Capítulo 12

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Durante la tarde, Brooke la aprovechó para ir al gimnasio. Hacia unos días que no corría y le hacía falta. Comenzó a correr en la cinta.

Se mantuvo corriendo durante dos cuartos de hora aproximadamente.

Cuando decidió que ya era momento para pasar al saco, alguien entró.

—¿No deberías estar con Andrew? —Exclamó ella, molesta y cansada.

Franklin entró en la instancia y la contempló mientras que ella continuaba corriendo.

Finalmente, se encogió de hombros.

—Me dijo que no me necesitaba más y me recomendó que viniera aquí.

Brooke hizo como si no lo escuchara. Sabría la razón por la cual el doctor Andrew lo había despachado.

Él comenzó a observarla.

Siguió corriendo como si no existirá, pero sentía incómoda su mirada.

—¿Tienes algún problema? —Dejó de correr y se giró a él.

Volvió a encogerse de hombros.

—¿Qué tipo de ejercicio tengo que hacer?

Brooke revoloteó los ojos y salió de la máquina. Se secó el sudor que comenzaba a bajar por su frente con el dorso de la mano.

Fue hacia el saco de boxeo y comenzó a pegar puñetazos.

Franklin siguió observándola en silencio y se colocó al otro lado del saco.

Ella lo ignoraba a la perfección. Ya había tenido práctica, durante los últimos años de instituto vivió ignorándolo olímpicamente.

—¿Puedo saber por qué me odias? —Exclamó finalmente él, sosteniendo el saco y así evitando que este se mueva.

Brooke soltó un último puñetazo antes de hablarle.

—No te odio. Me molestas con sólo respirar, que es distinto. Si te odiara ya te hubiera tirado a los zombis que hay al otro lado del muro.

Frank rió entre dientes, pero ella volvió a ignorarlo y volver a golpear el saco.

—¿Puedes ayudarme?

—¿Con qué?

—Los ejercicios que debo hacer.

Brooke suspiró, pero dejó de golpear.

—Corre media hora y luego haz boxeo otra media hora.

—¿Cómo se supone que debo boxear?

Volvió a suspirar y se agarró del saco, quedando a pocos centímetros de Franklin.

—Dímelo tú. Tú eras el deportista.

Encaminó hacia la puerta y el muchacho no pudo evitar mirar como movía las caderas.

—Quizás la próxima vez que te vea en el gimnasio te ayude —exclamó mientras abría la puerta.—. Y no vuelvas a verme el trasero.

Cerró la puerta tras sí e hizo que Franklin riera.

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