Capítulo diez.

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Su cara se deformó en un gesto de terror. Instintivamente se alejó, y negó con su cabeza. Todo era una locura.

—Pero no quieres eso, ¿cierto? —me acerqué sin miedo—. Por favor, Nanamo, escucha lo que dices, ¡ni siquiera estás pensando con cuidado!

»Piensa en el futuro. En lo que planeamos, en lo que nos falta... Aún somos capaces de hacer todo eso, porque el amor siempre nos ha sobrado, porque yo jamás te falté el respeto física o verbalmente, y tú siempre me viste a mí incondicionalmente —tomé sus manos entre las mías, que estaban más frías que las suyas, y vi como se perdía en mis ojos—. Tú sabes que si estás a mi lado nunca nada te pasará, que eres tú a quien yo quiero. Jamás amé a otra aparte de ti. La mierda que sucedió con Yuhire fue un fraude, nunca vi más allá de eso. Te amo a ti Nana, aunque te cueste creerlo, lo hago tanto que no me molesta hacer todo esto por ti.

No mentía. Este amor que sentía por ella era eterno, jamás podría negarlo. Aunque me golpeara, me deseara la muerte, aunque me engañara, no podría dejarla de amar. Y cuando me miraba a los ojos, sentía que realmente me veía a mí, a todo lo que pensaba justo ahora, lo que necesitaba. Deseaba ser comprendido, y escuchado. Únicamente necesitaba que ella entendiera todo para abrirse a mí, de nuevo. Sus labios dejaron de temblar, más sin embargo, la tristeza solo opacaba más su vista, como si lo que yo creía en ese instante sobre ella, se deformara en un terrible gesto de asco, dolor, y pena.

—Es que no puedo —la voz distorsionada, como siempre, y las pupilas dilatadas. Sus ojos se achicaron mientras empezaba a llorar. Tal vez hablé de más. Tal vez debo aprender a callarme.—. No entiendes lo que pasa, lo que me hiciste. ¡Te acostaste con mi mejor amiga durante tanto tiempo, te has reído de mí, has burlado mi confianza! —su voz se cortó entré lamentos, pero regresó más fuerte —. ¡N—No comprendes qué se siente que tu prometido se revuelque en tu propio apartamento! ¡Ni siquiera comprenderías que alguien a quien crees conocer de repente te amenace! ¡Mira lo que me estás haciendo! ¡Estás enfermo! ¡Eres culpable de todo esto!

Mi ceño se frunció y negué al instante como mal mentiroso. Estaba imposible, no quería ser negativo con ella, pero si me decía esto, si me gritaba así, puede que no la odiara, pero sí me estresaba. Con rabia empujé su cuerpo, quitándolo de mi área, como si me quitara el aire de los pulmones con una recriminante mirada. "¡Cállate de una vez! ¡Eres tan egoísta! ¡No puedo dar todo mi amor y luego ser rechazado!", quise gritarle, romper cosas, descargar mi ira, pero me sentía incapaz de siquiera formular palabras que salieran de mi corazón. Nanamo me observaba sin reconocerme, como si fuera un maldito monstruo, alguien que solo buscaba herirla, pero no se daba cuenta de que era ella la que me hacía todo eso.

—¡¡¡Es porque tú lo quieres ver así!!! —vociferé, viendo su cuerpo tendido en el piso, de nuevo regresábamos a lo mismo. Era una pelea infinita—. ¡Sí! ¡Me acosté con tu amiga, y sí, te humillé de una manera injustificada, pero te he dicho que no hubo nada más! ¡Simplemente me acosté con ella porque la vi como una maldita fácil, en un momento difícil! ¡¿O me dirás que no te diste cuenta de cómo tu querida mejor amiga me miraba?! ¡Yuhire siempre me deseó, y yo solo la usé para cogérmela, no porque la quisiera, más bien siempre la repudié! ¡Alejé a cualquier mujer porque te amo a ti, maldita seas! —sus gemidos eran agonizantes, y me sentí horrible por siquiera haberle puesto un dedo encima—. ¡Y justo ahora te odio por amarte tanto! ¡Tú eres la culpable de tenerme así! ¡Debería matarte por ser la causante de esto, pero mira lo bien que me entrenaste; actúo como un perro imbécil que está detrás tuyo y a tu disposición! ¡Me haces incapaz de golpearte como debería!

—¡LÁRGATE, MALDITO LOCO! —estiró sus piernas, buscando pegarme, desesperada por la situación. Los ojos soltaban todo el miedo que tenía, la ansiedad por alejarme, pero aún con valentía me gritó:—. ¡SI TANTO ME ODIAS, DÉJAME EN PAZ DE UNA VEZ! ¡ACUESTATE CON QUIEN QUIERAS, Y SÉ COMO ERES REALMENTE, JAMÁS TE PEDÍ TODO ESTO! ¡Y NO LO QUIERO, YA NO TE QUIERO A TI!

—¡DEJA DE DECIR QUE NO ME QUIERES, MIERDA! ¡Y POR SUPUESTO QUE LO PEDÍAS, ERES UNA DESGRACIADA MENTIROSA! ¡ERA LO QUE NECESITABAS PARA QUERERME! ¡TE ESTÁS VICTIMIZANDO!

Chilló histérica, y golpeó el piso con rabia.

—¡Te odio, te odio, te odio! —rasgó la piel de sus mejillas, y lloró desde el alma.

Solté el aire retenido, y apreté mis puños, impotente. No podía hacer nada. Nada para cambiar su pensamiento, ella me odiaría para siempre, pero eso no sería impedimento para mantenerla a mi lado, ¿no? No era necesario, al fin y al cabo, sería natural que volviera a apegarse a mí.

—¡Entonces hazlo, y vive miserable toda tu vida, porque vivirás con un hombre al que odias hasta tu muerte! —la afirmación me salió en siseo, mientras entrecerraba mis ojos en su dirección, mientras me despojaba de cualquier señal de desesperación en mí.

No había duda en que no sería el único culpable aquí. Sorbió sus mocos, y se dispuso a ignorarme el tiempo restante, dejándome más herido que enojado.

(...)

—El golpe lo dejó inconsciente, pero no es tan grave. Seguramente fue su estado psicológico del momento lo que le causó un desmayo. Estaba bajo presión, ¿no? —dirigió sus palabras hacía mí, y yo solo encorvé mis hombros.

Me daba igual lo que sucediera con él, solo deseaba sacar a Nanamo de este lugar de una vez.

Desde que le grité la última vez, no hemos soltado más palabras. Ha estado muda y más indiferente, pretendiendo que yo no existía. Y lo hacía como si no supiera lo mal que me ponía que me ignorara.

—¿Entonces solo necesita reposo? —Nanamo usó un tono maternal, y rodé los ojos.

—Y poco estrés —reiteró.

—No sabía que fuera tan sensible ante tanta presión —rascó su cuero cabelludo, hablando para sí misma, viéndose más agotada aún—. Gracias por su servicio tan eficiente, doctor.

Aunque Nana sonreía, en realidad deseaba matarlo, su gesto lo confirmaba. Era de esperarse que no quisiera la ayuda de alguien que claramente ocultaría todo esto. El hombre especializado se paró, y guardó sus herramientas en su maletín. Hizo una reverencia como despedida, y yo lo acompañé a la salida.

—¿Cómo ha subido sin tener la atención de la recepción? —la duda y la necesidad de saber que todo estaba bien inundó mi cabeza.

—Aceptan buenas propinas aquí —dijo mirándome de reojo, pretendiendo que nada raro sucedía—. Ya les he dado anteriormente las indicaciones de cuidado con el Señor Kim, por favor, sígalas. Espero que se recupere pronto usted también, buena tarde.

Fue lo último que dijo antes de que yo cerrara la puerta.
Me quedé unos segundos mirando la entrada en silencio, analizando todo. Bien. Ya no tenía tanto peso, ahora solo quedaba sacar a mi prometida de aquí.
Con pasos poco fuertes me acerqué a la habitación que, suponía, era de Kim Namjoon, y donde este mismo, ahora descansaba. Quise tener buena ceremonia para decirle lo que ahora sucedería, pero verla allí, con un teléfono en mano me deshizo cualquier idea no violenta en mi mente.

—¿Qué piensas hacer? —apreté mis puños, sintiéndome enloquecer en ese maldito instante.

CULPABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora