Capitulo 11

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—¿Por qué hiciste eso? —dijo Serena, secándose la humedad de los labios. No obtuvo respuesta, simplemente le vio llevar el caballo al borde del claro.

—Me gustaría que me dejaras ir —dijo en voz baja, siguiéndolo — Soy inocente. Lo que fuera que Diamante hizo no es mi culpa. No sé nada de eso. Deteniéndose bajo la sombra de un árbol, Darien se puso frente a ella. —No estoy segura de que quiera oír nada más. —Entonces deja de hacer preguntas. Se dirigió hacia ella, la agarró del brazo y la condujo con impaciencia al caballo.

—¿Quieres que te suba otra vez o puedes hacerlo tú misma?

—Puedo hacerlo yo sola —respondió, deseando no discutir más con él, al menos no en ese momento, cuando estaba tan enfadado y a ella todo le daba vueltas por la confusión sobre lo que acababa de suceder.

Los demás ya habían abandonado el claro. Habían desaparecido entre los arboles como remolinos de niebla fantasmal y Serena estaba empezando a sentirse ella misma como un fantasma, como si estuviera desapareciendo en un mundo y una vida que en realidad no comprendía. Llegaron a Glen Elchaig al anochecer, justo cuando comenzaba a salir la luna. Las estrellas brillaban sobre sus cabezas y un lobo aulló a lo lejos. Los otros escoceses habían llegado al refugio antes que ellos y habían encendido el fuego. Serena inhaló el delicioso aroma de la carne asada y casi saltó del caballo ante la expectativa de una comida caliente.

—¿Es conejo eso que huelo? —preguntó hambrienta, casi distraída, pero no del todo, por nada podría distraerse de lo que había ocurrido antes en el claro, aún no se había recuperado de eso.

—Sí — Dijo el

—¿Tiene hambre, Lady Serena? —preguntó uno de ellos

—Sí, huele muy bien. El escocés empezó a apartar la carne.

Pronto se apiñaron todos alrededor del fuego, tragando la sabrosa carne y bebiendo copas de un aromático vino. Serena se sintió aliviada al tomar una copa, un plato y una piedra donde sentarse. No estaba en cuclillas como había imaginado que tendría que hacer; de hecho, a pesar de la rigidez de sus músculos y de su ansiedad, estaba muy cómoda. No podía negar que la tierna carne de conejo era lo mejor que había probado nunca. Darien fue el primero en terminar de comer. Se puso de pie y arrojó el plato y la copa dentro de una olla de agua caliente que había sobre el fuego. —Haré la primera guardia —sacó su espada de la vaina con un amplio y dramático arco y se alejó de la hoguera. Serena dejó de masticar y observó cómo se alejaba. Todavía estaba tratando de darle sentido a lo que había sucedido antes entre ellos y por qué la había besado. Parecía que él la despreciaba y además pensaba que era una tonta por haber accedido a casarse con Diamante. Quizá lo que más la sorprendía era lo suave que él había sido en ese momento, lo que contradecía todo lo que sabía y pensaba de él. No podía haber estado equivocada sobre la comprensión que vio en sus ojos y estaba agradecida por eso.

El sol de la mañana despertó a Serena de un sueño inquieto, y se sentó en la cama de piel para descubrir que el fuego estaba ya crepitando y ardiendo. Unos huevos se estaban friendo en un sartén. — Nephrite ¿tenía gallinas en sus alforjas? —preguntó ella, descendiendo la mirada a sus muñecas y notando que ya estaban mejor. Nephrite echó la cabeza hacia atrás y rió.

—¡Gallinas! Ah, Lady Serena, usted es una tonta. — Parpadeó unas pocas veces; entonces de repente, Darien estaba parado sobre ella, sosteniendo una maltrecha taza de peltre. Aún con los ojos soñolientos, ella tenía que estirar su cuello y entrecerrar los ojos para alzar la mirada desde las piernas esbeltas y musculosas, de los pliegues de su tartán verde hasta su cara iluminada por el sol. Se veía más atractivo que nunca, masculino y casi mítico, con un grueso dedo enganchado alrededor del asa de la taza abollada, su otra mano sujetando el mango de su hacha, su cabello volando ligeramente con la brisa.

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora