Prólogo

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Hacía meses que su cabeza se encontraba en otra parte. Siempre sentía la necesidad de despejarse. El ejercicio ayudaba, tan sólo cuatro años atrás nunca se lo hubiera imaginado.

Podía pasarse horas en la sala de ejercicio, evitando el contacto con sus compañeros. Nadie le reprochaba nada, sabían que en algún momento volvería a estar estable. O al menos eso esperaban.

Lo fundamental en su entrenamiento diario era cardiovascular. Debía poder correr durante el mayor tiempo posible antes de agitarse.

No obstante, eso no lograba hacer que se despejase.

Los ejercicios de fuerza, aunque no eran necesarios nunca resultaban inútiles. En el último tiempo, había desarrollado aquellas habilidades que nunca creía poder poseer.

Sus brazos se habían hinchado ligeramente y sus abdominales comenzaban a marcarse. Nunca pensó lucir así.

Se acercó al saco de boxeo; era algo que habían podido fabricar sin problema. La cinta de correr les había llevado casi seis meses.

Comenzó a pegar puñetazos.

Antes, tres años atrás, podía considerarse una persona tranquila.

Antes.

Antes del brote.

Había cambiado mucho en aquel tiempo. Su cuerpo menudo había perdido la grasa extra para convertirse en un cuerpo esbelto y atlético.

Podía correr una milla sin rezagar, a diferencia de cuando tenía veinte años que ni medio kilometro alcanzaba a hacer.

Pegó un puñetazo al saco de boxeo.

Su vida había cambiado drásticamente. Vivía el día a día. Una lucha continúa por la supervivencia.

Pegó otro puñetazo.

No le gustaba. A nadie le gustaba ver a sus padres morir. O peor, no saber si lo estaban. Temer encontrártelos un día, afectados por el brote.

Otro puñetazo.

Su personalidad también había cambiado. Dejó a esa parte tranquila y alegre para volverse más irascible e introvertida.

Pegaba un puñetazo tras otro. Resultaba útil para calmar su ira. Un enojo hacia el mundo, el destino y el brote. Sobre todo el brote.

Luego de unos minutos, abrazó el saco de boxeo, exhausta.

Se dejó llevar por los movimientos de éste.

Sentía paz. Extrañaba eso. Aunque ya no se acordaba como era realmente aquella sensación. Pero en el mundo que reinaba la lucha continua por la supervivencia, esa palabra no existía más.

Su oído se agudizó cuando escuchó la vieja madera del suelo crujir.

Se trataban de unos pasos, no una simple ráfaga de viento.

Dio media vuelta con brusquedad en posición de ataque. No obstante, en el umbral de entrada solo se encontraba su amiga.

El rostro de ésta era de ternura..., compasión. Desde hacía unos meses que tenía esa mirada. Hacía unos meses que la miraba con esa mirada.

—Ya está todo listo —exclamó ella, recostándose sobre el umbral de la puerta del gimnasio.

No tenía humor para hablar, aunque últimamente no era diferente.

No obstante, su amiga insistía en hablarle.

Dio media vuelta, dándole la espalda a la chica y continuó con su actividad anterior.

—Los demás quieren saber si saldrán ahora o luego del mediodía —prosiguió.

La chica era insistente. Sabía a la perfección que si no hablaba nunca se iría y la dejaría sola: era lo que más quería en ese momento.

Golpeó una vez más el saco antes de contestar:

—Ahora, así no correremos el riesgo a que se nos venga la noche encima.

Conocía perfectamente a su amiga como para saber que asentía, pero no por la respuesta, sino porque consiguió que hablara.

—Sabes que no es tu culpa, ¿verdad?

El comentario le produjo sorpresa, pero no permitió que ella lo notara. Permaneció en silencio y no dio respuesta alguna, sólo el sonido de sus puños contra el saco era lo que se escuchaba.

—Ey.

Silencio. Otro puñetazo.

—Cass —dijo y fue a su encuentro.

Cass continuó dando puñetazos al saco de boxeo, ignorando a su amiga. Ésta, insistente, caminó hasta ella y sostuvo el objeto entre sus brazos.

—No fue tu culpa, Cassie.

Su amiga la miraba con sus ojos azules llenos de compasión. Si no era su culpa, ¿por qué la miraba así? En la mente de Cassandra surgió una respuesta, de la cual resultaría difícil que cambiara.

—Cómo digas, Brooke.

La chica soltó el saco de boxeo y contempló a Cassandra, intentado leer su rostro inexpresivo. Tras unos segundos, se dio por vencida.

—Haznos el favor de ducharte primero. Nos espantas a nosotros, pero seguro a que atraes a los zombis.

Por primera vez en mucho tiempo, vio a su amigasonreír. Aunque se tratase de una sonrisa forzada, ahí estaba. Era mejor quenada.

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