Capítulo 29.

6 2 0
                                    

Tyler.

Regresé, otra vez, como he prometido hacerlo. Esta vez te he traído tulipanes, recuerdo esa vez que te pregunté cuáles eran tus flores favoritas y me respondiste sin pensarlo. Son muy bonitas, ahora que lo noto. He hablando con el florista, y le pedí los colores más vibrantes de todos. Sé que lo más probable es que cuando despiertes ya las hayan cambiado, pero quizás el aroma seas capaz de recibirlo. Son hermosas, bebé. Rosas, blancas, amarillas, violetas y naranjas. Si pudieras verlas, estoy segura de que sonreirías, aunque tu sonrisa flaquearía al ver que yo soy quien las envía.

Aún así, aquí están.

¿En qué habíamos quedado la última vez que vine? Ah sí. Nuestra "discusión", luego del percance con Lucas. Fue el momento en el que lo supe. Lo supe cuando no te defendiste luego de mis palabras y en cambio me besaste. De veras estabas jugando conmigo. Y yo, aunque intenté resistirme, no tuve otra alternativa que continuar el beso. Pero no porque tú me estuvieras obligando. Todo lo contrario. Porque mi cuerpo no podía separarse del tuyo, porque tu perfume me embriagaba y me seducía incluso a diez metros de distancia, porque mis precauciones de distanciamiento solo habían logrado que ahora, como tal adicto a tí, regresara a tus brazos antes de que tú tuvieras tiempo para recapacitar por tus acciones.

Y, a pesar de que sabía todo esto, no me importó en absoluto.

—Entonces —murmuré, cuando el beso acabó, uniendo nuestras frentes—, prefieres quemarte.

Con mis palabras solo intentaba mantener lo que había dicho segundos antes. Aunque lo admito, admito que no tenía idea de lo que yo hablaba, ya que yo prefería, desde que te había conocido, quemarme yo para protegerte a tí de todo lo que pudiera herirte.

—¿Quemarme significa que actuarás como el ser viviente más dulce del universo? —murmuraste tú con un deje de burla.

Abrí los ojos y observé tus labios, que se mantenían inclinados hacia arriba. Quería hacerte mía. Pero no en la forma posesiva de la palabra. Quería sentirme tuyo, quería sentir que yo era a la única persona a la que podrías observar de esa forma, entre la burla y la dulzura, entre la ironía y el amor. Acomodé mi mano derecha sobre tu nuca y te atraje hacia mí. Otra vez nos sumimos en un apasionado beso en el que tú debiste apoyarte en puntas de pie para llegar a mi altura. Y yo era el tierno de los dos, si claro. Si con ese ruego a que me inclinara para que seas capaz de alcanzarme me derretiste aún más que mi cuerpo siendo tocado por el ácido más tóxico. Di un par de pasos hacia atrás para acomodarte sobre la pared, y tú te apartaste con suavidad, agitada. Agitada por mí. ¿Qué mejor que eso?

—¿Qué pretendes de mí? —preguntaste.

Y yo no supe qué responderte. La última vez que habías hecho una pregunta por el estilo, entré en pánico. Temía que supieras demasiado, que te aburrieras de mí. Sin embargo, esta vez no quería mentirte. No quería decepcionarte, o que creyeras que era sexo lo que esperaba. Yo esperaba mucho más.

Solté tu nuca y tomé tus manos entre las mías. Levantaste la cabeza hacia mí y tus ojos se posaron en los míos, esperando mi respuesta.

—Pretendo muchas cosas. Quizás demasiadas —murmuré—. Pretendo hacerte mía, jugar contigo, que nos acostemos.

Tú intentaste soltar mis manos. Recuerdo que te resististe, y que tus ojos se volvieron cristalinos. Debía seguir rápido, o te haría llorar. Y verte llorar no era algo lindo para mí.

—Suél... suéltame —susurraste, con la voz quebrada—. Yo no quiero eso..

—Déjame terminar, y te juro que te suelto.

—No puedo oír esto, Ty...

—Pretendo desnudarte, verte completamente.

—Bas..

—Pretendo amarte, y respetarte. Pretendo despertar a tu lado, observándote cada día con la misma fascinación que el anterior. Que mis ojos siempre te sigan si estás en la misma habitación que yo, y que juntos seamos imparables. Pretendo que seas la única para mí. Porque a mis veintidós años de edad he descubierto que eres la chica de mis sueños, y que nunca he querido a alguien de la misma forma que a tí. Pienso en ti todo el tiempo, todo el tiempo rondas en mi mente, y te has vuelto una obsesión, te has vuelto todo lo que quiero, la única persona a la que realmente quiero para mí. Desde que llegaste, he dejado todo con cada chica que estaba a mi lado. Ya no puedo. Ya no puedo estar con nadie que no seas tú sin que acabes siendo el centro de la conversación como si estuvieras presente. No puedo vivir sin tí, no puedo dejar de desearte a la distancia y de rogar que algún día tengas la suficiente compasión como para dejar de jugar y de una vez decirme qué es lo que planeas hacer conmigo. Porque eres tú la que decide todo aquí, porque estoy atado de pies y manos, a disposición de tus órdenes.

Tus reacciones a medida que hablaba fueron cambiando. Tu ceño fruncido se transformó en una mueca de sorpresa, para luego pasar a una sonrisa. Y, finalmente, tus ojos volvieron a tornarse aún más cristalinos que cuando había iniciado mi discurso, provocándote enojo al principio y luego... y luego, lo que sea que sentías en ese momento.

Nunca supe qué fue lo que me estabas a punto de responder. La sorpresa era evidente en tu rostro, y tus labios se abrieron, para luego cerrarse otra vez. Intentaste hablar, pero no pudiste hacerlo. En cambio, noté las lágrimas cayendo por tus mejillas, tornando estas hacia un color carmesí. Lo que al principio fue un llanto dulce y delicado, pronto se convirtieron en sollozos desesperados. No lograba comprender lo que sucedía, y tus brazos se aferraron a mí, a la vez que yo sostenía tu cuerpo a través de tu cintura, protegiéndote de absolutamente todo lo que pudiera lastimarte.

—Yo... —intentaste decir, pero la oración se dio por acabada allí.

—No... no sé qué he dicho mal...

Me sentí culpable en ese momento, preciosa, principalmente porque no sabía si mi elección de palabras había sido incorrecta, o si en cambio eras tú la que no esperaba esas palabras de mí. Esperé a que tu llanto culminara, mientras dejaba pequeñas caricias en tus cabellos marrones.

—Debo... quiero tiempo... necesito pensar... a solas... —murmuraste sobre mi pecho, pero me fue dificultoso comprenderte. Sin embargo, tras repetir el sonido de las palabras y relacionándolo con la forma en la que te alejaste repentinamente de mí, abriendo la puerta de tu habitación para llegar a la salida, supe de qué hablabas.

—Lo... lo siento si he dicho algo mal, no... no era esto lo que esperaba —me excusé mientras salía de la habitación.

Una vez que la puerta se cerró en mi espalda, empecé a caminar. Avancé entre los pasillos de la fraternidad en un silencio que de a poco me consumía junto a los pensamientos que intoxicaban mi mente sin piedad alguna.

Y no sé cómo, cariño, acabé en la habitación de Valerie, hablando sobre mis penas y sobre la tristeza que me causaba el hecho de ser rechazado por la única chica que había logrado enamorado.

Bien, amor, debo irme. Te veré pronto.

La Mujer De Mi Vida [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora