Capítulo XVIII: Noche de bodas.

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Rukia salió de la bañera de madera, se envolvió en un ligero y suave batín azul que le tendió una doncella, y apartó las cortinas tras las cuales estaba la alcoba. El batín, aunque fino, había pertenecido, evidentemente, a alguien más alto que ella; las mangas le colgaban varios centímetros, más allá cubriéndole los dedos por completo, y el dobladillo arrastraba más de medio metro por el suelo. Pero era limpio y cálido, y le pareció celestial. Un fuego agradable ardía en la chimenea, y Rukia se sentó en la cama y empezó a secarse el cabello. La doncella se le acercó por detrás, con un cepillo en la mano y, sin decir nada, empezó a cepillarle los finos y lacios mechones, mientras aparecía otra doncella llevando en los brazos un reluciente brocado de oro pálido, que Rukia imaginó debía de ser un vestido.

Ninguna de las doncellas mostró hacia ella la menor señal de hostilidad, lo que no resultaba extraño, pensó Rukia, si se tenía en cuenta la advertencia que el duque había hecho a todos en el patio de armas. Aquel recuerdo seguía importunando sus pensamientos como un enigma. A pesar de los amargos sentimientos existentes entre ellos, Ichigo le había concedido pública y deliberadamente su propia autoridad, delante de todos los habitantes del castillo. La había elevado hasta presentarla como una igual, y eso parecía algo muy extraño para un hombre como él. Aunque parecía haber actuado por amabilidad hacia ella, Rukia no podía dejar de pensar todo lo que había hecho, incluida la liberación de Orihime, ocultaba algún propósito deliberado. Conceder que poseía una virtud similar a la amabilidad sería una estupidez por su parte.

Ya había experimentado en sus propias carnes lo cruel que podía llegar a ser, y asesinar a un muchacho por el simple hecho de haberle arrojado un trozo de barro, no solo habría sido una crueldad, sino un acto de barbarie. Por otro lado, quizá no tuviese la intención de permitir que el muchacho muriera; quizá todo lo que ocurrió fue que reaccionó con mayor lentitud que Rukia.

Rukia dejó escapar un suspiro, abandonó por el momento sus intentos por resolver el enigma de su esposo y se volvió hacia la doncella llamada Mahana. En el castillo de Rukongai las señoras y las doncellas siempre intercambiaban confidencias y chismorreos, y aunque le resultaba casi imposible imaginar a Mahana y su compañera hacer lo mismo con ella, Rukia estaba decidida a que, al menos, le dirigieran la palabra.

— Mahana — le dijo con tono sereno y cortés—, ¿es ése el vestido que debe ponerme esta noche?

— Sí, mi lady.

— Supongo que perteneció a otra persona, ¿verdad?

— Sí, mi lady.

Durante las dos últimas horas, ésas eran las únicas palabras que le había dirigido las dos doncellas, y Rukia se sintió frustrada y triste al mismo tiempo.

— ¿A quién perteneció? —preguntó con amabilidad.

— A la hija del antiguo señor, mi lady.

Ambas se volvieron al escuchar que alguien llamaba a la puerta y, un momento más tarde, tres fornidos sirvientes depositaban grandes arcones sobre el suelo.

— ¿Qué es todo esto? — preguntó Rukia, extrañada. Al ver que ninguna de las doncellas parecía capaz de contestar, se puso de pie y se acercó a inspeccionar el contenido de los arcones. En su interior descubrió el más asombroso despliegue de telas que hubiera visto en su vida; había ricos satenes y brocados de terciopelo, sedas bordadas, suaves cachemiras y linos tan exquisitos que eran casi transparentes— . ¡Qué hermoso! — exclamó acariciando un satén de color esmeralda.

[+18] [AU ICHIRUKI] ★Noche estrellada★ BleachDonde viven las historias. Descúbrelo ahora