CAPÍTULO 4

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Nunca había imaginado que una calle tan deshabitada me iba a producir nervios en vez de tranquilidad, como usualmente me siento cuando viajaba desde una ciudad a otra con mis padres hace algunos años. En estos momentos necesito compañía, más de la que usualmente necesito (que es solo la presencia de Austin). No es lo mismo un homicidio planeado a un homicidio repentino. Las veces que ellos morían sabíamos que iba a suceder, y todo estaba planeado desde meses, llevándonos de un camino a otro y nada se escapaba, no hasta este entonces que me arrepiento totalmente de aquel día que no pude perseguir a Federico Browns.

El pie izquierdo donde controlo lentamente el embrague me tiembla constantemente, como cuando las personas con el tic de la pierna se sienten nerviosas o aburridas e involuntariamente mueven el pie de un lado a otro. Jamás había estado tan nerviosa por algo que se supone que lo he experimentado desde otra manera.

Enciendo la radio para distraerme un rato, o intentar hacerlo. Está en la emisora 95.5, donde se habla más que todo de conflictos sociopolíticas de la ciudad y una que otra vez las canciones más escuchadas del momento. Se escucha entrecortado, pues la señal en esta zona no es tan agradable, pero soy capaz de entender al joven de la radio.

—Un seguidor nuestro nos tuiteó una noticia acerca de la tasa de homicidios de la ciudad. Bueno, como solemos hacer aquí, daré mi opinión al respecto: es normal sentir ese tipo de enojo hacia las personas, pues el cerebro tiene un circuito de furia que puede ser estimulado por los estímulos nerviosos, valga la redundancia. Eso provoca que digamos palabras malsonantes, o como muchos dicen, groserías, de lo que se deduce que el circuito de la furia no es una huella inerte, sino que tiene conexiones con el resto del cerebro. Cuando pasamos de la tranquilidad a la furia hasta el punto de cometer una estupidez, pues, no nos aboca al desastre, sino que nos previene frente a los demás y frente a nosotros mismos.

Después de notar un buen silencio del joven que, supongo que estaba leyendo otros mensajes de sus seguidores, apago la radio. Ya estoy lo bastante molesta como para escuchar una canción como método tranquilizador.

Tengo culpa, no puedo negarlo, tengo culpa acerca de la muerte de Federico que, aunque no lo maté directamente, contribuí a ello. También, a pesar de que fue por defensa propia, si lo vemos desde el lado que nosotros también casi lo matamos meses atrás, entonces no podríamos considerarlo como una defensa propia, no al menos en el lado de la moral. Y aunque los policías, en un caso hipotético, jamás hayan encontrado una conexión entre Federico y nosotros, por lo que nos dejarían en libertad, la culpabilidad aún seguiría en nosotros, o al menos en mí. Esto me ha conllevado a una serie de juicios, encaminándome a actuar y sentir de un modo distinto a la que usualmente hago. He estado analizando las causas de inimputabilidad, los problemas del error y el análisis de las causas de inexigibilidad. Todo esto me está atormentando, tanto la acción, causa y la consecuencia. ¿Por qué tuvimos que hacer eso?

Aún recuerdo el día cuando Austin me mostró la fábrica después del conflicto con sus padres. Yo no lo podía creer cómo una persona como él llegaría a ser capaz de todo esto, pero no me quejaba; yo realmente quería ayudarlo a poner a la gente a sufrir por todo. Las trampas que me mostraba, los planes, sus ideas, fueron música para mis oídos hasta cierto punto. El primer juego fue perfecto; los gritos, las agonías, el sufrimiento, la lucha extrema, la tranquilidad a ver que recibían comida, el llanto, todo eso nos llenaba el alma de una manera perspicaz y nos motivaba a seguir adelante. En el segundo juego todo mejoró, todo fue perfeccionándose y las trampas avanzaron, por lo cual el sufrimiento se volvía más deleitoso de cada una de las víctimas.

Oh, Max, ¿Cómo olvidarte si fui tu compañera de juegos?

Me sorprendió bastante las agallas, la inteligencia y lo estratégico que era Max, lo consideré digno, así como los dos chicos que nos acompañaron en el segundo juego cuando superaron el primer juego, sin embargo, Austin no estaba de acuerdo con mi opinión, supongo que tenías celos de la relación que creé con Max, aunque solo era para sentir más placer a la hora de ver cómo Max jugaba, pero eso jamás lo entendió Austin, por lo que tuvimos que matarlo. No me quejaba en ese momento, pero ahora puedo decir honestamente que me arrepiento de cómo un chico que se veía con un gran futuro pudo haber caído de esta manera. Y todo por nosotros.

Al paso de las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora