Capítulo 11.

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Tyler.

La primera vez que establecí un contacto contigo, me sentí acompañado. Pero no de esas compañías que se sienten cuando estás con otra persona. Claro que no. Me sentí diferente, completo. Con tan solo verte así, con ese toallón tapando tu cuerpo, sentí intriga. Quería verte y el hecho de que, debajo de esa capa de tela, no hubiera nada, me enloqueció. Era así. Eras una morfina que yo necesitaba, que yo quería tomar. Pero era diferente. No quería probarte. Quería hacerte mía. Quería probarte una y otra vez, que me amaras, quería que sintieras por mí lo mismo que sentía por ti. Me esforzaba por esconderlo, por hacerme el divertido, ser grosero contigo, simular que me importabas una mierda, pero siempre acababas allí. Me mirabas como si fuera un niño. Cómo si yo no fuera suficiente o si simplemente no valiera la pena. Te veía imposible. Y eso me atrajo aún más. Jamás te fijarías en mí. O eso era lo que creía. Pero allí, contigo sobre mí, nuestros cuerpos unidos sobre el piso y tú, qué intentabas resistirte a mí, estabas hermosa y perfecta y yo solo podía pensar en seguir debajo de ti, mirándote y sintiéndote.

Sentirte era maravilloso.

Apoyé mi mano sobre la curvatura de su espalda y tiré de ella hacia abajo, nuestros cuerpos otra vez se unieron. Y, de no ser por eso, estarías desnuda en este momento, ya que nadie sostenía el toallón que envolvía tu cuerpo. Soltaste un pequeño ruido que sonó como música para mis oídos. También quería seguir oyendo eso. Eras un vicio al que no podía renunciar.

—Sí, mierda. —dije yo.

A menos que alguien nos interrumpiera en este momento, no veía una posibilidad mínima de que vayamos a ver el partido ahora que estábamos en esta posición, retándonos con la mirada. Y yo estaba en primer contacto con tu suave piel. Tu piel erizada y mi mano que no podía dejar de acariciar tus brazos húmedos.

—¿Sabes, Tyler? —murmuraste tú. Esto te estaba agrandando. Lo sentía, sentía tú respiración agitada, tu corazón sonando más fuerte de lo común, como un volcán a punto de colapsar. Y yo no podía pensar en nada ni nadie que no fueras tú. Y tú y tú y tú. Levanté mi mano y acomodé un mechón de cabello marrón detrás de tu oreja y te miré a los ojos color caramelo frente a mí. Suspiré suavemente y alcé mis dos cejas para indicarte que continuaras con aquello que estabas diciendo—. Esto me gusta.

Y a mí también me gustaba. Pero aún así estaba inseguro. Tus mejillas no tenían el color rojizo que todas las chicas tenían cuando estaban en un momento así. Quizás un poco caliente, pero en ese momento me decidí a pensar que era porque salías de la ducha totalmente fría. Eso sí. Tus labios habían adquirido un color morado, y eso me recordó al estado de tu ojo cuando te había levantado la mano hacía más o menos una semana. Sonreí y me acerqué de forma tentadora hacia tu rostro. Cada segundo que pasaba se convertía en una dulce tortura entre ambos, casi como un juego que los dos seguíamos, observándonos mientras el tiempo pasaba, pidiéndonos más y más, cada vez con más ansias y deseo.

Pero entonces te cansaste. Y apoyaste tu mano sobre mi nuca y me atrajiste hacia tí rápidamente. Y allí no pude dejar de besar tus labios. Me apoyé complemente sobre ti mientras nuestros labios marcaban un suave recorrido en los del contrario y nuestros ojos continuaban cerrados, demostrando un secreto que los dos sentíamos, o teníamos. Tu tacto masajeaba la parte detrás de mi cabeza y me seguía uniendo a ti. Era como si estuviéramos pegados, como si fuéramos una sola persona. Como si desde aquel momento ya nos necesitáramos mutuamente y no tuviéramos la fuerza suficiente como para renunciar el uno al otro. No sé cuánto tiempo pasamos en esa posición, pero entonces te separaste dulcemente de mí y te levantaste del piso. Te solté, dejándote levantarte, y yo me senté en el piso, apoyando la espalda sobre tu cama, mientras alzaba una ceja.

Esta vez sí tus mejillas habían adquirido un color carmesí y tú evitabas mi mirada. Sonreí con dulzura y relamí mis labios, observándote como alguien mira a la persona más hermosa de todo el universo.

—¿Qué estudias, Naomi? —pregunté, levantándome de mi lugar y empezando a hojear toda la mata de resúmenes que tenía el escritorio que estaba en tu lado de la habitación.

—Relaciones Exteriores —respondiste tú y entonces te paraste a mí lado, quitándome los resúmenes y sonriendo de forma burlona—. Odio que toquen mis cosas —argumentaste al final. Rodé los ojos pero al final asentí.

Si hubiera sabido en aquel momento lo hermoso que sería hacerte enfadar por cosas sin sentido, juraría que no me hubiera ido.

—Yo estoy estudiando derecho. Mis planes son ser abogado —dije pasando la mano por mis cabellos, un gesto que antes solía usar un montón, pero ya no.

—Defensor de personas que se saben que son culpables pero que aún así tienen el derecho de ser defendidos —sujetaste mejor la toalla con tu mano y me miraste burlona. Yo negué con la cabeza, pues jamás había pensado así, yo no era el típico tarado que tú creías que era.

—En realidad... mi padre era abogado. Me contagió su pasión por ese trabajo. Es como... —di un freno para buscar las palabras adecuadas para aquello que estaba diciendo— ayudar a quienes no poseen recursos.

Me miraste asombrada y mordiste tu labio, luego volviste a mirarme de arriba a abajo.

—Las voces me dicen que debes besarme otra vez —murmuraste tú sin moverte de tu lugar.

—¿Ellas hablan contigo? ¿Oyes voces? —dije yo sonriendo plenamente, pero tomé tus caderas y volví a besar tus labios con ternura, restregándote contra mí.

—Si te soy honesta, solo era una excusa para que vuelvas a besarme —dijiste tú para devolverme el beso.

La Mujer De Mi Vida [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora