Capítulo 1

2.1K 112 6
                                    

"Algunos dicen que él lucha por la libertad de los escoceses. Otros dicen que es un salvaje sanguinario. Yo lo conozco como el Carnicero de las Tierras Altas y tú lo conocerás sólo por el resplandor de su hacha cuando exhales tu último aliento".

Fuerte William, Las Tierras Altas Escocesas. Agosto, 1716:

Monstruoso y poderoso, el Carnicero se incorporó de su arremetida en el combate y miró al suelo, al soldado inglés sin vida a sus pies. Se sacudió el pelo húmedo para alejarlo de su cara, luego se arrodilló y sacó las llaves del bolsillo del cadáver. El Carnicero continuó caminando silenciosamente por el pasillo frío de los barracones, mientras buscaba la escalera que lo llevaría hasta su enemigo. La fría niebla de la muerte fluía a través de él, lo armaba de crueldad, impulsándolo a ir a la parte superior de las escaleras, donde se detuvo, afuera de la pesada puerta de roble del cuarto de oficiales. Hizo una pausa breve para estar atento, pero no había otro sonido aparte del ruido de su propia respiración entrecortada, y del latido de su corazón, mientras saboreaba el momento tan esperado de la venganza.

Se ajustó el escudo a su espalda, y luego apretó el mango de la recortada hacha Lochaber en su mano. Era hora de reducir a su enemigo. De matar los recuerdos de lo que había ocurrido en el huerto, aquel frío día de noviembre. Esta noche iba a matar por su clan, por su país y por su amada. No habría misericordia. Golpearía, y lo haría rápido. Con mano firme insertó la llave en la cerradura, luego entró en la habitación y cerró la puerta detrás de él. Esperó un momento a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, luego se movió silenciosamente hacia la cama donde dormía su enemigo.

Lady Serena Tsukino soñaba con una mariposa, revoloteando sobre un campo nebuloso de brezo, cuando un débil ruido hizo que se revolviera en la cama. O quizás no fuera un ruido, sino un presentimiento. Una sensación de fatalidad. Su corazón empezó a latir, y abrió los ojos.

Era la pesadilla. No la había tenido en años, no desde que era niña, cuando las imágenes de la masacre de la que había sido testigo a la edad de nueve años todavía ardían terriblemente en su mente. En ese terrible día, había presionado la diminuta nariz a la ventana de su carruaje y había visto una batalla sangrienta entre una banda de Highlanders rebeldes y los soldados ingleses enviados para escoltarla a ella y a su madre a Escocia. Y justo cuando pensaba que todo había terminado, cuando los gritos y sollozos se desvanecían en un silencio sobrecogedor, un feo salvaje salpicado de sangre abrió la puerta del carruaje y la fulminó con la mirada. Se aferró a su madre, temblando de miedo. Él estudió a Serena con ardor en los ojos por lo que pareció una eternidad, luego cerró la puerta en su cara y escapó al bosque con sus hermanos. Desaparecieron en la brillante niebla de las Highlands como una manada de lobos. La sensación de terror que Serena sentía ahora no era diferente, salvo que se mezclaba con la ira.

Ella quería matar al salvaje que había abierto la puerta del carruaje años atrás. Quería levantarse y gritarle, matarlo con sus propias manos desnudas. Para demostrar que no tenía miedo. El suelo crujió, y giró su cabeza sobre la almohada. No, no podía ser. Todavía debía estar soñando... Un Highlander se movía hacia ella en la oscuridad. El pánico se extendió sobre ella, y se esforzó por ver en la penumbra oscura. El sonido ligero de sus pasos llegó a sus oídos, y de repente él estaba encima de ella, levantando un hacha sobre su cabeza. —¡No! —gritó ella, rechazando con la mano para bloquear la hoja, aun cuando sabía que la pesada hoja cortaría directamente sus dedos. Ella cerró fuertemente los ojos. Cuando el golpe mortal no cayó, Serena abrió los ojos. El musculoso y jadeante salvaje se posicionó directamente sobre su cama. El hacha estaba suspendida en el aire, brillando a la luz de la luna que entraba por la ventana. Su pelo largo estaba húmedo por la mugre o el sudor o el agua del río... no sabía de qué. Lo más terrible de todo, sus ojos brillaban con la furia de ebullición del mismo infierno. —No eres Diamante —dijo él en un profundo gruñido con acento escocés. —No, no lo soy —contestó ella. —¿Quién eres? —Soy Serena Tsukino —contestó ella.

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora