Capítulo XI: Mi reino de ensueño.

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La luz de la luna penetraba por la ventana y Ichigo aún con los ojos cerrados, se volvió en la cama y tendió el brazo en busca de Rukia. La mano sólo encontró sábanas vacías. Toda una vida pasada en compañía del peligro le permitió pasar en pocos segundos del sueño más profundo a la más atenta vigilia. Permaneció tumbado de espaldas, con los ojos abiertos, contemplando los muebles que a la pálida luz de la luna se cernían como sombras fantasmagóricas.

Se levantó y empezó a vestirse rápidamente, maldiciéndose por no haber ordenado que se montara guardia al pie de la escalera. Impulsado por la costumbre, cogió la daga antes de dirigirse hacia la puerta, furioso consigo mismo por haberse quedado dormido, convencido de que Rukia no podía acurrucarse contra él como lo había hecho, permanecer despierta y urdir fríamente una forma de escapar. Creía a Rukia Kuchiki capaz de eso y de mucho más. Teniendo en cuenta lo sucedido, tenía suerte de que ella no hubiera intentado rebanarle el cuello antes de marcharse. Abrió la puerta de golpe y tropezó con su asombrado escudero, que dormía sobre un jergón delante de la puerta.

— ¿Qué ocurre, milord? —preguntó alarmado Keigo, que se incorporó de inmediato.

En ese instante, un movimiento imperceptible en el balcón al otro lado de la puerta de su habitación, llamó la atención de Ichigo, que volvió la cabeza hacia allí.

— ¿Qué ocurre, milord?

La puerta se cerró de golpe ante la asombrada mirada de Keigo.

Ichigo trató de convencerse de que era un alivio el que después de todo no tuviera que emprender una desagradable persecución nocturna. Abrió silenciosamente la puerta que daba al balcón y salió. Rukia estaba de pie, inclinada ligeramente sobre la balaustrada, con el largo cabello ligeramente agitado por la brisa nocturna, los brazos cruzados y la mirada perdida en la distancia.

Ichigo estudió su expresión y lo invadió una segunda oleada de alivio. No parecía contemplar la idea de lanzarse desde el balcón, y tampoco lloraba por la pérdida de su virginidad. Más que angustiada o colérica, parecía, sencillamente, sumida en sus pensamientos. De hecho, se hallaba tan inmersa en sus propias reflexiones que ni siquiera advirtió que ya no se encontraba sola. La tranquilizadora caricia del aire nocturno, anormalmente balsámico para la época del año, le había ayudado a recuperar su ánimo, a pesar de lo cual se sentía como si esa noche todo el mundo se hubiera vuelto del revés. Y en gran medida eso se debía a Orihime. Orihime y un almohadón de pluma habían sido la verdadera razón de que Rukia hubiera sacrificado su virginidad. Y era precisamente la conciencia de ello lo que le había impedido conciliar el sueño.

Cuando se disponía a dormir, murmuró una plegaria para que Orihime se recuperara y tuviese un viaje seguro. De repente, el pinchazo del cañón de una pluma de su propia almohada que sobresalía de la tela que la cubría, le hizo recordar el momento en el que ella ahuecó las almohadas bajo la cabeza de Orihime, cuando ésta yacía en el carro que la conduciría de regreso a la abadía. Hime sufría terribles ataques de tos cada vez que había plumas cerca de ella, y por eso procuraba evitar su proximidad. Evidentemente, decidió Rukia, cuando despertó tosiendo en su habitación no alejó de sí las almohadas sino que ideó un plan tan osado como ingenioso. Convencida de que el conde las dejaría en libertad a las dos, permaneció acostada sobre las almohadas hasta que empezó a toser de tal forma que su muerte parecía inminente.

[+18] [AU ICHIRUKI] ★Noche estrellada★ BleachDonde viven las historias. Descúbrelo ahora