Capítulo III: Interrogatorio.

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El campamento del Lobo comenzó a cobrar vida antes de que las últimas estrellas se desvanecieran en el cielo, pero Rukia no logró dormir más de una hora en toda la noche. Temblando, pues la capa no era lo bastante gruesa para protegerla del frío, elevó la vista y se disculpó ante Dios por las numerosas estupideces que había cometido, al tiempo que le rogaba que ahorrase a la pobre Orihime las consecuencias de subir la tarde anterior hasta lo alto de colina, de lo cual se sentía responsable.

— Orihime — susurró cuando los movimientos en el exterior indicaban que el campamento cobraba nueva vida. — ¿Estás despierta?

— Sí.

— Cuando el Lobo nos interrogue, deja que sea yo la que conteste.

— Sí — repitió Orihime con voz temblorosa.

— No sé qué querrá saber, pero necesariamente será algo que no deberíamos decirle. Quizá consiga suponerlo por su forma de plantear las preguntas, y así sabré cómo engañarlo.

Al amanecer apenas se había teñido el cielo de rosa cuando entraron dos hombres en la tienda par desatarlas y permitirles un momento de intimidad entre los arbustos, al borde del claro ocupado por el campamento, antes de que volvieran a atar a Rukia y se llevaran a Orihime a reunirse con el Lobo.

— Esperad — dijo Rukia al darse cuenta de las intenciones de aquellos hombres—. Llevadme a mí, os lo ruego. Mi hermana.... No se encuentra bien.

Uno de ellos, gigantón de más de dos metros de estatura, que debía ser el legendario coloso llamado Chad, le dirigió una mirada capaz de helar la sangre en las venas y se alejó sin pronunciar palabra. El otro guardia condujo a la pobre Orihime y, a través de una rendija de la tienda, Rukia observó las miradas lascivas que los hombres dirigían mientras ésta cruzaba el campamento con las manos cruzadas a la espalda.

La media hora que Orihime estuvo fuera le pareció a Rukia toda una eternidad, pero para su enorme alivio, Orihime no mostró al regresar la menor señal de haber sido víctima de crueldad física alguna.

— ¿Te encuentras bien? — preguntó Rukia con ansiedad en cuanto el guardia se hubo marchado—. No te causo ningún daño ¿verdad?

Orihime tragó saliva, negó con la cabeza y rompió a llorar.

— No— sollozó histéricamente-, aunque se enojó mucho por... porque no podía deja de llorar. Estaba tan asustada, Rukia. Y él es tan enorme, tan feroz que no pude dejar de llorar, lo que hizo que se enfureciese aún más.

— No llores — la tranquilizó Rukia—. Ya ha pasado todo. —Con tristeza, pensó que cada vez le resultaba más fácil mentir.

Uryu entró en la tienda de Ichigo y refiriéndose a Orihime, que acababa de salir, dijo:

— Dios mío, es una verdadera belleza. Es una pena que sea monja.

— No lo es — le espetó Ichigo, irritado—. Entre accesos de llanto, se las arregló para explicarme que sólo es una "novicia".

— ¿Y qué es eso?

Ichigo Kurosaki era un guerrero endurecido en el campo de batalla y lo ignoraba prácticamente todo sobre órdenes religiosas. Desde que era un muchacho, todo su mundo giraba alrededor de lo militar, de modo que tradujo las llorosas explicaciones de Orihime en términos militares, según él mismo lo entendía.

[+18] [AU ICHIRUKI] ★Noche estrellada★ BleachDonde viven las historias. Descúbrelo ahora