Capítulo 32

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Era su primer día. Odiaba todo el monólogo que estaba soltando su madre.

—Llámame si ocurre algo.

Cassandra la miró.

—Mamá, estaré bien. Tan sólo es el instituto.

La mujer parecía melancólica, pues su única hija estaba por tener su primer día de instituto.

—Bueno, está bien. Sólo no pienses mucho. Y haz amigos.

La chica no pudo evitar reír con sarcasmo y salir del coche. Cómo si eso fuera posible, pensó.

Caminó con la cabeza agacha entre la horda de estudiantes que se encontraba a su alrededor. Tomó un pequeño papel, de su bolsillo de la cazadora, donde había anotado el número de su casillero.

No obstante, alguien hizo que perdiera el equilibrio y el pequeño papel se le zafara de las manos.

Miró atenta hacia el piso, en la búsqueda del papel. Pero los pies de los otros estudiantes le dificultaban la tarea.

—¿Esto es tuyo?

Un chico se le había adelantado y le entregaba el papel.

Cassandra le sonrió tímidamente cuando tomaba el papel de su mano.

Se dio vuelta sin decir nada más. Entonces, ella puso contemplar la guitarra que colgaba a su espalda.

Sacudió la cabeza y se decidió a continuar camino. Cuando llegó a la fila de casilleros, se dio cuenta que el suyo era el último; el que estaba junto a los sanitarios.

—Genial —no pudo evitar decir en cuanto lo abrió.

—¿Una mierda no crees?

Una chica, al otro lado de la puerta de los sanitarios acababa de hablarle. Tenía su larga cabellera rubia sujeta en una cola de caballo en lo alto de su cabeza. Su tez estaba bronceada, así que seguramente había pasado el verano en la playa. Sus ojos avellanas le llamaron mucho la atención.

—Oh, perdona —exclamó la chica.—. Es que soy nueva en la ciudad y tan sólo quería hacer amigos.

Cass le sonrió con amabilidad.

—Está bien. Acabo de empezar el instituto, tampoco conozco a nadie.

—Soy Rebecca.

—Cassandra.

—¿Qué clase tienes ahora?

Cass comprobó su horario con rapidez.

—Matemáticas.

—¡Eh, yo también!

Se sonrieron mutuamente y ambas caminaron hasta su clase. Aún no lo sabían, pero sería el inicio de una gran amistad.

Por desgracia, la siguiente clase no la compartían. Cada una se fue para su lado, prometiendo que almorzarían juntas.

Cass sabía que no tendría suerte en su clase de Historia. Se limitaría a sentarse al frente y prestar atención.

Tomó asiento cerca de la puerta, así podría llegar a la cafetería con rapidez.

La profesora entró sin mucho entusiasmo. Cass no pudo evitar maldecir al verla, la clase de Historia sería mucho más aburrida con alguien así.

Una chica, de cabello negro un poco más largo que los hombros, entró corriendo al salón.

—Oh, señorita... —exclamó la profesora.

—Bennett —señaló la chica.

—Oh, ya claro. Lamento informarle que acaba de llegar tarde a mi clase.

—Pero si...

—Llegó después que yo —la interrumpió.—. Por lo tanto: llegó tarde, por favor tome asiento.

La chica miró hacia el final del salón, pero ya estaban todos los lugares ocupados, así pues, tomó asiento junto a Cassandra.

La profesora era realmente aburrida. Hablaba y hablaba sin parar.

Bennett más de una vez estuvo a punto de quedarse dormida. Entonces, Cass decidió que era hora de hacer su buena acción del día.

Hizo una bola de papel y se la arrogó, lo cual hizo que la chica se sobresaltase y se despertara.

Al ver que la bola de papel era proveniente de Cass, le dedicó una cálida sonrisa.

Cuando la campana tocó, Cass se apresuró a retirar sus cosas e irse, pero la chica de cabello negro la detuvo.

—Eh..., gracias, por evitar que me durmiese. No me llevo demasiado bien con la historia.

—Está bien. Cualquiera se dormiría con ella.

La chica rió.

—Por cierto, me llamo Brooke Bennett.

—Cassandra Miller.

—¿Te molesta que almuerce contigo?

Cass negó con la cabeza y ambas se dirigieron hacia la cafetería.

Al entrar, Cass visualizó con facilidad la melena de su otra nueva amiga.

—¡Eh! ¡Cassandra! —Chilló Rebecca desde donde estaba.

Ella y Brooke se unieron a la chica, la cual estaba hablando con otras dos.

—Cass, ellas son Constance Bell y Destiny Lawler.

Cassandra les sonrió y presentó a Brooke.

Desde el primer día que se conocieron se hicieron amigas con facilidad. Con el paso del tiempo se hicieron inseparables. Aunque el destino había separado a Conny de las otras cuatro, siempre la tendrían en su corazón por el resto de sus días.

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