Capítulo 27

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No pasó mucho tiempo para que los problemas del corazón de Anthony empeorasen. No encontraban medicinas y tampoco Andrew sabía qué hacer.

Decidieron que quizás la marihuana ayudaría a calmar el dolor. Y fue cuando Grace comenzó a suministrársela.

Cooper aprovechó ese momento para acercarse a Caroline. Desde el primer momento que la vio cruzar la puerta del asilo le dijo a su hermana:

—Ella será la mujer de mi vida. Ya lo verás.

Destiny rió al comentario de su hermano, pero la chica no tardó mucho tiempo en caer bajo su hechizo.

No obstante, no pasó mucho tiempo para que Anthony requiriera un lugar junto a Conny.

A Cass le pareció apropiado que ella fuera quien cavase la tumba, lo mismo había hecho con su amiga.

Cooper no tuvo problema en ayudarla a cavar.

Ambos lo hicieron en silencio. Nunca era motivador hacer esa tarea.

—Lo que le digo a Car es que tuvo la suerte de morir en paz.

Cass lo miró de un momento a otro. El chico se encogió de hombros.

—Murió en su cama, rodeado de sus nietos y con el que algún día será el esposo de su nieta.

La chica no pudo evitar reír.

—¿Realmente se puede querer a alguien tan rápido como ustedes dos se quieren? —Preguntó la chica con curiosidad.—. ¿No te parece raro? Algunas personas tardan años en amar y tú fuiste flechado en cuanto la viste.

Cooper sintió con una sonrisa risueña.

—Sí, bueno, sé que te digo que quisiera que fuera la madre de mis hijos. Cuando estemos del otro lado del charco, claro.

La chica le sonrió mientras continuaba cavando. Ahora miraba la muerte de Anthony de otra manera.

Entonces, Grace apareció con unas flores en las manos.

—Pensé que esto podría gustarle a Darrell y Caroline.

La mujer se agachó y las puso junto al montón de tierra para luego.

—Caroline te busca, hijo.

Cooper asintió ilusionado, pero luego se percató de la tarea que estaba haciendo. Miró a Cass en busca de permiso.

—Ve. No hay problema.

—Gracias, le diré a alguien que venga a remplazarme.

Madre e hijo se fueron, dejando a la chica sola. Nadie apareció por bastante rato. En cierta forma, Cass agradeció poder estar sola durante algunas horas.

Sin embargo, la peor persona que podría aparecer lo hizo.

Mark caminó dando grandes zancadas hasta ella. Tomó la pala y comenzó a ayudarla a cubrir el cuerpo de Anthony.

—Es tu culpa, ¿sabe? —Comentó Mark cuando estaban por terminar.—. Primero mi hermano Mason. Luego tu amiga Conny. Y ahora un pobre abuelo. ¿Cuántos más tendrán que morir para que te dignes a ayudarlos?

El joven dejó la pala del lugar donde la agarró y volvió a entrar en el asilo.

Cass pensó que por fin había logrado hacer una actividad con él, pero al parecer aquello era imposible.

Necesitaba desquitarse. Era su culpa. Era verdad. No había logrado ayudar a Conny. Tampoco a Mason.

Caminó con rapidez hasta el gimnasio en la segunda planta.

Durante un buen rato estuvo pegándole puñetazos al saco de boxeo.

Se convirtió en su rutina. Hacía meses que su cabeza se encontraba en otra parte. Siempre sentía la necesidad de despejarse. El ejercicio ayudaba, tan sólo tres años atrás nunca se lo hubiera imaginado.

Comenzó a pegar puñetazos.

Antes, tres años atrás, podía considerarse una persona tranquila.

Antes.

Antes del brote.

Su vida había cambiado drásticamente. Vivía el día a día. Una lucha continúa por la supervivencia.

Pegaba un puñetazo tras otro. Resultaba útil para calmar su ira. Un enojo hacia el mundo, el destino y el brote. Sobre todo el brote.

Luego de unos minutos, abrazó el saco de boxeo, exhausta.

Se dejó llevar por los movimientos de éste.

Sentía paz. Extrañaba eso.

Su oído se agudizó cuando escuchó la vieja madera del suelo crujir.

Se trataban de unos pasos, no una simple ráfaga de viento.

Dio media vuelta con brusquedad en posición de ataque. No obstante, en el umbral de entrada solo se encontraba su amiga.

—Ya está todo listo —exclamó ella, recostándose sobre el umbral de la puerta del gimnasio.

No tenía humor para hablar, aunque últimamente no era diferente.

No obstante, su amiga insistía en hablarle.

Dio media vuelta, dándole la espalda a Brooke y continuó con su actividad anterior.

—Los demás quieren saber si saldrán ahora o luego del mediodía —prosiguió.

La chica era insistente. Sabía a la perfección que si no hablaba nunca se iría y la dejaría sola: era lo que más quería en ese momento.

Golpeó una vez más el saco antes de contestar:

—Ahora, así no correremos el riesgo a que se nos venga la noche encima.

Conocía perfectamente a su amiga como para saber que asentía, pero no por la respuesta, sino porque consiguió que hablara.

—Sabes que no es tu culpa, ¿verdad?

Últimamente, era lo único que escuchaba en su cabeza.

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