La promesa

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Mikasa estaba exhausta le había empezado a doler la antigua lesión de la muñeca horrores, y  Levi no había dada muestras de mejoría en las horas que llevaba cuidándolo, su temperatura seguía igual y ella ya no sabía que más hacer.  Había estado cambiando continuamente  los paños húmedos para bajar la temperatura del bibliotecario; le había dado pequeños sorbos de un suero casero, que su mamá le había enseñado a hacer para mantenerlo hidratado y como medida adicional lo había mezclado con una pastilla contra la fiebre, que debió triturar con mucha delicadeza, después de haber leído unas diez veces las indicaciones de la caja que encontró en el botiquín; y aunado a eso, debió cambiar la camisa de la pijama de Levi varias veces, pues se empapaba debido al sudor que emanaba su cuerpo, casi como si el bibliotecario corriera un Maratón en la playa.

Mikasa primero intentó sólo secarlo con una toalla, pero no era suficiente pues las camisas de Levi se empapaban casi al instante,  y  la chica deseaba que el febril bibliotecario como mínimo, estuviera cómodo. Mikasa debía usar  toda su fuerza para poder mover a Levi,que parecía inconsciente. La primera vez que tuvo que quitarle la camisa al bibliotecario, procedió con excesivo cuidado y lentitud pues pensaba que podría lastimarlo, así que con movimientos casi milimétricos llevó a cabo la tarea. Mikasa sentía que el dolor de su muñeca izquierda la haría desfallecer debido al enorme esfuerzo que estaba empleando y cuando estaba a punto de darse por vencida, vio el torso del ogro sin nada que lo cubriera.

Mikasa se quedó pasmada, jamás había visto a un hombre tan de cerca y  semidesnudo. El bibliotecario le robó el aliento, al grado que la chica se quedó mirándolo ruborizada dejando pasar los minutos, hasta que el hombre frente a ella empezó a temblar por el frío. Mikasa sumamente avergonzada lo vistió de nuevo, pero cada vez que debía cambiar su camisa por otra, se preparaba mentalmente por unos minutos para concentrarse lo más que pudiera y no quedar hipnotizada por el abdomen del ogro.

Mikasa había mantenido la habitación en orden, cada que retiraba una pijama o usaba una toalla se dirigía al cuarto de lavado donde cuidadosamente las lavaba y tendía, para cuando regresaba nuevamente al lado del bibliotecario debía empezar nuevamente con la agotadora rutina. Mikasa sabía que no era necesario separarse del ogro constantemente, pero solo así había conseguido mantener el aplomo, pues cuando regresaba a lado de Levi, empezaba a temblar,sudaba igual de copiosamente que él y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Tanto que Mikasa también debió cambiar su blusa, y decidió que era mejor quitarse el suéter y la bufanda pues el calor que sentía era insoportable, a pesar que la habitación estaba muy bien ventilada y el clima era más que agradable.  

Una vez más debía cambiar la pijama de Levi cuando Mikasa notó alarmada que el bibliotecario se había quedado  sin pijamas que ponerle  - ¡Maldición! y ahora que... -  Suspirando, nerviosa, Mikasa debío quitarle la pijama al bibliotecario y al terminar, salió prácticamente corriendo de la habitación hacia al cuarto de lavado, pues no sabía como mantener la calma con el bibliotecario semidesnudo en su cuarto, en su cama. 

Inhalando y exhalando aire como si estuviera corriendo, Mikasa regresó lentamente a la habitación donde a pesar de que había tapado al ogro antes de salir, ahora estaba totalmente descubierto y gotas de sudor perlaban su cuerpo. La otra Ackerman casi se desmaya al verlo, pero de pronto  Levi  empezó a hablar y quejarse  entre delirios producidos por la fiebre, asustando a Mikasa, y la chica decidió que era más que necesario ir en busca de un médico, pues aunque no deseaba dejar solo a Levi mucho tiempo estaba más que comprobado que no había manera en que ella lo cargará para poder salir en busca de un doctor. Mikasa arropó bien a Levi y se dispuso a salir de la habitación cuando el bibliotecario comenzó a gritar producto de un delirio o quizás una pesadilla, y ella alarmada corrió en su auxilio. Al llegar a su lado, Levi tenía los ojos abiertos y miraba con una expresión sumamente triste, pero curiosamente a pesar de estar frente a él, Mikasa sintió que no la veía a ella sino al vacío. Levi nuevamente cerró los ojos y Mikasa se encaminó de vuelta a la puerta. – No te vayas... Quédate conmigo.... Por favor ... no me dejes solo. – La voz del delirante Levi sonaba tan afligida y atormentada, que al escuchar su súplica Mikasa no pudo dejarlo.

Una novela para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora