Capítulo 24

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Siempre miraba las estanterías con cierto entusiasmo. Hacía mucho tiempo que no podía permitirse el lujo de leer un buen libro.

En los años posteriores al brote, siempre le había gustado leer ficción. Ahora, al estar entre esas cuatro paredes, podía permitirse el lujo de olvidarse de cómo era la realidad para entonces.

Tomó una novela y no pudo evitar preguntarse si el autor de aquel libro, el editor, el corrector o cualquiera que haya puesto un granito de arena en aquellas hojas, seguía vivo.

Un suspiro de melancolía se escapó de su garganta sin previo aviso.

­—Pensé que estaría sola.

Giró sobre sus talones con brusquedad. Él también pensaba que estaría solo entre los libros.

Vaciló unos segundos antes de contestar. Pero finalmente se decantó por alzar en alto el libro que había escogido.

—No había mucho que hacer con Andrew y pensé que leer un libro sería buena idea. Ya que, bueno, éste nunca lo terminé.

Cass lo miró durante unos segundos. Finalmente, se encogió de hombros.

—Bueno, es un buen libro. Lástima que puede que nunca sepamos el final.

Michael la acompañó asintiendo. Luego, ambos dos caminaron hacia uno de los sofás.

No obstante, alguien los interrumpió.

—¿Qué pasa, Becca?

La rubia parecía agitada, como si acabara de correr una maratón.

—No... hay tiempo de... hablar —dijo entrecortado.—. Tienes que venir.

Mike y Cass dejaron los libros sin mucho cuidado y salieron tras Becca.

La rubia los guió tres plantas hacia arriba, hacia la azotea donde nunca solían concurrir; por lo que Cass no entendía el motivo.

A medida que iban subiendo las plantas, gente del grupo se iban juntando a ellos. La chica supuso que Brooke se había ocupado de reunir a todos. Pero continuaba sin entender el motivo. Hasta que salió a la azotea.

Cooper y Brooke ya estaban ahí. Se habían unido a ellos Destiny, Franklin y Darrell en las escaleras.

Brooke tenía el ceño fruncido.

Durante unos segundos, Cassandra no sabía a qué se debía. Pero al encontrarse en la azotea con facilidad supuso a que se debía.

Antes de que cualquiera de los presentes pudiera decir una palabra, algo captó su atención. Alguien que se encontraba en la calle.

Los ocho se asomaron por la cornisa del edificio mirando al individuo.

Caminaba de un lado a otro y a unos cuantos metros de él había media docena de personas que lo miraba. Cass supuso que se trataría de quien estaba al mando de aquel grupo.

Durante más de un año había pasado inadvertidos. ¿Por qué ahora, tan cerca de su objetivo, alguien los había encontrado y estaba en la puerta del lugar que consideraban hogar?

—¡Al fin alguien salió a recibirnos! —exclamó el hombre. Parecía tener entre cuarenta y cincuenta años. Aunque parecía que había estado en la cárcel durante algunos años. —¡Ya estaba comenzando a pensar que me habían plantado!

Las otras seis personas que estaban con él rieron con sarcasmo.

—¿Qué quiere? —Preguntó Brooke, intentando no parecer demasiado brusca.

—¡¿Por qué no abren la puerta y hablamos dentro?! ¡Parecen tener un lugar muy seguro!

Brooke miró durante unos segundos a Cass. Ambas sabían que era mala idea dejarlo pasar, más aún con todo su grupo ahí presentes, pero tampoco podían permitirse el lujo de estar gritando.

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