiendo los nervios que sintió la primera vez que subió a uno, odiaba viajar por los aires, siempre le daban mareos, todo el tiempo quería ir al baño, no podía dormir ni un segundo y normalmente se encontraba haciendo ejercicios de inhalar, exhala y Hiro se puso un recordatorio de no hacer viajes tan largos en avión.
—No es tan malo, mira las nubes y la ciudad, son como átomos — Miguel se negana a ver por la ventaja, se aferra a su asiento y a la mano de Hiro que por poco y quedaba morada.
—¿Vamos a — inhala y exhala —... Tardar mucho?
—No, no, sólo unas dos horas más, tranquilo — y la tortura de Miguel valió la pena al pisar el suelo de otro país, o quizá estado, ni si quiera eso sabía.

La llegada a su hotel le dió paz, aunque en el camino ya se hacía la idea de su sorpresa, esas palmeras, ese cielo, ese clima le decía a gritos la sorpresa pero estaba feliz.
—Descansa, mañana te llevaré a varios lugares — sintió un pequeño beso en su corinilla y cerró los ojos.

➷➷➷

Las calles gritaban Colorado, en una clase de historia vió este sitio en fotos, la famosa estatua del beso y su hermosa playa, pero Hiro no le dejaba hablar de la sorpresa. Lo llevó a desayunar a uno de esos restaurantes que parecían simples pero la comida era el doble de pago que lo del viaje, aún así lo disfrutó porque por fin cumplía su sueño y lo hacía porque Hiro estaba igual de emocionado que él.
¿Nunca has ido al mar? — preguntó el mitad nipón para llenar el espacio hueco del silencio en su hogar.
No, nunca, ¿y tú?

Sí y tú, ¿por qué no has ido?
Pues... Mi familia no tenía dinero para viajar y ahora estoy teniendo mucho trabajo — se detuvo un momento de teclear cosas y dejó de lado su computadora y observó a Hiro ajustar la pieza de uno de sus robots pequeños —, pero siempre quise ir, cuando era niño siempre escuchaba a mis compañeros decir "el mar es más grande e impresionante que en fotos" — su pareja dejó de ajustar piezas y observó el semblante triste del mexicano —, siempre quise ir y le insistí a mis padres por mucho tiempo, incluso cuando me habían dicho que no podíamos, hasta que sólo me resigné — alzó los hombros y se giró de nuevo a su computadora —, igual algún día puedo ir.
Algún día — escuchó el susurro de su pareja y la puerta de su cuarto de trabajo cerrase.

Fueron a comprar recuerdos para los amigos, la tía Cass y para la familia de Miguel, comieron y pasearon por las calles y fueron al hotel, Hiro le repetía qué ya era la hora de la sorpresa y tanto él como Miguel estaban dando saltos de emoción, cosa que el mayor no hacía normalmente. Le vendaron los ojos en cierto punto de la calle y se dejó conducir con la voz y las manos temblorosas y frías de su pareja.
—No me vayas a dejar caer — decía dando pasos temerosos.
—Claro que no. ¡Escalón! — lo ayudó a bajarse, sostenía sus manos trémulas con el mismo nerviosismo que él tenía al querer dar la sorpresa —, ¿ves?, confía en mí — Miguel reía nervioso y se llegó a callar cuando sintió arena entre los dedos, arena que entraba en sus sandalias, estaba caliente, sintió la brisa de sal pegarle en la cara y la venda fue retirada de sus ojos y el azul del cielo y el mar eran, por mucho, mejores que las fotos. Ante él yacía la plenitud de la mar, impetuosa, llena de vida y frescas olas jugando en la arena blanca, las aves le cantaban al oído y el sol acariciaba su tez morena.
—Es... — hipnotizado por la maravilloso del mundo se quedó callado, derramando agua del lagrimal, agua que se haría una con el mar.
—Es bastante bello — sus manos cálidas se entrelazaron y miraron juntos la inmensidad del mundo.

Había esperado años por algo así, porque la sal se hospedara en sus labios y la humedad del clima le abrazar como lo hacía Hiro, como siempre lo iba a hacer.

🎏 Drabbles H I G U E LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora