Capítulo doce.

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El trayecto se mantuvo en silencio —tampoco es que esperara otra cosa de ella—, dándome al menos un respiro para mantenerme a raya. Llegué a la conclusión de que si deseaba volver a lo que teníamos, debía comenzar a meterme en mi papel desde ya, y cerrar este horrible hueco que había creado entre ambos. Una disculpa sincera, y la demostración honesta de mi amor hacia Nanamo debía bastar para tenerla de nuevo. De no ser así, probablemente enloquecería.
Cuando las puertas del parqueadero se abrieron ingresé más nervioso de lo que esperaba, mi pecho se oprimía del miedo a la vez que un sentimiento de emoción se apoderaba al saber que podría tenerla únicamente para mí. Volveríamos a estar solo nosotros dos, y si se supone que cerraría esta faceta mía, debía bajar mi cabeza y aceptar cualquier insulto suyo, sea cual sea, porque así era su Jungkook. Y así debo ser yo.

Me estacioné de manera perfecta, procediendo a salir primero del auto. Abrí su puerta y esperé a que a desocupara el vehículo tendiéndole una mano. Se sentía placentero sentir esas pequeñas manos suaves, que esperaba y pronto recorrieran cualquier parte de mi cuerpo.

Al entrar a nuestro apartamento, le permití que siguiera primero para después asegurar la puerta. Me saqué la sudadera, procurando no joderme más la herida. Miré a mi prometida, dándome cuenta de ella no se habían movido un ápice.

—¿No piensas irte quitando eso? —la saqué del trance, a lo que a su vez yo me quitaba la camisa, dejando mi pecho blanco al desnudo—. Ven, vamos al baño.

No expresó nada, y se fue sola sin refutar, ignorándome. Pegué un suspiro acercándome al lugar también, y pude ver como se empezaba a quitar cada prenda de su cuerpo sin prestarme atención. Era preciosa, no tenía duda, y era penoso saber que no la engañé porque no me atrajera, sino porque no podía hacer lo que quisiera con toda esa belleza. Quería destrozarla de tantas formas que le aborrecería. Mordí mi labio de solo imaginarlo. Me sentía avergonzado de ser así, de siquiera imaginar que ella conozca cómo soy en su totalidad.

—¿Vas a decir algo, o me ignorarás aún? —cuando pasé mi mano por mi cabello, sentí incomodidad en las heridas de mis manos.

Se giró y me observó en silencio. Ahora estaba completamente expuesto ante ella, pero aún así solo miró directo a mis ojos. Mantuvo su boca cerrada, y me resigné a acercarme a ella y guiarla a la tina suponiendo que se quedaría estática otra vez. Tal como una muñeca, cedió a todo, y ambos resultamos sentados en la espaciosa bañera. Al abrir el grifo el agua tibia comenzó a llenar el vacío. Miré sus hombros, y sus cabellos negros que posaban sobre su espalda y decoraban de esta, cayendo en esa terrible seducción que me atraía poco a poco. Estiré mi mano, y la puse en su brazo, subiendo hasta su cuello delgado.

—Ni siquiera me has permitido explicarte las cosas, cariño —dije, por fin, porque era así, porque necesitaba drenar todo lo que no le había podido decir.

Sentí sus hombros tensarse. Entonces dijo:—No es necesario tampoco, creo que si lo hicieras en todo caso; eso sería suficiente como para que me hagas cometer un homicidio.

Mis manos se alejaron de su piel, y solté un suspiro. Era ácida.

—Deja el sarcasmo de un lado y escúchame, por favor. Esto realmente no es lo que crees, Nanamo, hay algo que quiero confesarte —bufó harta de la conversación, disponiéndose a marcharse, pero yo aún tenía mucho que decir, por lo que la senté en su lugar, y la aprisioné entre mis brazos, pegando su espalda a mí pecho—. Y me vas a escuchar, tengo el derecho a que lo hagas. Por dios, deja de complicar las cosas. Tenemos toda la vida para ser felices juntos, ¿no era eso lo que querías?

—¡Oh, cállate! Te entregué todo de mí, Jungkook, porque por si no lo sabías, yo también di cada parte mía —su cara se giró con sus ojos juzgantes. Me miraba con el fuego ardiendo en sus pupilas—. Y si fue así, ¿por qué me engañaste? Si todo estaba bien, ¿qué carajos te hizo hacernos esto? —el ceño se le endureció, y comencé a negar con mi cabeza. Al parecer, había logrado quitarme el habla—. ¿Fue porque no era suficiente? ¿O porque ni dándote todo estarías satisfecho?

Tomé mucho aire, el agua ya casi llenaba la tina, y no me sentía en mí como para exponer el tema como quería, porque sabía que dolería, que pese a que la amaba infinitamente, la lastimaría.

—No es así, créeme que no es así —detestaba esa mirada, detestaba que las cosas hubiesen sido así—. Eres más que suficiente para mí, eres la única razón por la que aún sigo vivo, Nanamo, yo te amo.

¿Qué quería? ¿Qué se necesitaba para poder ser lo que antes éramos?

Se mantuvo estática, incrédula a mis palabras, quemándome el hecho de que no me creyera.

—No eres capaz de hablar, porque sabes muy bien que tienes toda la culpa, porque no hay nada en el mundo que te excuse.

—¡Y lo sé! Pero... necesitas comprenderme, escuchar mi testimonio y luego juzgarme correctamente. Ni siquiera te esfuerzas por mejorar las cosas.

El agua estaba por desbordarse, así que cerré el grifo y ella aprovechó para mandar a volar mis brazos y alejarse hasta la otra esquina de la tina.

—Tal vez porque ya no me interesa mejorar algo aquí —dijo llena de veneno, y no pude evitar sentir el pinchazo en mi abdomen.

Sentía que la ansiedad se aproximaba, y no sabía si temblaba por esta o por el mismo frío que apenas calmaba el agua. Traté de alinear correctamente las palabras en mi cabeza, y la culpa era lo único que llenaba cada espacio. Sí, yo tenía toda la culpa. Yo era el que había causado todo esto. No la merecía, pero tampoco la dejaría.

—Entonces vas a tener que escucharme, porque no pienso jamás dejarte ir. Porque ya te he escuchado lo suficiente, así que quieras o no, vas a escuchar mi parte.

CULPABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora