CAPÍTULO 12

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La puerta se cierra con una gran velocidad que pudo haber captado toda la atención de los clientes y trabajadores del local para averiguar quién habrá cometido esa gran detonación. ¿Es mi problema en estos momentos eso? Claramente no.

Mi mano trata de coordinarse junto con mis dedos para apretar el botón de seguridad, la cual, me cuesta, pero lo logro.

Daniel.

Caigo sin más, de rodillas, recuperando aire, mis pulmones no son lo suficientemente capaces de procesar todo el aire que les recolecto y pareciese que no entienden que les estoy ofreciendo oxígeno. Me quedo sin aire.

Toso un poco, mi garganta actúa como si estuviera cerrada y lucha por abrirse de nuevo. ¿Qué?

Federico.

Doy todas mis fuerzas para levantarme, pero no lo logro, aun así, me apoyo en el tocador de mármol y me ayuda para poder levantarme un poco. Me quedo con las rodillas hacia afuera, flexionando mis piernas.

Me miro al espejo.

El lago.

Mi cabello liso lo recojo y con un acto blandengue, formo una especie de bollo que queda encima de mi cabeza. Abro el grifo y me echo un poco de agua en la cara.

La cabaña.

Sin querer —porque no lo veía venir— vomito sobre el lavabo del bar.

Al ver, solo está el agua saliendo del grifo combinándose con la especie de líquido espeso color rojo que expulsé, probablemente sea la ciruela de la bebida, o sea sangre, pero ¿Por qué sería sangre? Sin embargo, produce un infecto olor. Me mareo un poco, pero el tocador de mármol me ayuda a estabilizarme, de lo contrario, estaría en el suelo hace rato. Debería, pero no.

¿Cómo carajos iba a saber que Daniel es el padre de Federico? No lo sabía, Austin no lo sabía, ¡Nadie lo sabía, joder!

Federico no vivía realmente con su padre, ni siquiera con su madre, lo sé. La vez que lo investigamos vivía en una casa pequeña en el oeste de la ciudad, en un barrio solitario, donde te puedes quedar una semana entera y te darás cuenta que no tendrás una historia que contar a tus amigos o familiares sobre aquel barrio porque no sucede nada, solo personas saliendo y entrando en sus casas; lo que pasa ahí adentro no es asunto tuyo, ni de nadie, ni lo sabrás al menos que entres en ella.

Y eso hicimos: Austin y yo entramos en la casa de Federico cuando se fue a trabajar. No tenía nada que ocultar o nada interesante, solo un sillón lleno de bebidas Coca-Cola con un televisor plasma, una mesa de centro con algunos libros y revistas porno, una cama mal tendida, una cocina con pocos ingredientes y condimentos, ni siquiera tenía utensilios de cocina, si mucho una cuchara y un tenedor, de resto eran cajas de comida traída por domicilio. En el baño, bueno, objetos personales, pero ¡Nada más! No tenía documentos personales, ni laborales, ni fotos con sus amigos, ni con su familia, dándonos a entender que era un objetivo fácil de conseguir porque no tenía personas que se preocupasen por él, a excepción de su jefe, pero no lo iba a investigar, solo lo iba a reemplazar por otra persona que sepa hacer lo que él hacía como repartidor de pizzas.

Federico vivía ahí, lo sé. Solo hay dos opciones: o vivía en ese barrio aburridor y visitaba a su padre —y a su madre, en otro lugar— los fines de semanas o cuando tenía tiempo, o vivía con su padre y esa casa en ese barrio aburridor solo era un hospedaje para despejar su mente o meter mujeres a su casa.

Obvio que Federico tenía redes sociales, ¿Quién no los va a tener a estas alturas del mundo digital y donde un "me gusta" impresiona y sube la autoestima de muchos? Bueno, nosotros no teníamos redes sociales para actualizar nuestros estados, por razones obvias. Solo teníamos redes para investigar a los jugadores, y eso que lo hacíamos con un perfil anónimo difícil de rastrear. La cuestión es que Federico tenía fotos de paisajes, de Pinterest, o de algunas modelos, y si mucho, fotos de él, pero no son más que fotos en bares, frente a un espejo, selfies o en la playa.

Al paso de las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora