Capitulo 7

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Mi pie se resbala por un segundo de la rama donde estoy parada.

Me restriego los ojos con el dorso de la mano y vuelvo a observar por los binoculares.

Los observo una y otra vez. La estela de tierra que dejan los neumáticos, las ventanillas reflejando los árboles que bordean el camino, el metal brillando a la luz del sol....

Esto no puede ser cierto.

Me bajo del árbol de un salto y corro hacia el campamento ignorando el dolor en mis tobillos.

Cuando llego, todo es un caos. Las personas hablan y gritan todas a la vez presas de la incertidumbre, algunas corren y trepan a los árboles para verlo con sus propios ojos.

Ya les han dado la noticia.

Roger se acerca corriendo hacia mi cuando me ve – ¿Es cierto?– pregunta algo preocupado.

Asiento con la cabeza –Aunque suene loco.

–Y sí que suena loco, no lo puedo creer.

En realidad yo tampoco lo creo, al menos, no hasta que los veo llegar por el sendero de tierra y estacionarse frente a nosotros.

Son tres, y están llenos de niños.

Autobuses escolares.

¡Autobuses escolares!

Son de los amarillos, aquellos que odiaba cuando era pequeña, porque siempre Ben y Daniel se sentaban juntos y yo tenía que ir detrás de ellos, con una niña que no quería hablar conmigo.

Llegan acompañados de dos camiones y varios Humvees llenos de militares uniformados que portan armas. En el campamento no se escucha nada más que el sonido de los motores y las pisadas de los soldados sobre el suelo de tierra. El Coronel, que se presenta como Alexander Vosch, pide hablar con el jefe en cuanto abandona el vehículo.

Se encierra por varios minutos en la cabaña principal con Mason, Roger y un par de adultos más que están a cargo en el campamento.

El resto nos quedamos en un silencio tenso hasta que por fin nos cuentan lo que está pasando.

–Son de Wright Patterson– nos dice Mason. Hemos oído hablar de Wright Patterson, es la base militar más cercana que suponíamos había sido destruida. –Y han venido a rescatarnos.

Todos explotan en un grito de júbilo y aplausos emocionados.

El tal Vosch se acerca al alboroto de gente y se aclara la garganta. Todos se quedan en silencio, el hombre impone mucho, tiene pelo rubio muy corto y ojos azules que parecen verlo todo. Es inquietante, se nota que tiene autoridad, y no me gusta.

–Efectivamente, hemos venido a ayudarlos– dice con voz dura, voz de soldado –. Estamos recorriendo el país en busca de campos de refugiados como este. Por el momento los vamos a trasladar a nuestra base donde serán curados y cuidados. Como podrán entender los niños son la prioridad, así que los recogeremos primero....

– ¿Y qué hay de nosotros?– pregunta un impaciente entre la multitud, varios lo siguen después.

–Regresaremos por ustedes, por supuesto. Pero ahora, como ya dije, la prioridad es poner a salvo a los niños.

En todo el campamento no hay más de veinte niños. El resto son personas que rondan desde los veinte hasta los cincuenta. Pero no hay nada que hacer, ellos tienen armas, y camiones, y nos superan en número. Mason acepta, aunque es solo una formalidad, puesto que no le están preguntando, pero se nota que no le agrada mucho la idea.

Eligen a todos los que van a ir, incluida yo. Si no quiero no tengo que ir, me lo dejan claro. Se forma una fila despareja de niños, algunos más pequeños que otros, y comienzan a subir a los autobuses poco a poco.

– ¡Ve, niña!– me dice Roger mirándome fijamente. Me he quedado parada junto a él y Maya, que no sé de dónde ha salido, pero está ahí.

–Roger tiene razón, Liv. Debes irte- dice ella.

– ¿Y qué pasará con ustedes?– pregunto. Sé la repuesta pero no la quiero escuchar.

–Ya la oíste, iremos después, cuando rescaten a todos los niños- dice Roger sin mirarme a la cara.

–Pero...

– Sin peros, Liv. Anda, sube– él me llama por mi nombre por primera, y yo siento que por última, vez. Me toca el hombro un segundo, un segundo, pero se siente como una eternidad. Como una despedida.

No le respondo. Maya me sonríe. Sé que no va a ceder hasta que suba, así que lo hago. Me pongo al final de la fila y avanzo lentamente arrastrando los pies.

Estoy por subir, pero si me voy sin despedirme me arrepentiré toda la vida. No sé muchas cosas, pero de esto estoy segura. Me volteo y corro hacia ellos, que me ven con sorpresa. Roger está por protestar pero antes de que lo haga, me lanzo hacia ambos, rodeo a cada uno con mis brazos.

–Cuídate Roger, tú también Maya– les digo –. Gracias por todo. En serio.

Me acerco al último autobús, con muchas palabras atoradas en la garganta. Con mil protestas. El soldado que está junto a la entrada no dice nada cuando subo pero leo el apellido "James" en su uniforme de camuflaje marrón.

Camino por el pequeño pasillo de metal casi cómo flotando, nunca creí volver a pisar un autobús. Veo el asiento que solía ocupar, obviamente no el mismo porque es un autobús diferente, pero la nostalgia me gana y me siento ahí, ya que está desocupado.

Observo por última vez nuestro Campo de Refugiados. El lugar que, aunque ya no existan los hogares, fue mi hogar durante los últimos meses y que no olvidaré jamás.

Observo por última vez las tiendas, la cocina, la fogata ahora vacía y el rostro de Roger y de Maya a través del cristal, que se empaña con mi aliento.

El motor arranca, yo pego un salto, hacia tanto que no escuchaba el sonido de una máquina en funcionamiento. Había olvidado algo que hace unos meses era tan normal como respirar.

Así, nos ponemos en marcha hacia Wright Patterson: la famosa base militar.

La Quinta Ola - El Inicio (Ben Parish)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora