— Kurosaki apenas si creerá en buena suerte — le comentó Uryu al jinete que cabalgaba a su lado, y cuya prisionera también iba atada y echada a través de su silla —. Imagínate..., las jóvenes de Kuchiki debajo de aquellos árboles, tan maduras para la cosecha como manzanas que colgaran de una rama. Ahora ya no tenemos razón alguna para preocuparnos por las defensas de los Shirayuki... ¿O Kuchiki? No recuerdo, sin embargo se rendirán sin luchar.
Fuertemente atada en su oscura prisión de lana, mientras su cabeza se balanceaba el vientre golpeaba contra la silla de montar a cada movimiento de los cascos del caballo, a Rukia se le heló la sangre en las venas al oír pronunciar el nombre de "Kurosaki", pues no podía ser otro que Ichigo Kurosaki , conde de las noches. El lobo. Las horribles historias que había oído acerca de él ya no le parecían tan exageradas. Orihime y ella habían sido raptadas por hombres que no mostraban el menor respeto por los hábitos de la orden de Santa Shirayuki que las jóvenes vestían y que indicaban claramente su condición de novicias, monjas aspirantes que todavía no habían pronunciado sus votos. Rukia se preguntó frenéticamente qué clase de hombres serían capaces de poner las manos encima a unas monjas, o casi monjas. Debían ser hombres sin conciencia o temor al castigo, ya fuera humano o divino. Ningún hombre decente lo haría, salvo que fuera el mismísimo diablo o uno de sus discípulos.
— Ésta perdió el conocimiento enseguida — dijo Urahara, y soltó una obscena risotada—. Es una pena que no dispongamos de más tiempo para saborear nuestro botín, aunque, si de mí dependiera, preferiría ese jugoso bocado que llevas envuelto en su propio manto, Uryu.
— La tuya es la más hermosa de las dos — replicó Uryu fríamente —. Y no probarás nada hasta que Ichigo decida qué quiere hacer con ellas.
Casi sofocada por el temor y el manto que la envolvía, Rukia emitió un leve e inútil grito de protesta y pánico pero nadie pareció escucharla. Rezó a Dios para que descargara su ira sobre sus secuestradores, pero Dios tampoco la escuchó, y los caballos continuaron avanzando al trote, lo que prolongaba su sufrimiento. Rezó para que se le ocurriera alguna forma de escapar, pero su mente estaba demasiado ocupada en atormentarle frenéticamente con toda clase de crueles historias sobre el malvado Lobo Negro. "No hace prisioneros a menos que sea para torturarlos. Ríe cuando sus víctimas gritan de dolor. Bebe su sangre..."
Rukia sintió un regusto a bilis en la boca y rezó no ya para escapar, pues sabía que era imposible, sino para que la muerte acudiera a ella con rapidez evitando así que la desgracia cayera sobre su familia. Recordó las instrucciones que tiempo atrás su padre había dado a sus hermanastros, reunidos en el salón del castillo Kuchiki: "Si es la voluntad del Señor que muráis a manos del enemigo, hacedlo valerosamente. Morid luchando como un guerrero. ¡Cómo un Kuchiki! Morid luchando..."
Aquellas palabras cruzaron por su mente hora tras hora, una y otra vez, pero cuando advirtió que los caballos aminoraban la marcha y escuchó los rumores distantes e inconfundibles de un gran campamento de hombres armados, el temor empezó a ceder ante la furia. No es justo morir tan joven, pensó. Además, a la dulce Orihime le aguardaba el mismo final, y todo culpa de ella. Tendría que presentarse ante el Señor con aquel peso sobre su conciencia. Y todo porque aquel ogro sediento de sangre merodeaba por el territorio devorándolo todo a su paso.
Cuando los caballos se detuvieron, Rukia notó que su corazón aceleraba el ritmo de sus latidos. Oyó el choque del metal contra el metal, que indicaba que los hombres los rodeaban, y luego escuchó las voces de los prisioneros, que suplicaban patéticamente por sus vidas.
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[+18] [AU ICHIRUKI] ★Noche estrellada★ Bleach
RomanceDos muchachas de la nobleza escocesa son raptadas por un temible guerrero inglés. Para sorpresa de ambas, el atroz enemigo es un hombre comprensivo y amable. Cuando una de ellas enferma, él accede a liberarla a cambio de los favores de la otra, Ruki...