CAPÍTULO 10

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—¿Estás diciéndome que Daniel los vieron a ustedes dos en la ciudad?

La cara de Jazmín se me hace normal, pues su expresión es la misma cuando los jugadores se daban cuenta que estaban en una habitación abandonada dándose cuenta poco a poco que tenían que jugar a lo extremo para salvar sus vidas, cosa que no lograban.

¿A cuánto estamos dispuesto a mantener nuestra reputación estable? ¿Hacer unas pequeñas mentiras a nuestros padres? ¿Lucirse ante un grupo de jóvenes de la misma edad que tú? ¿Meterse en mundos que nunca quisiste solo para hacer caer bien a tus amigos? ¿Estar con personas que no quieres estar, solo para que ellos crean que estás haciendo un buen aporte? ¿Revivir sexualmente tu vida mientras estás con otra persona? ¿Robar dinero mientras creas cifras falsas para hacerle creer a un pueblo que estamos progresando como sociedad? ¿Matar a unas cuantas personas solo para no caer en la prisión? El humano es capaz de hacer cualquier cosa solo para mantener una imagen que todos queremos que vea la sociedad, y esa imagen es la persona que como sociedad es correcto: cool, amigable, sincero, fantástico, fiel, bueno y lea. Nuestra reputación ya estaba a miles de metros bajo tierra, en una tumba tallada con nuestros nombres lista para ser vista ante el público que desconoce la causa de las múltiples desapariciones de la ciudad; la desaparición de Federico y la muerte de Austin. Sin embargo, con Daniel no podíamos perder una reputación, no porque era un señor que solo quería mantener la calma mientras su familia estaba hecha en un desastre, sino porque era un perfecto testigo para la justicia.

—Sí —una respuesta cortante, es obvio, pero ¿Qué más iba a decir? Daniel estaba en su camioneta roja, respetando las reglas de tránsito, al igual que nosotros, al lado suyo, con los vidrios abajo y pretendiendo que íbamos a ir a su casa a cenar como buenos amigos que supuestamente éramos. ¿Qué más hay de eso? Nada más.

—¿Y eso qué tiene de malo? 

Joder, verdad que ella no sabe del lago.

—Nunca dije que fuese algo malo, solo te conté que me lo encontré en un semáforo, me invitó a su casa y obviamente no fui. Te lo cuento porque me dices que te cuente hasta el más mínimo detalle. 

Ay, sí soy buena. 

—Dime que no le hiciste nada, al menos. 

—Tranquila, abogada —le hago un gesto de desagrado y de obviedad —. Si investigas un poco, sabrías que él no está muerto.

—¿Me estás tú subestimando? ¿Yo qué iba a saber que tenía que investigar a Daniel si él no toca nada en tu problema con el asesinato de Austin? No me creas que ya me sé toda tu historia porque si fuese así, no estaría acá. 

Está histérica. No la culpo, he estado introduciéndole varios sucesos en su cabeza que en vez de ayudarle a armar el rompecabezas que tiene en su mente, solo le estoy dando más fichas para armar. Si le cuento lo de los juegos, no solo le daría mil fichas más, sino que con eso puede armarlas al instante y saber que solo soy una psicópata como Austin que sí pudo matar a Austin y caso cerrado.

Pero yo no lo maté.

Alguien más lo hizo.

Y quiero saber quién demonios es.

—Vale, entonces llegaron a la ciudad y se encontraron con Daniel. ¿Fueron a desaparecer el auto?


¡¿Estás diciendo que el señor que nos invitó a comer en su casa es el mismo señor que vive al lado del lago que hundiste a Federico?!

¡¿Por qué me hablas como si fuese mi culpa?! ¡¿Fui yo que le dije que viniera a la ciudad en la misma calle que nosotros?!

¡¿Por qué lo saludaste entonces?!

Al paso de las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora