Los muros de aquella casa resonaban con las risas de los dos pequeños del lugar. Las ventanas y balcones estaban abiertos dejando entrar la luz a raudales e iluminando cada pequeño rincón del hogar.
Era un día especial, un día de celebración para todas las personas que conocían a la pequeña ángel que hoy aprendería a volar. Hasta las personas del servicio habían tomado un pequeño descanso para asomarse al jardín, deseosos de ver cómo la chiquitina de la casa se elevaba por primera vez en el cielo.
El quinto cumpleaños de Graciella, la hija menor del arcángel Rafael era algo que entusiasmaba a todo el mundo, en especial a su padre. Graciella era la niña de sus ojos, su pequeña consentida; mientras que su hijo mayor, el heredero, Dominic, ha sido siempre su guerrero. Una calcomanía de él cuando era joven.
Dominic, más mayor que Graciella, aún a su tierna edad de nueve años es completa y absolutamente una gota de agua al arcángel Rafael. Un niño de ojos azules y pelo negro azabache con una piel bastante clarita. Y como propio de los hijos de los arcángeles, unas alas blancas con las puntas ribeteadas en polvo de oro.
Graciella, con sus nuevos cinco años, era una pequeña bolita pelirroja, ojos de un azul profundo en contraste con su piel porcelana. Con toda la cara salpicada de pecas, tenía un aire pícaro de niña traviesa, pero no cabía la duda de que de mayor iba a ser una joven arrebatadora. Al igual que su hermano, sus alas eran completamente blancas salvo por las puntas, que ella las tenía marcadas por polvo de diamantes.
Rafael se levantó del pequeño templete en el que estaba sentado con su mujer para acercarse a sus hijos, donde el primogénito intentaba enseñarle a su hermana como volar, sin éxito todavía.
Los rayos del ocaso poco a poco se iban filtrando en el jardín, advirtiendo de que dentro de poco la luz iba a extinguirse, por lo que Rafael avisó a los niños de que dentro de poco iban a tener que parar. Ante eso, solo consiguió los ojitos de cordero de su pequeña Graciella, que le pedía que la dejase intentarlo una vez más.
Sin poder negarse, la infanta salió corriendo hacia el gran roble, con sus alas demasiado grandes para ella y cansada por el esfuerzo, las puntas iban arrastrando incapaz de mantenerlas erguidas, junto con el pelo colocándose delante de sus ojos a medida que escalaba hasta llegar al punto más álgido de la copa. Desde allí arriba los rayos de sol se reflejaban en su pelo, creando un océano de llamas.
Aún con miedo, sin saber si iba a estrellarse con el suelo, Graciella decidió saltar. En un principio, por más que moviese sus alas no conseguía subir. El suelo cada vez estaba más cerca y su padre saltó como un resorte de su sitio con tal de evitar el golpe. Pero en el último intento consigue levantarse en picado sobre el cielo del jardín, soltando carcajadas y aplaudiendo mientras que todo el mundo que la observaba soltaba un suspiro de alivio. No se podía creer que estaba viendo a todo el mundo desde el aire. Cuando llegó al suelo, empezó a saltar y a gritar de alegría, recorriendo todos los pasillos y contandoselo a cualquiera que se cruzase en su camino.
Era un bonito rayo de luz que brincaba de pura alegría.
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A N G E L
Teen FictionSupe que eras especial antes siquiera de que me enseñases tus alas. Todo en ti gritaba que eras una princesita, la hija de un arcángel. Cuando enciendes una cerilla, el fuego no tiene sombra. La luz no tiene sombra. Eso es lo que eres tú: luz. Pura...