Capítulo 1 : Vecinos

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Siempre existía un motivo para irse. Y también otro para reencontrarse.

Desde que se había mudado a su nuevo departamento, Himawari no dejaba de sentirse incómoda, todo el tiempo había un pero, a pesar de que la zona era una de las mejores de la zona y su madre la había ayudado a escogerlo. Se le daba fatal tratar de reordenar su vida, sobretodo ahora que enfilaba hacia la maduración como tal, después de haberse graduado de la universidad, incluso de haber hecho sus entrenamientos en el ejército militar de Konoha. Servía para su pueblo y estaba lista para enfrentarse a lo que fuera si la mandaban al campo de batalla. No tenía miedo, ni inseguridades, solo le faltaba una sola cosa: paciencia.

Paciencia para poder encontrarle sentido a su vida rutinaria. No era que le disgustaba, simplemente, se encontraba frente al espejo preguntándose cuánto tiempo más aguantaría su sueldo para cubrir los gastos de internación de su hermano mayor. Estaba enfermo desde sus cuatro años, por culpa de la última guerra, que destrozó a su pueblo y se llevó con ellas miles de muertes, infecciones, y una contaminación de aire insoportable. Su hermano tenía infectado los pulmones y estaba atado a un respirador artificial. Velaba por su vida, día y noche, lejos de él porque desde su reclutamiento; no dejaba de ausentarse.

Despertaba con el olor a cigarrillo impregnado en su nariz, no sabía de dónde provenía, o en realidad sí; ¿el problema? No quería tener que ponerle las quejas a su vecino o de verdad tendría que mudarse. No lo haría porque era respetuosa y ni siquiera tenía el derecho de decirle lo contrario. El olor a cigarrillo llegaba desde el balcón de al lado, solo que por la puerta cerrada, las cortinas tapaban la vista. No tenía idea de quién vivía allí, ni cuántas personas eran, ni por qué tenía la costumbre de furmar bien temprano por la mañana. Solo odiaba despertarse por el olor a cigarrillo. Le generaba náuseas. Todo lo que era tóxico para sus pulmones lo odiaba. Sobretodo conviviendo con su hermano, que tenía problemas respiratorios y siempre necesitaba estar en un lugar fuera de contaminación.

Todas las mañanas se levantaba, se aseaba y peinaba sus cabellos esponjosos, ¿cómo era posible que hubiera heredado los cabellos de su padre y no los de su madre? O tal vez solo debía esperar para que su cabello se alise. Después de peinarse, se preparaba un desayuno, un poco de café con tostadas, abría su laptop y revisaba su correo, las notificaciones de su teléfono celular y le enviaba un mensaje de buenos días a su hermano. Lo hacía siempre que podía, porque él estaba internado y no podía visitarlo, le hubiese gustado pasar más tiempo. Lo extrañaba y lo adoraba. El mejor hermano. A pesar de que debía sentir rencor por la guerra, ella decidió alistarse y enfrentar los arduos entrenamientos, siendo mujer. Sus padres fueron los primeros en negarse, justamente, por ese hecho. Su género, al parecer, le impedía volverse una militar fuerte y respetada. Quizá porque temían que fuera tomada por una mujer fácil, no era así, su hermano sabía que era capaz y por eso es que fue el único que la apoyó. Convenció a sus padres para que la dejaran unirse a sus dieciocho años.

El olor a cigarrillo perduraba, al menos, la hora que tardaba en hacer sus rutinas. Al dejar de sentir el aroma repugnante, sacaba las colchas y las colgaba en el balcón. De vez en cuando intentaba husmear adentro para ver si lograba ver al irresponsable que fumaba y pudría sus pulmones, no veía a nadie. Siempre oscuro, con la cortina que impedía lo que hubiera detrás de la ventana. Empezaba a sentir curiosidad y al mes de haberse mudado, ese olor era cada vez peor, ¿quién era el condenado? Quería tirar la puerta de una patada y darle un buen puñetazo. No debía y no era correcto. Haber pasado entre tantos varones la hizo volver una mujer ruda, con temperamento e impaciente. No solo la respetaban, nadie se animaba a contradecirle. Incluso tenía pretendientes y ella no se inmutaba en corresponderles.

El cielo encapotado dio indicio que una tormenta eléctrica se acercaba, se preocupó cuando empezó a relampaguear y estaba sin paraguas. Había salido a hacer las compras, e incluso había pasado por el hospital para visitar a su hermano, todo le salió mal y no llegó a tiempo para tomar el siguiente tren, haciendo que llegara tarde a todos los negocios y comprar lo primero que encontrara en la tienda de veinticuatro horas. Lo último que le faltaba era que la tormenta la tomara por sorpresa. Y así fue, cuando corría bajo la lluvia para refugiarse en algún negocio, ya todos cerrados; expulsó con frustración un fuerte suspiro.

Siempre A Tu Lado  (KawaHima)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora