Cuando Rukia se acercó al salón, el ruido que había sido audible desde su dormitorio se convirtió en un fragor ensordecedor. Estaba formado por una cacofonía de risas y música que se superponían a un mar de conversaciones.
Con el pie sobre el último escalón, vaciló por un instante antes de aparecer ante la vista de los invitados. Sabía, sin necesidad de mirar, que el salón estaría lleno de hombres que lo sabían todo sobre ella; hombres que indudablemente habían estado en el campamento la noche en que fue entregada a Ichigo como un pato atado con cuerdas; otros hombres habrían tomado parte en su segundo secuestro, cuando fue obligada por la fuerza a dejar el castillo de Rukongai, y otros habrían asistido a la humillante recepción de que había sido objeto ese mismo día por parte de los aldeanos. Hacía apenas media hora, cuando su esposo le habló con aquel tono de voz tan profundo y persuasivo acerca de recuerdos que conservar, la perspectiva de la fiesta le pareció maravillosa; ahora, sin embargo, la realidad acerca de cómo había llegado hasta allí hacía que el placer empezara a desvanecerse.
Consideró por un instante la idea de regresar a su habitación, pero sabía que su esposo acudiría a buscarla. Además, se dijo, preparándose para hacer su entrada, de todos modos tendría que afrontar aquellas personas en un momento u otro, y una Kuchiki nunca se acobardaba. Emitió un prolongado suspiro para infundirse ánimos, descendió el último escalón y entró en el salón.
La luz de los hachones la hizo parpadear y sentirse confusa por unos segundos. Allí debía de haber por lo menos trescientas personas; estaban de pie, hablando, o sentadas ante largas mesas instaladas en un lado del salón. Otras se dedicaban a contemplar el espectáculo; y todas ellas mostraban una asombrosa variedad; en la galería había una pequeña orquesta, mientras varios juglares deambulaban por el salón, entreteniendo a pequeños grupos de invitados.
En el centro del salón, cuatro malabaristas, con trajes multicolores, arrojaban pelotas al aire y se las intercambiaban entre sí, mientras en el extremo más alejado tres acróbatas hacían piruetas. Detrás de la gran mesa situada sobre el estrado, un músico tañía el laúd, añadiendo sus dulces acordes al bullicio que reinaba en el salón. Rukia observó, no sin cierta sorpresa, que también había presentes unas treinta mujeres, seguramente las esposas de algunos de los caballeros, o de los vecinos.
Distinguió a Ichigo con facilidad pues, con la única excepción de Chad, era el hombre más alto que había en el salón y con cabello naranja. Estaba de pie, no muy lejos, platicando con un grupo de hombres y mujeres, con una copa en la mano, riéndose de algo que alguno de ellos había dicho. Se le ocurrió pensar que nunca lo había visto de aquel modo, conversando relajadamente, como el dueño de su propio castillo.
Esa noche no se parecía en nada al lobo que aseguraban que era; parecía más bien un noble poderoso, y también peligrosamente atractivo, tuvo que admitir Rukia con un pequeño cosquilleo de orgullo mientras contemplaba su rostro atezado. Alertado de la presencia de Rukia por el súbito descenso del ruido en el salón, Ichigo dejó la copa, se disculpó ante sus invitados y se volvió hacia ella.
Una lenta sonrisa de admiración se extendió sobre su rostro al contemplar a la joven duquesa de aspecto regio que caminaba hacia él, con un traje de terciopelo azul, con un corpiño a juego y una falda que se abría por delante para revelar la brillante tela dorada del vestido que llevaba debajo. Lucía sobre los hombros una capa de terciopelo recamada en oro, y cerrada por delante mediante una cadena plana de oro engarzada con aguamarinas. Ceñía su estrecha cintura aun cinturón de satén dorado, de bordes azules, con aguamarinas engarzadas. El cabello, partido al medio, le caía sobre los hombros y la espalda en mechones relucientes que formaban un esplendoroso contraste con el color del vestido.
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[+18] [AU ICHIRUKI] ★Noche estrellada★ Bleach
RomanceDos muchachas de la nobleza escocesa son raptadas por un temible guerrero inglés. Para sorpresa de ambas, el atroz enemigo es un hombre comprensivo y amable. Cuando una de ellas enferma, él accede a liberarla a cambio de los favores de la otra, Ruki...