EPÍLOGO

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El sonido de una campana en mi cabeza suena densamente sin parar, también es parecido al sonido de un canal en el televisor que no tiene transmisión. No me deja concentrarme qué está pasando a mi alrededor.

El lugar en el que me encuentro no es el apartamento, puesto que el olor que percibo es como un tanque de gasolina, al mismo tiempo de orina de rata y otros olores que no puedo distinguir. Mis piernas me duelen rotundamente, como si me hubieran golpeado con un martillo fuertemente sin piedad hasta que se quebraran los huesos.

Al abrir un poco los ojos, observo una habitación oscura, no tiene mucho que pueda ver a primera impresión; grietas, una gotera, una lámpara colgando que, de hecho, se mueve horizontalmente balanceándose y eso provoca un chirrido lento. 

Mi cara, mi cara. No había sentido el dolor hasta ahora. Me duele, muchísimo, la zona de la boca no la siento en lo absoluto.

Cuando intento hablar, no puedo, y no es porque no tenga voz, es porque tengo un hilo grueso atravesando mis labios de punta a punta. Me cosieron.

"Me cosieron", alguien, Jazmín, el juicio, ¿qué pasó? Jazmín, ella es la culpable de todo. Íbamos perfecto, faltaba poco para el juicio, ella luchó contra mí; ella me desmayó y me cosió, además de que me encerró acá. ¿Por qué lo hizo? Se supone que ella no debería de agredir a un cliente por ningún motivo al menos que fuese por un ataque por parte del mismo cliente, pero no le he hecho nada para que me atacase así, solo estaba haciendo el café mientras pensaba qué iba a pasar con el caso. 

Federico, Daniel, Austin.

Intento moverme, pero fue en vano; mis piernas no están con la capacidad de apoyar todo mi peso, no sé por qué. ¿Un calmante? ¿Anestesia? Tal vez.

Observo más a detalle la habitación. No hay mucho del que pueda decirse. Solo está lo dicho anteriormente y en una de las paredes de la habitación se encuentran unos papeles, pero no puedo saber de qué es por la ausencia de luz que hay. También hay algunas tuberías en una de las esquinas. 

Esto es una habitación abandonada, no hay duda de ello. Si esto está abandonado, está maltratado, hay una lámpara balanceándose y hay un olor a muerto es porque no estoy en una habitación cualquiera del mundo en que la gente olvidó habitarla.

Estamos en una fábrica, en una donde se ha realizado los juegos.

La lámpara se enciende. Al principio parpadeaba constantemente, pero después de uno segundos, ésta se vuelve estable. En una de las paredes hay un gran ventanal que, si es la fábrica, no es un vidrio cualquiera, es uno templado. Y si es la fábrica hay alguien observándome.

Desde el lado izquierdo sale Jazmín Myers, la excelente abogada que conserva una grandiosa reputación y, después de tantos años de juicios ganados, decidió jubilarse, no sin antes hacer el último juicio: el asesinato de Austin Díaz quien fue brutalmente asesinado en una de las habitaciones del hotel Anantara y solo hay una única sospechosa, mi persona; Venus Crawford. Una excelente abogada que tiene un pensamiento lateral que pocos pueden entender y ella se benefició de ello. Pudo resolver el caso con suposiciones y jugadas maestras en menos de 180 minutos, así como yo he podido realizar unos juegos con más de cinco personas en menos de 480 minutos. Y no solo eso, después de saber realmente quién asesinó a Austin y dónde se encuentra el cadáver de Federico Browns, sin estar consciente de ello, fue capaz de tenderme una trampa y desmayarme, llevándome a este lugar.

Quisiera gritarle muchísimas cosas desagradables, pero, por obvias razones, ni me inmuto en hacerlo. Ella al saber con una simple mirada de lo que quiero decir, solo se ríe de mi inutilidad al hablar. 

—Ay, querida, siempre has sido muy impulsiva que hasta en tu mirada se te nota que lo que quieres urentemente es clavarme un cuchillo en la garganta.

Al paso de las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora