Capítulo 21

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Me mordi el labio.

No estaba dispuesta (de un momento a otro) que entrara él por esa puerta donde yo seguía tirada en mi cama, realmente nerviosa. Mi cuerpo me alarmaba con dormirse todo, y muy en mi interior podía escuchar muy claro aquellos gritos que me decían que no saliera de casa, que no estaba bien y no lo estaría si ponía un pie fuera de casa. Y temía por ello.

Sabía que él quería arreglar las cosas, debía confiar en él, pero de una forma esa confianza había desparecido en mi, ya no podía estar cerca de él, y no quería estarlo. Aquella noche pasó justo lo que nunca quise pasar durante toda mi vida. El ser engañada por causa de una relación amorosa. Y lo peor de esto fue que ni siquiera estábamos en el centro de una relación.

Y eso me frustraba.

Faltaba media hora para que Joel llegara y la cabeza sentía que me iba a explotar en cualquier momento si seguía pensando. Inhale y exhale. ¿Porqué no simplemente le digo que no saldré con él y listo? Al fin de cuentas él no tiene por qué exigirme que salga de casa con él cuando se ha comportado como un idiota conmigo.

De reojo volteé a ver mi armario y enseguida al cuarto de baño. Pero, ¿por qué me ponía tan nerviosa? Obviamente no quería estarlo, mucho menos sentir aquello puesto que no me ayudaba en nada para lo que quería enfrentar en unos minutos más.

Fue el tiempo que estuve dándole vueltas al asunto cuando sin haberme dado cuenta ya había dado la hora. Las diez de la noche. Trague en seco.

Justo cuando quise ponerme de pie, el ruido de la puerta de abajo llamó mi atención. A continuación se escucharon voces femenina y masculinas, porque reduje que mi madre estaba hablando con Joel y mi padre se unió a su plática. Fue entonces cuando se escucharon pasos aproximándose a mi habitación. Pasos de botas.

Y yo conocía (desgraciadamente) al dueño de aquellas botas.

Abrí los ojos con sorpresa al escuchar la puerta ser tocada, dos veces. Joel venía de buen humor por eso tocó la puerta, ¿y si lo hacía enojar?

Pero no.

Creí que estaba segura de lo que diría en su cara, mas ahora ya estaba realmente nerviosa y llena de pánico.

—Gisell, abre la puerta. —dijo con toda calma.

No dije nada. Otros toques más. Seguí sin abrir la puerta.

—Abre la maldita puerta, Gisell, ¿escuchas? —exigió—. Sabes lo que haré si no abres.

Segundos después sus pasos se hicieron lejanos, y al verme aliviada de que supuestamente ya se había ido, no fue así, porque volvieron a escucharse sus pasos y el manillar de la puerta siendo jugada.

Di un brinco en mi cama al ver a Joel entrar como depredador en busca de su prisa. Ni siquiera quise ver con detenimiento lo malditamente atractivo que se veía con aquel traje negro.

Mordi mi labio inconscientemente.

Aquel traje se ajustaba a la perfección a su cuerpo, y lo hicieron ver tan malditamente elegante que me sentí fuera de lugar junto con mi pijama. Aunque bueno, estaba en casa así que no debí por qué sentirme así.

«Y dices que no lo viste bien, eh. Serás mentirosa».

—¿Qué haces? ¿Porqué no te has puesto tus vestidos?

Joel se acercó a mi, amenazante. Me encogi en mi sitio.

—Te dije claro que no aceptaba un no como respuesta ¿y ves lo que haces? —me espetó como si fuera mi marido—. ¿Qué parte no entendiste como para no arreglarte? He reservado una maldita reservación en el restaurante que más nos gusta y por tus berrinches de niña vamos a perderla. ¿Qué demonios te pasa?

Amigos No ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora