IV

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Cuando creo que me empieza a dar el olor a comida sobrevuelo la casa para ver que en efecto ya están sacando los platos de comida a una mesa en el jardín.

Bajo despacio y un poco lejos de la mesa para evitar que las servilletas salgan volando por el aire que producen las alas, y una vez en el suelo me dirijo a ayudar. Intercepto a Ryder en el camino y le cojo una de las tres bandejas que lleva en las manos, que con mucha probabilidad iban a terminar en el suelo.

Camino a su lado hasta la mesa donde colocamos todo, acomodandolo bien entre los otros platos.

Samael y May ya están sentados en la mesa, esperando a que nosotros lleguemos para comenzar a comer. Poco después aparece Hunter caminando por la hierba con una botella de vino.

—Plumas, has dado todo un espectáculo ahí arriba, ¿tenías que lucirte de esa manera? —pregunta haciéndose el ofendido. Río ante su actitud sabiendo que solo lo dice para bromear —¿quieres vino?

—Nunca lo he probado —admito sincera.

—Por su puesto que no, eres una niña buena —sigue picandome Hunter mientras que me llena la copa —con esto vas a descansar como nunca; además, es vino de Burdeos, el mejor de Francia, tienes que probarlo.

Las copas se van llenando a lo largo de toda la cena y yo no puedo evitar sentirme un poco rara. Al resto no parece afectarle. Cuando veo que por tercera vez Hunter me va a rellenar la copa, la aparto tan rápido como puedo.

—Ni de lejos me vas a echar más. Ya creo que me está haciendo efecto.

Este levanta las manos en señal de rendición mientras que Samael se la vuelve a llenar.

—He escuchado que el polvo de las alas de los ángeles es afrodisíaco. Casi como una droga, ¿es eso verdad? —pregunta May mirándome, o más bien mirando por encima de mi hombro a mis alas.

—No sé, como comprenderás no voy por ahí probando a qué saben las alas de la gente —le respondo riendome ante mi propio comentario. Todo me parece gracioso —pero si quieres puedes pasar un dedito por encima y probar.

Desde luego que el vino me había sentado mal. Nunca le habría ofrecido que pasase su mano por mis alas si estuviese completamente alerta. Nunca.

Y así parece que también se da cuenta Samael, porque desde el otro extremo de la mesa me mira mientras que May, muy suavemente pasa su dedo por encima.

Se queda mirando la fina capa de polvo de diamantes que tiene antes de probarlo un poco. Todos estamos atentos a su reacción.

—Pues tampoco es para tanto —habla encogiendose de hombros.

—Porque su polvo no es al que tú te referías —Ryder habla y esas palabras me causan curiosidad —todos los ángeles tienen las puntas de las plumas ribeteadas, pero según el polvo que tengan tienen unas propiedades u otras. El que tú te refieres como "droga", que realmente es lo que es, es el polvo de rubí, zafiro y esmeralda. Se vende carísimo y son los que tienen función narcótica. Luego por ejemplo, el polvo de plata es un somnífero y el de oro un anestésico. Cada uno tiene una propiedad distinta.

Me quedo anonadada ante la explicación de Ryder porque no pensaba que esa información hubiese trascendido a los humanos y demonios. Era información delicada y nos ponía en riesgo a los ángeles. Durante los últimos años había habido un brote de la adicción a la ambrosía, que así es como realmente se denominaba el polvo de nuestras alas.

—Graciella, sería un detalle que dejases de taladrarme con la mirada —me dice Ryder a la vez que deja la copa —no es información pública, pero recuerda que soy el jefe de los espías. Es mi trabajo saber esas cosas.

A N G E LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora