Capítulo trece.

6.9K 512 57
                                    

Ni siquiera se molestó en refutar. Me miró en silencio, como un cocodrilo que apenas asoma su cabeza, observando a su presa. Sentía que pronto me iba a atacar.

—Yo me empecé a acostar con Yuhire hace algunos meses...

Inicié con mi testimonio y al instante vi en sus ojos una acidez recelosa y su mandíbula apretar. Lo siento tanto, pero necesito que me comprendas. Cubrí mis piernas con mis brazos, tal vez buscando protección. Esperando los golpes que no llegarían físicos sino verbales.

—Ella... —murmuré, sin saber realmente cómo contar algo que me sabía de memoria—. Yo en un principio me negué a ella... Pese a que me confesó sus sentimientos y la culpabilidad que le daba tenerlos, me mostré indiferente con eso, incluso pensé en contarte todo, pero Yuhire me imploró que no lo hiciera, que pararía. Se supone que lo haría... Luego de unos días, osadamente intentó con su plan de seducción, y aunque le amenacé, aunque tú eras su mejor amiga y estábamos a punto de casarnos; ella lo hizo... Maldita sea, no le importó que fueses su amiga —ni a mí que fueras mi prometida, pensé amargo. Quería llorar de la impotencia de no poder cambiar mis actos, de no tener la capacidad de devolver el tiempo y hacer las cosas bien. Nanamo no se atrevía a mirarme, pero debajo de su cabello mojado sabía que pequeñas lágrimas se le escurrían. Aunque intentara no demostrar su pena inmensa, no había nada que sus ojos enlagrimados me pudiesen negar —. Te admito que no me sentí interesado emocionalmente por ella, todo lo que hice... fue porque —mis labios se abrieron, pero no emitieron nada. ¿Por qué lo hice?

Ante mi silencio, ella volteó, y pude ver esa profunda tristeza que emanaban sus orbes. Estaba temblando, y su nariz estaba rojiza, junto a sus mejillas y ojos.

—Fue porque ella me dio algo que tú no podías. Solo una cosa que no te pod-

Pude presenciar la manera en la que mis palabras terminaban de acabarla. Estaba llena de dolor y sufrimiento. Sin dudarlo una vez más, estiró su brazo y me giró la cara con velocidad, descargando cualquier sentimiento retenido.

—Eres un asqueroso imbécil —escuchaba su respiración agitada. No había sido capaz de levantar la mirada, de siquiera retarla o contradecirla—. No he sido yo la que no te ha podido dar algo, eres tú el que no es suficiente para mí —estaba de pie, con el agua llegándole casi a sus rodillas—. Es todo. Hemos acabado.

Solté un jadeo viendo cómo el agua escurría de sus pies mientras caminaba fuera de la tina. Me impulsé con rapidez y corrí tras ella. Era ridículo llorar de nuevo, pero si ella se comportaba así y me decía tales cosas, no me quedaba más remedio que querer sacar todo por mis ojos y llorar de manera desesperada, como solo lo hacía por Nanamo.

La vi colocarse una toalla alrededor de su cuerpo, ignorando completamente mi presencia.

—Cariño, por favor, perdóname—le rogué tomando su mano, girándola hacía mí, anhelando su atención—. Te dije que aún no acababa, por favor escúchame, ¿sí? Escúchame.

Me miró con un gesto de asco y pena. Sí, soy miserable, pero así es tu hombre, así fue como me amañaste.

—Por favor —la tomé por los hombros y la obligué a fijarse en mí—. Perdóname —mi voz era patética, y no me quedaba más que sorber lo que salía de mi nariz ridículamente—. Perdóname por no amarte lo suficiente. Por traicionar tu confianza, por arruinar lo nuestro. Mierda, tú sabes que me voy a morir sin ti. No necesitamos un tiempo, ni siquiera para que te des cuenta de que me quieres.

Negó cerrando los ojos, estaba decidida a no mirarme, a negarse a lo que sentía por mí.

—Eres lo peor que me pudo haber pasado, Jungkook, porque jamás esperé a que alguien pudiera lastimarme de esta forma —con rabia saco sus hombros de mí tacto—. Y no voy a permitir que me arrastres como un maldito trapo simplemente porque te quiero.

Oprimí mis ojos con fuerza, dejando escurrir este asqueroso sentimiento de pérdida, mientras sentía como poco a poco se alejaba cada vez más de mí. ¿Por qué tenían que pasar las cosas así? Ella abrió los cajones y se puso lo primero que encontraba, mientras lo hacía con rapidez. Nuevamente fui tras ella en cuanto la vi acercándose a la puerta.

—Ábreme —exigió gélida, pero no me inmuté.

—Tienes que pensar con claridad.

—Te he dicho que me abras la maldita puerta.

Negué con el corazón a mil por segundo.

Frunció su ceño llena de ira, y apretó sus puños. La veía con unas tremendas ganas de golpearme.

—¡NO! ¡TE ORDENÉ QUE ME ABRIERAS! ¡TE LO ESTOY EXIGIENDO, MALDITO LOCO! ¡ESTOY HARTA DE TI, VOY A MATARTE SI ME SIGUES JODIENDO! —se acercó a mí envenenada, con una expresión cargada de deseo de venganza. Retomó la postura, con serenidad fingida, tragando aire por su boca— Ahora. Abre la puta puerta.

Me quedé en silencio un momento, y luego le repetí que no lo haría. Con mi decisión estalló, y de nuevo se acercó con frenesí empujándome con todas sus fuerzas, lanzándome golpes al rostro, importándole una mierda mi estado. Me abofeteó como ceremonia para mi golpiza, y después lastimó mi nariz sin piedad con un puño directo. Lanzó otros a mi mandíbula, seguido de mis ojos y... en resumen, me jodió toda la cara. No puse resistencia, ni usé de mi fuerza para evitar cualquier ataque. Estaba dispuesto a dejarme hacer eso y más, si así quería.

Cuando se cansó, su respiración le pesaba, relajando los músculos de sus piernas que estaban sobre mí de manera incómoda, aprisionándome bajo si cuerpo. Estaba llorando, pero yo ya ni tenía fuerzas para eso. Abrió la boca, pero no consiguió decir nada, se quedó fría al analizar lo que le había hecho a mi rostro. Estaba bien, no sucedía nada grave. Si esta es su manera de castigarme, no me negaría.

Y como si el mundo estuviera en mi contra, el timbre violó el silencio entre los dos, dejando un brillo de esperanza en sus ojos. Vio la oportunidad y la usó sin dudarlo. Al instante se levantó y corrió a la puerta, para encarnizarse a ella de manera acelerada.

—¡Ayuda! —con ambas manos golpeó la entrada—. ¡Ayuda, por favor!

Aunque me dolía todo el rostro, las palmas de mis manos, mis rodillas, y mi cuello, me esforcé para ignorar el dolor, e ir tras ella. Aún nos faltaba mucho por hablar, y maldecía a quien en el infierno estuviese detrás de esa puerta.

—¡¿Nanamo?! —la piel se me heló, y una punzada me dio en la cabeza—. ¿Nanamo, estás bien? ¡Soy yo! ¡Abre la puerta!

Maldición.

CULPABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora